Mientras fregaba en la casa de familia donde presta sus servicios, la dueña de esta historia contaba sobre cómo no ha dejado que el infortunio domine su vida. “… No era verdad que yo iba a dejar que la cárcel me comiera viva”. Suelta el plato que enjuagaba y se tapa la cara. Sus quejidos eran la prueba de que el llanto la había atrapado. Sus lágrimas se confundía con el agua que caían de sus manos.
Se calma un poco y reflexiona. “¡Ay mi madre, si esto es comenzando!”. Una leve sonrisa disimula su melancolía y retoma el relato. “Déjeme decirle, yo siempre he sido una buena persona. No tuve una niñez muy buena que digamos y por eso me casé a los 17 años. Antes de los 18, ya yo estaba aguantando golpes, insultos y todo tipo de maltrato”. Lo cuenta con sus “s” de más, de las que hasta ella misma se ríe. “Yo soy muy ‘fisna’, no se crean…”. Una oportunidad para todos reír.
Pero como la felicidad en casa pobre dura poco, como dice el dicho, más duró una cucaracha en un gallinero que la risa de la dueña de esta historia. “Usted no se imagina todo lo que yo aguanté. Ese hombre supo arrastrarme a mí, desde una esquina a otra por los cabellos”. Se sacude las manos en el fregadero, toma una toallita y se las seca para llevarlas hasta su cara. No detuvo por mucho tiempo su relato. Aún con trastes sucios, se tomó un descanso y se sentó en un escalón que hay cerca de la cocina de la casa donde trabaja. Mira hacia arriba para atender a la pregunta: ¿Por qué aguantaste tanto? “Usted no sabe lo grande que es vivir bajo amenazas y no tener quien te defienda”. Se para de pronto con ademanes de impotencia. “Mire, no fueron ni una ni dos las veces en que me iba y ese fatal me buscaba y me obligaba a volver. ¡Era una fiera, una fiera!…”. Hoy, Día de la No Violencia Hacia la Mujer, lo cuenta quien ha sido víctima y victimaria.
Las rejas la hicieron más fuerte. La protagonista de esta historia fue víctima de violencia de género y cometió homicidio involuntario contra su pareja. Sólo duró 18 años y unos meses debido a su buen comportamiento. Después de cumplirlos, se hizo bachiller y va para la universidad.
La dueña de este relato no esconde que fue una persona débil y que eso la llevó a soportar tanta violencia. “Él me hizo tanto daño, pero espero que Dios lo haya perdonado. Una ironía de la vida, todo lo que he aprendí en la cárcel, me empujaba a portarme bien para salir antes y ponerme a estudiar, porque yo voy a ser profesional”. Lo exclama la mujer que hoy tiene 45 años “y pico”. No dijo el pico.
“Yo tenía 21 años recién cumplidos cuando pasó lo que pasó. Duré 18 y un par de meses, presa, aunque mi condena fue de 20 años. Me porté bien, me dediqué a aprender todo lo que pude, a leer la Biblia y lo que llegaba a mis manos. Estaba clara que cuando saliera de ahí, iba a estudiar y a superarme”. Cumplió su palabra. Después de disfrutar del aire de libertad que había perdido, se inscribió en el bachillerato.
Mientras exprimía un suape, aunque sin terminar de fregar, la mujer que gracias al amigo José Ramón, se dejó entrevistar por reporteros de LISTÍN DIARIO, no pierde tiempo en decir: “Antes del año de haber salido, me inscribí para hacer el bachillerato. Ahhhh, un aparte, no fue fácil porque la gente cree que el que sale de la cárcel no tiene derecho a vivir. El caso es que como Dios me ayudó, lo terminé. Ahora espero entrar a la universidad, ya para el año que viene”. Está puesta para eso.
Aunque sea “con un bastón” ella repite una y otra vez, que se graduará de abogada. Está trabajando fuerte para eso y cuenta con el apoyo de los dueños de la casa donde labora. “Esos si no me han etiquetado a mí, como se dice ahora. Al contrario, me ayudan en todo, y lo saben todo”. Ese trabajo de doméstica se lo consiguió una amiga del sector donde vivía. Entró meses después de quedar en libertad y aún sigue prestando sus servicios en esa familia que le ha abierto las puertas de su casa y “de su corazón”. Lo resalta ella mientras retoma su largo “fregao”.