Lloré cuando la vi por primera vez en agosto del 2021. En aquella ocasión los protagonistas fueron Xiomara Rodríguez y Josué Guerrero, presentada en la sala Ravelo, del Teatro Nacional.
Lloré de nuevo cuando volví a verla, esta vez, en el Teatro Guloya, de la Zona Colonial, hace unos días. Ahora no fue Josué, el rol masculino le correspondió a Isen Ravelo.
En ambas fechas, tanto la dirección, como la producción, estuvieron a cargo de Elvira Taveras y de Raúl Méndez, respectivamente.
Lloré antes y lloré ahora, porque “La golondrina” es un canto nostálgico a la pérdida, al duelo, a la soledad, al desasosiego, a la rabia; pero también es una oda a la resiliencia, al perdón, al amor. A los encuentros.
Cuánta sensibilidad demostró el dramaturgo Guillen Clua al escribir este texto. Aún siguen presentes las imágenes llegadas a través de los noticiarios y las redes sociales de ese fatídico 12 de junio de 2016, cuando fueron asesinadas 49 personas y 53 resultaron en el bar gay Pulse, de la ciudad de Orlando en Florida, Estados Unidos. Luego la cifra de muertos ascendió a 50. El asesino fue abatido por la policía.
De esas 49 víctimas, al autor le llamó especialmente la atención el joven que momentos antes de morir tomó su teléfono y le dejó un mensaje a su madre: “Mami, voy a morir”. Debió ser terrible el instante final. Devastador debió también haber sido para los familiares tener que ir a reconocer los cuerpos de sus seres queridos.
Volvamos a la obra. Elvira Taveras, actriz y directora, plantea una propuesta simple, lineal y clara desde la teatralidad. Sin artilugios que den motivo a la distracción del espectador, centrándose en la intimidad del primer encuentro entre los dos protagonistas de la historia, dejándolos ser y estar desde sus emociones, sus explosiones, sus gestos y la fuerza actoral que el texto propone. Buen punto.
Xiomara Rodríguez, primerísima actriz, encarna a Amelia, madre de una de las víctimas de la masacre narrada anteriormente, férrea profesora de canto, católica practicante y con un evidente sentimiento de amargura, dolor e intolerancia que transmite en la forma en que su personaje va experimentando momentos de transición que la acercan cada vez más a la razón.
Ella maneja cada uno de los estados a la perfección: desde la sorpresa, al miedo, a la ira, al llanto, a la alegría, a la compasión; desde el odio y el resentimiento, hasta la ternura y el amor más pleno.
Isen Ravelo, a quien hemos visto en tres de los últimos montajes presentados en esta segunda mitad del 2022, le toca en esta puesta en escena colocarse a la altura de esta “Grandes ligas”, puesto que esta obra se convierte en un match actoral entre los dos únicos personajes, que no se viene con juegos. El Ramón que le toca representar en la obra debe hacer gala de varios recursos histriónicos para poder salir a flote.
“La golondrina” es un texto contemporáneo en todos los sentidos. Sin embargo, su contemporaneidad se vuelve molestosa, cuando el propio planteamiento sugiere hablar de un crimen de odio por la intolerancia. Imaginar que todavía para el año 2016, cuando ocurrió la masacre, alguien pudiera ser capaz de ejecutar un sinsentido tan atroz, simplemente por no comulgar con las preferencias de los demás, es para cuestionarnos como sociedad.
La sinopsis de esta obra es esta: un joven acude a la casa de una mujer de mediana edad a tomar clases de canto, con la excusa de perfeccionar su técnica para interpretar el tema “La golondrina” en el funeral de su madre recientemente fallecida. Mientras la clase transcurre, se van desvelando secretos que los hacen a ambos más cercanos de lo que nos podíamos imaginar y todo tiene que ver con la tragedia del bar gay Pulse de Orlando.
“La golondrina” se presentó del viernes 2 al domingo 4 de septiembre en el marco del Festival Internacional de Bolsillo de Teatro Guloya, de la Zona Colonial.
En agenda. Las demás obras a presentarse durante todo el mes de septiembre, en este festival son: “Hasta el abismo”, del 8 al 11; “Otelo Sniff”, del 15 al 18 y “Yo creo en el matrimonio”, del 22 al 25.