Aunque República Dominicana es un país invadido por el optimismo proveniente de todas las esferas del gobierno, la realidad del mundo es muy diferente y esta isla está en la tierra, no en el planeta Venus.
En la economía mundial está confluyendo un atípico fenómeno de crisis combinadas como no se había visto antes: una grave recesión en camino, inflación de precios, altas tasas de interés y una deuda descomunal.
Los factores desencadenantes de esa terrible realidad son estructurales, pero se han agravado por la pandemia del Covid-19, la guerra en Ucrania, la tirantez de China y Estados Unidos y una política de sanciones anti-rusas que ya causan estragos en Europa y dispararon la inflación en todo el mundo.
Lo que está resultando de la irrupción de este fenómeno calamitoso es un proceso de desglobalización que ya venía inducido por las políticas ejecutadas por el expresidente Donald Trump y el Brexit de Gran Bretaña, que se refuerza con las medidas proteccionistas en numerosos países ante el peligro de hambruna.
Desconozco quién puede tener experiencia en el mundo y menos en el país para manejar una crisis como la que está a la vista porque, como afirmó hace dos semanas el reputado economista Nouriel Roubini, en la grave crisis de 1970 había desaceleración con inflación, pero con deuda baja; mientras que la crisis financiera de 2008, el detonante fue la deuda, pero la inflación no se disparó.
El experto fue tan gráfico que nadie podría explicarlo mejor: “En recesiones anteriores, como las dos últimas, tuvimos una relajación monetaria y fiscal masiva. Esta vez vamos a entrar en recesión endureciendo la política monetaria y no hay espacio fiscal. Ahora hay choques negativos de oferta agregada y ratios de deuda históricamente altos”, puntualizó Roubini.
Los efectos en el país
Ya sé que en el país los funcionarios se han vuelto expertos en vender optimismo por encima de la realidad, lo que convierte sus sueños de hoy en pesadillas para mañana, pero eso no quiere decir que todo el mundo se llame a engaños.
Con esa realidad lacerante, el gobierno del Partido Revolucionario Moderno (PRM) que encabezan Luis Abinader e Hipólito Mejía, se concentra en una espiral de importaciones de alimentos que no han podido contener la inflación, endeudamientos externo e interno, estancamiento de la inversión estatal para sostener subsidios y repartir pesetas entre gente que está cayendo por montones en la pobreza.
El golpe más duro y duradero a la economía dominicana es el que se está dando a la agropecuaria nacional, con 700 profesionales agropecuarios cancelados, paralización de los proyectos productivos de asociaciones y cooperativas en el campo, todo para favorecer la importación masiva de alimentos básicos, subsidiados por el gobierno y libres del pago de aranceles en aduanas.
Desde que el gobierno de Abinader se instaló el 16 de agosto de 2020, el país dio un vuelco violento de producir alimentos a importarlos en forma creciente, lo que fortalece el comercio especulador y quiebra al productor nacional.
Y esa tendencia ha sido sostenida e institucionalizada. En lugar de estimular la producción nacional ante la pandemia del Covid y la dislocación de precios y el transporte en todo el mundo, el gobierno siguió su marcha triunfal de quebrar a los productores y forrar de dinero a los intermediarios importadores –y para colmo– hacerles aprobar en su Congreso un traje a la medida con la Ley 6-22 de cero arancel para importar bienes agropecuarios.
En menos de 90 días de vigencia de esa ley, el país registra cerca de 100 “empresas” que han importado más de seis millones de quintales de habichuelas pintas y cerca de tres millones de quintales de habichuelas negras.
Además, han importado 13,5 millones de quintales de carne de pollo, 2,5 millones de quintales de ajo y más de 900,000 quintales de carne de cerdo (pierna).
¿Qué productor nacional de habichuelas, ajo o criador de pollo o cerdo puede competir con importadores financiados por el gobierno y que traen sus mercancías libres de arancel?
Lo triste de todo esto es que se está quebrando a los productores y criadores nacionales pequeños que no pueden convertirse en importadores, pero la canasta familiar, en lugar de bajar de precio, sube.
Son las cifras de los ministerios las que corroboran que la inflación en un año representa cerca de 6,000 pesos más en la canasta básica y que la proporción de gente que va cayendo en la pobreza y va camino a la pobreza extrema, está en aumento sostenido.
Si lo anterior no fuera así, el presidente Abinader no estuviera dando el bono de 1,500 pesos a un millón de personas carenciadas, además de los programas de ‘ayuda social’ que ya estaban en marcha.
Naturalmente, el verso florido del Banco Central es que “la inflación comienza a ceder” y yo los comprendo en los casos de los funcionarios de esa entidad, de las Edes, algunas superintendencias, que se aumentan el sueldo y los beneficios cada cierto tiempo, precisamente acogiéndose al “ajuste por inflación”. ¡Qué ironía!
El boom importador
Después de esa ley y esos subsidios, las importaciones hablan por sí solas: Entre enero y junio de este año, las importaciones totales superaron los 15,000 millones de dólares, con un crecimiento de más de 4,000 millones de dólares en relación con el primer semestre del año 2021.
Lo anterior quiere decir que para este año completo, las importaciones serán superiores a los 30,000 millones de dólares. ¡Tremenda proeza! Un país consumiendo lo que no produce y por tanto, lo que tampoco crea empleo.
Inversión paralizada
En momentos en que el Banco Central lleva una política sostenida de aumentar las tasas de política monetaria y que los bancos comerciales suben las suyas para todos los negocios, el gobierno no ejecuta ni siquiera la mitad de los fondos que tiene presupuestados para construir obras que los técnicos llaman inversión o gasto de capital.
Penoso que llevamos dos años de gobierno en que lo poco que se presupuesta para obras de infraestructura no se ejecuta, lo que se traduce en menos empleo, menos dinámica de comercio y menor demanda de producción manufacturera y agropecuaria.
La inversión tan limitada del Estado no ayuda a la inversión privada, nacional y extranjera, que está soportando casi sola la generación de empleos de calidad y la disponibilidad de servicios.
El país tiene un récord de promesas de inversión que se repiten en cada ocasión que el presidente habla al país, mientras los estudiantes esperan la construcción de las extensiones de la UASD y los ocoeños marchan porque no se construye la carretera Ocoa-Rancho Arriba, prometida por Abinader en cinco ocasiones. De los puentes nuevos para saltar el río Ozama, nadie se recuerda.
El año 2023 no pinta nada bien y quien no lo entienda ahora, tendrá que ver aterrorizado el descalabro de las cimientes de la estabilidad macroeconómica y con ella el deterioro de la paz social y política en un año preelectoral con repostulaciones a la vista.