Recordando algunas frases escritas en “Meditaciones del Quijote” por Ortega y Gasset sobre las circunstancias y el Ser, nos vienen a la memoria los temas Cultura y Educación, praxis responsables de modelar las conductas humanas ante la realidad.
La gestión educativa en las naciones —desarrolladas y ¿en vías de desarrollo?— enfrenta el reto de optimizar sus resultados y calidad, incorporando el potencial existente en lo establecido por las Neurociencias: en el contexto neuronal, los Micro ARN (miARN) “pueden regular diversas rutas y procesos, como la plasticidad sináptica, la formación de la memoria y la respuesta a estímulos”. Sabiéndolo e instrumentalizándolo, recalibraría su importancia disciplinar, porque a la educación y a la cultura las Neurociencias confieren capacidad de incidir sobre la plasticidad cerebral e intermediar las respuestas a los estímulos.
Es como decir: ¡Ey, aquí hay una importante sinergia orgánico-cultural; un intercambio biunívoco de procesos “informacionales”-biológicos!
Entretanto los mi ARN regulan las rutas sinápticas y los procesos formativos de la memoria, la educación y la cultura intermedian las respuestas, cualificándolas más allá —y por encima de— los dictados de la autoconservación.
Decimos que si la cultura y la educación no construyen ciertas experiencias y realidades como amigables, amorosas, sensuales, placenteras, felices y compensatorias, difícilmente ante ellas el tronco encefálico, el tracto gastrointestinal, el hipotálamo, la glándula pituitaria o hipófisis y la hipófisis posterior (neurohipófisis) liberarían oxitocina, serotonina, dopamina o endorfinas.
Esta intermediación de la cultura, entendida como resultado social del proceso educativo, la planteó Ernst Cassirer (n. Breslavia, Polonia, 1874-†NY, USA, 1945) en “Filosofía de las formas simbólicas” (Berlín, 1923), texto también vinculado a la educación, pese a su tan soslayado componente epistemológico.
La cultura constituye un “sistema simbólico” que intermedia entre los estímulos y las respuestas, haciendo del hombre un “animal simbólico”; mediante otro “proceso mnésico”, codifica y recupera información (memoria) a discreción: proceso fascinante, pues revela la sinergia orgánico-cultural, evidenciando la interrelación biunívoca entre esas “dos fuentes” que suplen al cerebro la información que éste transferirá a las neuronas, acopiándolas en cadenas sinápticas. Metafóricamente: largas rutas de saberes. Lo biológico y lo cultural interactuando con igual fin: construir y recuperar memorias. Tanto, que recursos del recuerdo, las cadenas sinápticas, originan mapas de experiencias de doble vía: efectora-reactiva. También lo planteó Cassirer: los contenidos existen de dos formas: “presencia” y “representación”, desarrollando así el concepto “formas simbólicas”: modos de interpretar a las personas partiendo de sus experiencias. Este enfoque reorienta —científicamente— la afirmación de Ortega y Gasset: “En suma: la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre”.
Hay un monumentalismo pragmático en Cassirer: otorgó rol determinante a la experiencia como constituyente de la consciencia y la memoria, dimensiones esenciales de la Educación. También las Neurociencias les conceden ese rol. Para Cassirer, más que registrar estímulos, importa la afirmación humana mediante la acción. Planteó: «no es solo mirar, sino hacer, lo que forma el centro desde el cual comienza la organización espiritual de la realidad para el hombre». Cassirer ratifica la praxis como fuente y recurso del aprendizaje; para él, educación y cultura son catalizadoras de la perfectividad.
¡A hacer se aprende haciendo!