Cuando están en malas, los ricos dan una fiesta y los gobiernos sacan a pasear la bandera nacional en una “camiona”.
El nuestro es un país aplazado que, por marrullería u oportunismo de sus responsables políticos y/o económicos, siempre llega tarde a la historia; a una reforma fiscal, por ejemplo.
Si alguna de las gestiones de gobierno entre 2004 y 2020, (sin Pandemia ni tercera guerra mundial) se hubiese atrevido a hacer la reforma fiscal e integral que mandaba la ley, la sensatez y sobre todo mandaban las cuentas nacionales, las urgencias de realizar la actual no fueran tantas ni tan peligrosas.
Desde 2004 o antes, cada vez que en el país se hablaba de la necesidad de una reforma fiscal que debía revisar, -como se ha hecho ahora-, cada una de las exenciones fiscales, los presidentes de entonces huían, pero no del “Portaviones Intrepid” en el verso de Pedro Mir, si no de los malos juegos de la plutocracia nacional. Cada uno de esos gobiernos hizo “mutis por el foro”, cada vez que algún organismo internacional (FMI, BID, BM) le advertía del peligro de nuestro déficit fiscal. Cuando un país debe endeudarse cada año para pagar los compromisos de su deuda, es que ese país no anda bien, aunque crezca como China y sus mulatas en flor encandilen a los turistas y les devuelvan las ganas de vivir.
Es ante este escenario, que Abinader, ha asumido su responsabilidad de líder y presidente, y ha decidido realizar una reforma fiscal que para todos -para unos más que otros- representa un absceso en una muela a la que hay que extraer sin anestesia a cuenta y riesgo de que, si no lo hace, el paciente podría morir de septicemia.
Ahí está la pieza de Modernización Fiscal, imperfecta como la democracia, mejorable como los amores, dolorosa como los adioses. Ahora se trata de escuchar los argumentos y razones de cada sector, estudiarlos, ponderarlos y tomar una decisión, sino puede haber consenso que haya visión social y equilibrio.
Abinader no solo se ha negado a ser reelecto “por marrullería constitucional” como era costumbre, sino que, además, con mucho coraje “y un par”, se ha atrevido a hacer lo que su conciencia ciudadana y su responsabilidad de presidente le mandan… proteger las cuentas nacionales, la estabilidad macroeconómica, y la mismísima democracia como si la sonrisa de una Paola fuera. ¡Que así sea!