La quinta temporada de “Emily en París” llegó a Netflix envuelta en una paradoja que ya parece definir a la serie: es una de las más criticadas de la plataforma y, al mismo tiempo, una de las más vistas y comentadas.
A cinco temporadas de su estreno, la creación de Darren Star continúa generando conversación, incluso cuando buena parte del debate gira en torno a sus debilidades narrativas.
Las críticas no son nuevas. Desde sus primeras entregas, la serie ha sido señalada por una trama ligera, conflictos amorosos repetitivos y una representación idealizada y, a veces caricaturesca de Europa.
En esta nueva temporada, esos cuestionamientos se intensifican: relaciones que se sienten forzadas, giros sentimentales que parecen existir solo para sostener el drama y un desarrollo de personajes que avanza poco o nada.
A esto se suma el debate en torno al vestuario, uno de los sellos más reconocibles de la serie. Si bien “Emily en París” convirtió la moda en parte central de su identidad, esta temporada ha generado reacciones divididas, con looks que algunos consideran excesivos o desconectados de la evolución del personaje principal. Lo que antes se celebraba como audacia visual, hoy para ciertos espectadores satura.
Sin embargo, reducir el fenómeno únicamente a sus fallas sería ignorar una realidad contundente: la serie sigue funcionando. Y funciona muy bien ya que continúa posicionándose entre los contenidos más vistos de Netflix y mantiene una expectativa constante cada vez que se anuncia una nueva entrega. ¿La razón? Una estrategia clara de escapismo (buscamos contenidos que nos saquen de la vida laboral, las responsabilidades y que no nos pongan a pensar mucho), ritmo ligero y una narrativa diseñada para el consumo inmediato.

Más allá de la coherencia del guion, la serie entiende a su público. Ofrece fantasía, escenarios aspiracionales, conflictos emocionales reconocibles y una protagonista que, pese a sus contradicciones, sigue siendo cercana para muchos. “Emily en París” no busca profundidad existencial ni realismo social; apuesta por el entretenimiento puro en un formato fácilmente digerible.
Desde el punto de vista del marketing, el resultado es evidente. La conversación en redes sociales, el impacto visual de sus campañas y su capacidad de mantenerse vigente confirman que el éxito no siempre está ligado a la aprobación crítica. En un ecosistema saturado de series, lograr que se hable, para bien o para mal, ya es una victoria.
La temporada cinco reafirma que “Emily en París” es una serie que vive de la contradicción: cuestionada por su contenido, pero sostenida por una audiencia fiel.
Tal vez no sea la mejor serie de Netflix, pero sí una de las que mejor entiende cómo mantenerse en el centro de la conversación. Y aunque no se ha hablado formalmente de una sexta temporada, el último episodio deja abierta la posibilidad de continuar la historia de la experta en marketing, confirmando que, mientras haya público dispuesto a verla, Emily seguirá encontrando la forma de regresar.