«Vivimos en una jungla de cemento», lamenta Reinaldo Morales, un militar retirado que ha ido en busca de aire fresco a un centro para mayores en el Bronx, el distrito más pobre de Nueva York que sufre de lleno el calor y es reflejo de las desigualdades medioambientales reconocidas por la ciudad.
De 68 años, el hombre afronta la canícula con «preocupación» porque el gasto de energía para enfriar, «aunque sea solo una habitación», es «sumamente caro».
«Está bien que haya un centro para refrescarse como este. Pero la idea de que ni siquiera podamos enfriar nuestra casa es indignante», sostiene.
Con temperaturas de entre 30 y 35 grados centígrados esta semana, Nueva York se libró relativamente de la ola de calor extremo que azota Estados Unidos y disparó las temperaturas hasta los 48 °C en Las Vegas.
Sin embargo, una imagen llamó la atención: el lunes, el puente móvil que une el barrio de Harlem, en Manhattan, con el Bronx permaneció atascado en la misma posición durante varias horas porque el acero se había dilatado por el calor.
En el Bronx, que sufre una combinación de problemas de pobreza, salud y contaminación atmosférica, algunas zonas se ven aún más afectadas por los efectos de isla de calor de las grandes ciudades, debido a la falta de árboles y la densidad de la construcción.
«En este distrito no tenemos muchos árboles ni mucha sombra, así que la temperatura sube mucho, sobre todo cuando el sol está en su cenit», dice Sandra Arroyo, gerente del centro de mayores Casa Boricua.
«NOS ASFIXIAMOS»
Entre los edificios de este barrio de población predominantemente hispana y afroamericana, los pocos árboles no bastan para proteger del calor húmedo, difícil de soportar para Juan Lorenzo, un dominicano de 72 años. «Das la vuelta a la manzana y es sofocante», dice.
«Te sientes muy cansada», añade Stephanie Rodríguez, cajera de 21 años, sentada en un banco a la sombra, delante de su hijo de 2 años que juega con el agua en el único gran parque de todo Bronx Sur, un barrio en plena revitalización económica.
En su apartamento de tres habitaciones, donde viven ocho personas, todos se reúnen en la única habitación que tiene aire acondicionado, cuenta.
«Necesitamos más espacios verdes», suplica incansablemente Arif Ullah, director de la asociación comunitaria South Bronx Unite.
A dos pasos de sus oficinas, la orilla del río frente a Harlem está ocupada por centros de tratamiento de residuos, una central eléctrica y almacenes, entre ellos el de la empresa de reparto de alimentos Fresh Direct, contra la que la asociación había luchado porque la acusaba de favorecer la circulación de camiones contaminantes.
En el extremo más alejado, un pequeño parque infantil se encuentra encajonado, a plena luz del sol, bajo una serie de vías elevadas de acceso a la autovía.
Para Arif Ullah, esta situación no es inevitable, sino «el legado de políticas públicas discriminatorias y racistas, que hacen que una comunidad como esta se convierta en una isla de calor urbana y produzca más problemas de salud».
Los barrios de Hunts Point y Mott Haven, en el sur del Bronx, registran tasas de visitas a urgencias por problemas respiratorios atribuibles a la contaminación muy superiores a la media de la ciudad, según un extenso informe elaborado por el ayuntamiento de Nueva York en abril, el primero en estudiar la cuestión de la «justicia medioambiental».
La municipalidad neoyorquina calcula que unas 350 personas mueren cada año a causa del calor o de problemas de salud agravados por las altas temperaturas, una tasa de mortalidad que afecta a los afroamericanos el doble que a los blancos.
Uno de los factores agravantes, según el ayuntamiento, es la falta de acceso al aire acondicionado en los hogares, que afecta al Bronx más que a otros barrios.
En Estados Unidos, las olas de calor extremas y peligrosas en las grandes ciudades han aumentado como consecuencia del cambio climático, y este fenómeno va a empeorar, según los científicos.