El 12 de enero del 2010, fecha que atribuiría el surgimiento de una migratoria haitiana desbordante que afecta la seguridad de toda la región del continente americano, cuya punta del “iceberg migratorio” solo República Dominicana advertía, ya que sufría los embates de sus efectos mucho antes del devastador terremoto que causo estragos en Puerto Príncipe, ocasionando la muerte de unas 316 mil personas, 350 mil heridos y 1.5 millones sin hogar, considerada como una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia.
Este suceso, indudablemente fue el detonante que dio lugar al mayor éxodo de haitianos hasta ese momento. Pero, aunque han transcurrido once años de aquel fatídico evento, advertimos cómo esta nación caribeña ha estado entrampada en una vorágine de degradación social, económica y política, que con el inexorable paso del tiempo la convirtió en un Estado fallido e inviable.
A mediado del año 2021, le sobrevienen dos terribles infortunios de manera secuenciales: el magnicidio del presidente Jovenel Moïse (7 julio) y el terremoto acaecido en la ciudad de Les Cayes (14 agosto), contexto que rápidamente incrementó aún más el calamitoso panorama imperante de Haití, transfigurando en una zona inhóspita e inviable para vivir.
La desdicha parece ser una particularidad intrínseca en esta nación, solo basta observar su historia. Desdichadamente Haití continúa atrapada en tiempo y espacio en sus circunstancias ancestrales, aferrada a un eterno “círculo del caos”, donde una oligarquía que se beneficia de la violencia, corrupción, destrucción, impunidad e ingobernabilidad de un pueblo sumido en la indigencia total, y donde impera el dominio del más fuerte o la ley impuesta por las bandas armadas.
En ese sentido, la Comisión Nacional de Desarme, Desmantelamiento y Reintegración (CNDDR), aseguró sobre la existencia de unas 90 pandillas y 500,000 armas ilegales circulando, las cuales al parecer gobiernan y controlan el territorio, llenando un vacío dejado por décadas de colapso, lideradas por un antiguo ex policía, Jimmy – Barbecue– Cherizier, quien logró una alianza pandillera en el llamado G9, además poseer estrechos vínculos con los políticos y las fuerzas del orden público.
Ante el caos imperante, el coordinador humanitario de la ONU en Haití, Bruno Lemarquis, señaló, que su trabajo dependía sí la “voluntad de las pandillas” le permitían. En ese mismo tenor, el director de Médicos sin Frontera, Julien Bartoletti, planteó que la “situación es tan peligrosa,que sugiere pensar en el país como una zona de guerra”, que obligó cerrar el hospital de Martissant tras 15 años de servicios gratuitos.
A todo esto, habría que sumarle la advertencia divulgada en diciembre del 2019, por el Programa Mundial de Alimentos (PMA-ONU), donde establecía, que uno de cada tres haitianos –4 millones de personas– demandaba “asistencia alimentaria urgente” y casi un millón padecía de “hambre severa”.
Mientras la comunidad internacional parecería estar en una especie de coma inducido, cándidamente solo observa cómo Haití metódicamente se desintegra, limitándose a ofrecer ayudas humanitarias o auxiliarla ante la ocurrencia de calamidades o eventos naturales. Realidad que empuja a los haitianos a emigrar obligatoriamente a cualquier lugar, aunque les cuesta la vida.
Observando el actual panorama, parece que han cumplido estrictamente una de las recomendaciones del estudio realizado por la ONU del 26 de mayo 1947, denominada “Una Misión en Haití”. Aunque pasaron 75 años de esa premonición, ese estudio sugería al gobierno haitiano de ese entonces, a manera de advertencia, lo siguiente: “Consciente del hecho de que Haití estará, durante muchos años aún, apresada por una población sin cesar creciente. La misión recomienda que se examine, con el mayor cuidado, la posibilidad de alentar la emigración, como un medio de remediar el grave problema de la superpoblación”.
Realidad migratoria que por el momento solo impactaba directamente a República Dominicana, donde aproximadamente viven 1.5 millón de ciudadanos haitianos, y hace unos cinco años a Brasil y Chile; El primero, en su momento necesitaba mano de obra para construir las infraestructuras del mundial de fútbol (2014) y de los juegos olímpicos de Río de Janeiro (2020), llegando a recibir unos 143 mil. Chile, los atrajo su economía y desarrollo, de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística en su territorio residen 1,492,522 extranjeros, de los cuales la comunidad haitiana ocupa un tercer lugar, con 186,565, equivalente a un 12.5 %.
Debido a los efectos de la pandemia, pérdida de trabajo, economías paralizadas y endurecimiento de las leyes migratorias, obligó a los haitianos a deambular hacia otros países y, sin orquestarse un plan dirigido, enfocaron como objetivo de su peregrinaje migratorio, los Estados Unidos de Norteamérica.
Este flujo migratorio silencioso, se hizo visible cuando en una especie de embudo coincidieron en Necoclí, poblado colombiano fronterizo con Panamá, para cruzar el famoso “Tapón del Darién” y seguir su trayecto por Centroamérica hacia los EE.UU.
Hoy, Colombia, Centroamérica y los EE.UU sufren los embates de una migración haitiana desbordante, solo con la diferencia, de que la nuestra es permanente. México, último país antes de llegar a su anhelado objetivo, hicieron de la ciudad de Acuña un refugio improvisado para luego atravesar el río Grande, a la espera de su solicitud de admisión migratoria debajo del puente internacional que comunica con la ciudad norteamericana Del Río, donde llegaron a instalarse entre 15 a 20 mil haitianos.
Desbordamiento, que obligó a los EE.UU a reaccionar para detener el flujo de haitianos que cruzaba sin control hacia su territorio a fin de preservar su seguridad nacional, donde el mundo consternado observó escenas dantescas, de cómo la nación que exhibe la dignidad y el respeto de los derechos humanos como estandarte de su democracia, expulsaba a los haitianos a como diese lugar. Esto motivó la renuncia del enviado especial de los Estados Unidos en Haití, Daniel Foote, quien en su carta expresó: “No me asociaré con ladecisión inhumana y contraproducente de Estados Unidos de deportar a miles de refugiados y migrantes ilegales haitianos a Haití”.
Preámbulo, que sirvió de excelente plataforma para el presidente Luis Abinader abordar la situación haitiana durante su discurso ante la 76 Asamblea de la ONU, aprovechando este escenario para denunciar al mundo la grave crisis que atraviesa Haití. Señalando en su discurso: “Por años, cada día, nuestro país ha encarado, prácticamente solo, estas consecuencias. Estamos convencidos que ninguna acción unilateral será suficiente para superar esa dramática situación… Alertó que ante la división actual que existe entre el liderazgo haitiano y la peligrosa presencia de bandas criminales que controlan una buena parte de su territorio, los haitianos por sí solos no podrán pacificar su país y mucho menos garantizar las condiciones para establecer un mínimo de orden”.
Expresó que “La situación haitiana pueda desbordar las fronteras de ese país, incidiendo como un factor de inseguridad en la región. De ahí, la necesidad de que esta comunidad de naciones asuma con urgencia y de una vez y por todas, la crisis haitiana como una de altísima prioridad y de permanente seguimiento… Es imperativo manifestar, de la manera más firme y tajante posible, que la comunidad internacional no debe, ni puede, abandonar al pueblo haitiano en este momento en que los niveles de inseguridad lo están llevando a su autodestrucción… La coyuntura haitiana es una situación dramática que para encararla solicitó con “altísima prioridad” la colaboración internacional, debido a que “no hay, ni habrá jamás una solución dominicana a la crisis de Haití”.Estamos seguro, que la sociedad dominicana aplaude y apoya su firme postura y decisión asumida ante el mundo con respecto a Haití, como en su momento lo hizo con la construcción de la valla fronteriza, la cual apoyamos.
El autor es miembro fundador del Círculo Delta