Rafael Guillermo Guzmán Fermín
Hace apenas unos días, el presidente francés Emmanuel Macron llegaba a Vietnam para fortalecer las relaciones diplomáticas en el sudeste asiático, donde aconteció un incidente muy peculiar que ha captado la atención de la opinión pública internacional: una esposa -primera dama- abofeteando a su cónyuge -el presidente- en un evento público.
A pesar de tratarse de un episodio breve y sin consecuencias físicas significativas, el hecho no pasó inadvertido, del cual surge una pregunta pertinente que merece ser analizada: ¿Qué hubiera ocurrido si la situación hubiera sido a la inversa? ¿Qué implicaciones tendría si el presidente Emmanuel Macron, receptor y víctima de la violenta acción, en un momento de tensión, hubiese abofeteado a su esposa, Brigitte, ejecutora de la inusual agresión?
La respuesta es bastante obvia: generaría una reacción social, mediática y política radicalmente diferente por la agresión a una mujer.
Una cobertura mediática despiadada
Si Macron hubiera sido el autor del manotazo, los titulares habrían abordado temas como la violencia de género y abuso de poder que generaría una crisis institucional, en lugar de referirse a un “momento de tensión” o “un desliz doméstico”. La prensa internacional y, sobre todo las redes sociales, habrían considerado el episodio como un escándalo de Estado. No hubiera sido visto como una anécdota, sino como una llamada urgente a la responsabilidad ética de un jefe de Estado.
La política no perdona, cuando es el hombre
En un escenario hipotético invertido, el presidente enfrentaría inmediatamente una intensa presión política. Líderes de la oposición, asociaciones civiles y diversos sectores de la sociedad exigirían explicaciones, sanciones e incluso su dimisión a su cargo. Sería sujeto de investigaciones judiciales y protestas públicas, no solo por el acto físico en sí, sino también por el mensaje simbólico: el ejercicio del poder por parte de un hombre que comete violencia contra una mujer.
¿Doble moral?
Este ejercicio hipotético revela una tirantez profunda en nuestras sociedades: la asimetría en la reacción social dependiendo del género del agresor, que, sin dudas, en muchos casos, cuando una mujer agrede a un hombre, el hecho se minimiza, se banaliza e incluso se convierte en una especie de comedia involuntaria. Pero cuando acontece lo contrario, el peso tradicional del machismo y la violencia estructural contra las mujeres convierte el acto en algo mucho más grave, con razón.
Sin embargo, no deja de ser válido preguntarse si no estamos frente a una doble moral perniciosa. La violencia en una pareja -en cualquier sentido- es siempre un acto de fractura moral, que, tolerarla o minimizarla en función del género del agresor es una forma de desnaturalizar la desigualdad que decimos combatir.
Una oportunidad para revaluar
La escena difundida por las redes sociales nos brinda la oportunidad para revaluar más allá de este caso específico, pues este escenario hipotético nos invita a reflexionar sobre cómo entendemos la violencia, el poder y la igualdad. La condena no debe depender del género. La acción -la bofetada- es la misma. Lo que único que varía -y debería variar- es nuestra coherencia ética, no quién fue el agresor.
El autor es miembro del Círculo Delta