En estos días que ya se pueden considerar especiales porque en ellos el gobierno de la República se apresta a su terminación dentro de 1,043 días, me sentí animado a hacer algunas referencias acerca de la singularidad que implica y para hablar de la soledad que se genera en ese tramo del tiempo. Llegué a citar de México la obra de Luis Spota “El Primer Día”, que es parte de una serie de libros interesantes que escribiera bajo el título “La Costumbre del Poder” y que fue la que más me impresionó y se me hizo necesaria para abordar el tema de hoy: Ese Primer Día.
No me fui lejos a buscar entre otras rememoraciones porque opté por hacer simplemente algunos comentarios de vivencias que tuve en la terminación de un gobierno al cual le sirviera en tres períodos, presidido por el Dr. Leonel Fernández.
En efecto, en su primera salida de poder en el año 2000 me ocurrieron dos cosas que se avienen con mis propósitos de hoy plenamente. La primera, sucedió cuando se inauguraba el Elevado que parte desde el Puente Duarte y tiene la antigua calle Dr. Delgado entre sus cruces.
Fui a la ceremonia de entrega de aquella obra y, como siempre, la gentileza del Presidente Fernández me situó bien cerca de él. Se pronunciaron dos discursos breves sobre la inauguración; él no habló, pero una vez terminada la ceremonia nos invitó a los que estábamos en el palco expreso a que camináramos por la obra que se inauguraba y allí yo observé en su rostro una muestra de desaliento y decepción, cuando me dio: “Dr. Castillo, usted se dio cuenta de la poca gente que había en el palco?” Y yo le respondí mientras caminábamos: “Presidente, no se preocupe por eso. Usted sabe tanto como yo de lo que es la soledad que impone la terminación de un período presidencial; no haga usted caso de la ausencia del oportunismo y de las tratativas aborrecibles de la gente que va a las posiciones públicas, desgraciadamente, con propósitos innobles de provecho, que puede ser en la mayoría de los casos legítimo, pero tarado por inconductas que ya sabemos. A lo que usted tiene que ponerle atención primordialmente es a los millones de dominicano usuarios de este paso a desnivel, que usted entrega hacia futuro.”
Recuerdo que hice mención en un momento de una expresión de Churchill, que siempre la he utilizado como advertencia, “Los políticos ordinarios piensan en las próximas elecciones; los estadistas, al contrario, sólo piensan en las próximas generaciones. Ese sayo le sirve a usted.”
Se lo dije caminando; no sé si el recuerda la advertencia plenamente, pero yo que la sentí, sí la puedo citar en esta Reminiscencia, años después, para referirme a otra terminación de gobierno y darle un consejo, no tan cercano como aquél, al actual presidente.
Paso con frecuencia por la Autopista Duarte y a partir del kilómetro 9 comienzo a ver el tren elevado en construcción que va a Los Alcarrizos. En una ocasión reciente le dije a uno de mis hijos: “Esta obra puede ser una vitrina fabulosa para la recordación de la presidencia de Luis Abinader, si se termina. Ahora bien, podría ser desastrosa ruina, si por alguna razón de fallas estructurales, o no sé de qué, no se logra ponerla en uso. Recuerda hijo, que por aquí pasan millones de dominicanos cada año, especial y señaladamente los que van al Cibao, corazón de la República, sin descontar todo lo que existe en el litoral norte de nuestro país.
Ahora bien, vuelvo a Leonel Fernández y confieso que me impresiono muchas veces cuando paso por la esquina formada entre las avenidas Lincoln y John F. Kennedy; es decir, muy cercana a una estación del Metro, porque alcanzo a ver en la mañana filas enormes de gente nuestra valiosa que van saliendo de la estación correspondiente, y en la tarde, la fila aumentada de personas de todo tipo; las primeras que vienen innegablemente a sus trabajos, así como el regreso del atardecer. Esto, sin contar lo que se debe estar produciendo durante todo el día como circulación ordinaria.
Pues bien, en estos días cuando se habló de que el Metro sería paralizado porque se iban a hacer unas reparaciones y una adición en uno de sus tramos, la señora que en la cocina de mi hogar prepara cuanto como, la vi muy angustiada, porque al preguntarle qué le ocurría me dijo llorosa: “Usted sabe que yo vivo por allá por donde se le llama el 19; vengo en la mañana y me voy en la tarde a mi descanso con la ventaja de contar con el tren y ahora eso se ha vuelto un problema de mucha gente, que no sabe cómo va a hacerse con la interrupción de ese servicio.”
Me impresionó oírla y pensé: “El Presidente Luis Abinader debe dedicarle la mayor parte de sus energías y el mayor celo de su cuidado a que ese tren elevado a Los Alcarrizos termine lejos de toda crítica, funcionando, para que otros millones de dominicanos le recuerden bien.
Como se advierte, en esta Reminiscencia procuro, como siempre, aconsejar y advertir a amigos con responsabilidades públicas delicadas para que no olviden el sublime señalamiento de aquel gigante de la libertad mundial que cito anteriormente.
No hay estado espiritual superior al deber cumplido. Así me siento.