“Lo que piensas determina la calidad de tu mente. Tu alma toma el color de tus pensamientos”.—Marco Aurelio—
El 16 de julio de 1838, un joven visionario llamado Juan Pablo Duarte y otros patriotas, fundaron la sociedad secreta La Trinitaria. Ese acto sembró las bases de la independencia dominicana y representa un símbolo del sacrificio, el amor a la patria en proceso y la fe inquebrantable en la libertad.
La Trinitaria no fue solo una agrupación política; fue la génesis de la germinación nacional, de lucha por una identidad y de resistencia ante un destino impuesto por fuerzas externas.
Duarte, con apenas 25 años, comprendió que la patria en gestación no era un pedazo de tierra, sino un proyecto espiritual y moral. En medio de la ocupación haitiana que negaba los derechos culturales, lingüísticos y políticos de los futuros dominicanos, él supo que solo una conciencia colectiva fuerte y sostenida por valores auténticos, podía revertir ese estado de cosas.
Fundar La Trinitaria fue, por tanto, un acto de fe radical en el poder del pueblo organizado, en la fuerza de la verdad y en la necesidad de asumir un compromiso al servicio del bien común.
Hoy, 187 años después, seguimos enfrentando problemas que ese insigne dominicano hubiera considerado alarmantes: el individualismo que fragmenta, el resentimiento que destruye, el desinterés por la historia nacional, la corrupción de ideales y, sobre todo, una pérdida creciente del sentido de cohesión nacional.
En las escuelas, pocos jóvenes pueden narrar con precisión la hazaña del fundador de la República, o entender la profundidad de su pensamiento. Se repiten las fechas, pero no se siembran los valores. Celebramos con eventos protocolares, pero sin despertar conciencia ni renovar compromisos.
Uno de los problemas más graves que tenemos, y que Duarte nos exhortaría a enfrentar con valentía, es el mal manejo del tema haitiano. Él nunca promovió el odio, pero sí fue claro al decir que una nación no puede ser libre si permite que otra la anule, le imponga su cultura o desconozca su soberanía.
El patricio entendía que la solidaridad no debe confundirse con la renuncia a lo que somos. Por eso, no hubiera tolerado la manipulación política ni la permisividad migratoria desordenada—con notables mejorías hace unos meses—, ni mucho menos el uso ideológico del problema haitiano para dividirnos.
El fundador de la República hubiera querido un país con instituciones funcionales, con una frontera cada vez más protegida, con políticas migratorias humanitarias, pero firmes, promoviendo la educación cívica desde la infancia y habría exigido que los funcionarios públicos vivieran con modestia y sirvieran al pueblo y no al revés.
Hoy, el pilar de la Independencia, estaría despertando conciencias entre los jóvenes, formando líderes y recordándonos que la patria no se vende, alquila ni improvisa.
El libertador dominicano, vivió en un tiempo sin Estado dominicano, sin recursos y sin apoyo internacional. Aun así, logró despertar una revolución nacionalista.
Hoy tenemos Estado, medios e historia, pero nos faltan la pasión, la coherencia y la disciplina que encarnaron él y sus compañeros. Nos falta la fe en nosotros mismos.
Recordar la fundación de La Trinitaria no debe ser un mero acto de calendario. Es una oportunidad para revisar nuestro compromiso con la República. ¿Estamos a la altura del sacrificio de Duarte? ¿O seguimos traicionando su legado con la indiferencia, el egoísmo y el olvido?
Que el 16 de julio sea cada año un llamado urgente a volver al origen, a la esencia de la dominicanidad, a retomar los valores de entrega, sacrificio y amor por la nación. Solo así seremos verdaderos herederos de La Trinitaria y no simples repetidores de fechas sin contenido.