Para la familia Point Du Jour las malas noticias llegaron a mitad de camino. Originarios de Haití y con rumbo a Estados Unidos, madre e hijo se quedaron varados en Colombia, donde se enteraron de que en su destino están deportando a miles de compatriotas.
«Mi meta es llegar allá y no me detendré», expresa decidida Benedictine Point Du Jour, una mujer de 42 años que emprendió la travesía desde Chile el 6 de agosto junto a su hijo Roberth.
El joven de 22 años relata en un perfecto español que su principal miedo es ahogarse en la travesía marítima de 60 kilómetros que lo separa de la frontera con Panamá. «El segundo es que me deporten, porque lo que más quiero es ser alguien en la vida», agrega Roberth, esperanzado con el «sueño americano».
Junto a otros 19.000 migrantes haitianos esperan en el puerto colombiano de Necoclí (noroeste) por un cupo en las embarcaciones que los llevan hasta la aldea fronteriza de Acandí.
Un acuerdo entre los gobiernos de ambos países limitó el tránsito a un máximo de 650 personas al día. Llegan principalmente desde Brasil y Chile, adonde habían emigrado tras el terremoto de 2010 que dejó unos 200.000 muertos en Haití.
La noticia de las deportaciones en Norteamérica -y las imágenes de agentes de inmigración estadounidenses montados a caballo persiguiendo a migrantes haitianos agitando sus largas riendas a modo de látigo- llegaron hasta aquí.
Verlas «da pena, pero mi meta es (…) llegar (a Estados Unidos) no importa lo que venga por el camino», insiste Benedictine.
-«Muy tarde»-
Algunos llevan casi un mes acampando en las playas de este pueblo caluroso y con escasez de agua potable.
Desde comienzos de año las autoridades estadounidenses han advertido a los migrantes que emprenden la travesía hacia el norte que no serán recibidos.
Pero «ya es muy tarde para volver», replica Frank, un haitiano de 38 años que salió del municipio chileno de Talca y prefiere no revelar su apellido por miedo a posibles represalias de las autoridades en el camino.
Panamá, Costa Rica, Guatemala y México lo separan de Estados Unidos, dónde lo esperan familiares y amigos.
«Siempre es así», contesta al ser cuestionado sobre la posibilidad de ser maltratado por las patrullas migratorias estadounidenses.
La mira sigue apuntando hacia el norte, aunque ahora considera hacer una escala México y «esperar que (la crisis) pase un poco».
Viaja con cinco familiares, entre ellos un bebé de seis meses. Al menos 548 menores fueron atendidos por la ACNUR en Necoclí la semana pasada, la mayoría por problemas gástricos.
-Todo o nada-
Llegado su turno, los migrantes se embarcan equipados con machetes, linternas y carpas. Les espera una travesía de al menos cinco días a pie por el Tapón del Darien, una espesa selva plagada de serpientes.
También se enfrentan a bandas de asaltantes en una región donde el Clan del Golfo, la principal banda narco de Colombia, es la principal autoridad. Entre enero y agosto unos 64.000 migrantes completaron el recorrido pero varios murieron, según los viajeros.
Es la etapa más difícil del viaje y a los migrantes les aterra la posibilidad de que todo sea en vano al llegar a la frontera estadounidense.
«La travesía de donde venimos, toda la ruta (…) para llegar hasta allá y luego deportarnos es difícil», se preocupa Benedictine.
«Ojalá que cuando llegue me dejen entrar. No solo a mí, a todos», pide Roberth mientras espera su turno para zarpar.