Melissa Lucio, que ha sufrido toda una vida de abusos por parte de familiares y de sus parejas, lleva desde 2008 en el corredor de la muerte acusada de matar a su hija de dos años, un crimen que ella dice nunca cometió. Pese a sus duras circunstancias y su ejecución inminente, esta madre latina sólo piensa en el sufrimiento de sus trece hijos.
Estadounidense con origen mexicano, Melissa (53 años) alega que no mató a su hija Mariah de una paliza, como afirman las autoridades, sino que la niña, que sufría de una malformación en los pies, se cayó por unas largas y empinadas escaleras de acceso a su apartamento mientras ella preparaba una mudanza a su nueva residencia.
Desde la cárcel de Mountain View, tras una pantalla de vidrio y rodeada de rejas, Lucio insiste que justo después de la muerte de Mariah, la policía la interrogó agresivamente durante horas sin la presencia de abogados hasta que, exhausta, decidió decirles lo que «ellos querían oír». «Pero yo no lo hice», repite.
Pregunta: Háblanos de ti y de cómo creciste.
Respuesta: Tuve una infancia muy dura. Sufrí muchos traumas porque abusaron sexualmente de mi. Fui testigo de mucha violencia entre mi madre y mi padrastro. Mientras crecía, me sentía intimidada por la forma en la que mi madre era tratada por los hombres. Siempre me dije que nunca permitiría que alguien abusara de mí igual que le pasó a mi madre. (…) Las mujeres deben ser bien tratadas, con amor y respeto, pero nunca vi que mi madre recibiera eso de ninguno de los hombres de su vida. Eso fue muy difícil para mí, así que me aislé de los amigos y la familia. Para mí era muy, muy difícil fiarme de los hombres, pero a la vez sabía que algún día tendría que hacerlo si quería casarme y tener hijos.
P: Cuando tu marido te empezó a maltratar, ¿cómo reaccionaste?
R: Lo primero que me pasó por la cabeza es que no podía creer que el ciclo se estaba repitiendo. Era un patrón, porque mi madre lo había pasado y ahora me estaba pasando a mí. Pero tenía miedo de acabar sola cuidando de mis hijos. Intenté hacer todo lo posible por no convertirme en una víctima, (…) y durante muchos años intenté hablar (con mi marido) para intentar entender qué le estaba llevando a hacer lo que hacía. Pero nunca me dio una respuesta. Traté de analizar mis circunstancias, porque no quería volver a casa y terminar siendo un fracaso. No quería que mi madre me dijera «te dije que no te casaras, te dije que no tuvieras tantos hijos». Toda mi vida se me ha juzgado, se me ha ridiculizado…
P: ¿Cómo te describirías como madre?
R: Como (una madre) amorosa, paciente, comprensiva, afectuosa… Trataba de hacerlo lo mejor posible, siendo madre soltera durante muchos años en mi matrimonio. Fue muy duro. Durante mi niñez, mi madre no nos mostraba afecto ni a mi ni a mis hermanos. No quería repetir ese ciclo, yo quería que mis hijos me vieran, pese a mis fracasos, como una persona amorosa y paciente con ellos.
P: ¿Cómo te organizabas con más de diez niños?
R: Te aseguro que no fue un camino de rosas. Fue muy duro y en ocasiones muy frustrante. O sea, la gente lo pasa mal con un niño, con dos, imagina con doce a la vez, y tener que cocinar, limpiar, bañarles, prepararles para el colegio… Pero sabía que era mi responsabilidad hacerlo lo mejor posible e intentar mostrarle a mis hijos que aunque lo estuviera pasando mal, me esforzaba por ser la madre que necesitaban en esos momentos.
P: ¿Siempre quisiste tener hijos?
R: Sí, pero no tantos (Carcajada). Pero aunque ahora tengo muchos, los niños son una bendición para los padres. Y me di cuenta de que cada uno de mis hijos es especial y único a su manera. Mi amor por ellos es incondicional.
La noche de los hechos
P: La policía dice que confesaste que eras responsable de la muerte de Mariah. ¿Es así?
R: No, eso no fue lo que pasó, en absoluto. Recuerdo que después de que Mariah fuera llevada al hospital, llegaron los detectives y nos empezaron a hacer muchas preguntas a (mi marido) Robert y a mí (…) Yo trataba de cooperar y darles toda la información posible. Después (el policía) nos dijo que teníamos que ir a comisaría. (…) En la sala de interrogatorios me preguntaron repetidamente qué le había pasado a Mariah.
Les conté lo que yo sabía del mejor modo, pero no era eso lo que querían oír. Intentaban hacerme confesar que yo había maltratado a Mariah todo el rato. (…) Me sentí muy intimidada, fueron mu agresivos conmigo. Tuve mucho miedo esa noche, y finalmente llegó un momento en el que dije «quizá si les digo lo que quieren oír, me dejen en paz». Así que eso es lo que hice, básicamente les dije «ok, lo hice». ¡Pero no lo hice! -aclara, y se le quiebra la voz-.
P: ¿Crees que el abogado que te defendió, Peter Gilman, hizo bien su trabajo?
R: Creo que el señor Gilman no trató de ayudarme de ninguna manera. Me tendieron una trampa. Siento que podía haber hecho más para probar mi inocencia y demostrar que yo nunca maltraté a mis hijos. Sé que se presentaron (durante el juicio) muchos trabajadores de los Servicios de Protección al Menor, pero la mayoría de los casos eran porque consumí drogas y en ningún caso se habló de abuso físico hacia ninguno de los niños.
P: ¿Piensas que el hecho de que seas latina afectó a la sentencia que se te dio?
R: A los latinos se les considera inferiores, y también a los afroamericanos. Nos ven como gente ignorante, especialmente a mí, porque no terminé la educación secundaria. (…) Mucha gente también considera inferiores a los que son adictos a las drogas, que no tienen dinero, que vienen de un entorno de pobreza. Pero sin embargo, si se trata de alguien que tiene dinero, que vive en una casa bonita, no se les mira igual.
La vida en el corredor de la muerte
P: ¿Cómo es tu día a día en la cárcel?
R: El día empieza muy temprano, porque nos despiertan a las 4.30 de la mañana para desayunar. Pero yo a esa hora no tengo hambre, así que me levanto sobre las 6 o 6.30. (…) Me pongo a rezar y a dar gracias por un nuevo día, me cepillo los dientes, y contesto al correo si es que tengo correo ese día. Hasta este domingo pasado, estaba en un programa de trabajo, pero por la fecha de mi ejecución, me han sacado del grupo.
Antes, yo salía con otras tres mujeres a una zona de recreo y pasábamos el rastrillo de 7 a 9 de la mañana. Me gustaba mucho hacer eso porque tenemos un jardín ahí fuera, así que plantábamos semillas para cultivar especias y verduras. Se convirtió en algo terapéutico para mí, simplemente estar ahí, bajo el sol, oler la brisa, ver pájaros y coches. (…) Estar rodeada de mujeres que se han convertido en mis amigas estos 14 años también me ha ayudado mucho.
P: Más de 80 legisladores de Texas han firmado una carta pidiendo clemencia para ti. ¿Tienes esperanzas de salir algún día en libertad?
R: Para empezar, quiero decir que yo ya soy libre. Soy una persona muy diferente de lo que era antes. Durante muchos años estaba encerrada en mí misma, era prisionera de mi propio cuerpo. Pero en cuanto a tu pregunta, tengo fe en Dios. (…) Veo todo como un gran rompecabezas; Dios ha ido juntando todas las piezas, y ahora sólo queda una pieza más. Esa pieza puede liberarme y dejar que vuelva a casa con mis hijos, o que vaya a mi casa en el cielo y estar con Dios.
P: ¿Tienes miedo?
R: Oh, por supuesto que tengo miedo. Pero miedo por mis hijos, por que nadie vaya a estar ahí para apoyarles si la ejecución se lleva a cabo. Me preocupo por ellos. Aunque ahora mismo hay gente apoyándoles, que les han dado fuerza, y muchos de mis amigos me han dicho que si la ejecución sucede, van a estar ahí para mis hijos, y eso lo agradezco mucho.
P: ¿Has pensado en rendirte alguna vez?
R: Al principio, sí. Pero lo único que me ha seguido dando fuerzas son mis hijos. Mis hijos son mi mundo. Sé que les he fallado de muchas maneras a lo largo de su vida, a lo largo de mi vida, pero no puedo cambiar mi pasado. Lo que sí puedo hacer es ayudarles a entender que no soy la misma mujer que era, quiero que vean la mujer que soy ahora, la mujer que Dios me ha permitido ser.
P: Si tus abogados y las organizaciones que te apoyan consiguieran que quedaras libre, ¿qué sería lo primero que harías?
R: Ir a buscar a todos mis hijos y abrazarles y darles besos y pasar todo el tiempo posible con ellos. Y después preparar una comida enorme y tratar de darles esa madre que no han tenido los últimos 15 años.
P: Y cómo sería esa comida?
R: ¡Madre mía!. Una montaña de tortillas, de arroz español, de pollo frito, de frijoles refritos, ensalada, guacamoles… Sería un festín. Me encanta cocinar, y me encanta ver las sonrisas en las caras de mis hijos.
P: ¿Hay algo más que quieras decir?
R: Sólo quiero decir a todo el mundo que nadie se merece ser tratado como fui tratada yo, y que todo el mundo se merece una segunda oportunidad.