A veces, llegas por accidente a un lugar y de pronto te das cuenta de que hay razones de sobra para que estés ahí. Así se dio el encuentro con Celis, la protagonista de esta historia.
Con mucha destreza, ella arreglaba el cabello de una de sus clientas, cuando sin dejar de trabajar hizo una pausa para saludar. “Esa es mi tía”, dijo Laura. “Encantada, a su orden aquí”, contestó con una sonrisa, la dominicana dueña de un hermoso salón en Estados Unidos.
No bien terminó del primer proceso que realizaba, cuando de inmediato preguntó: “Quieres un cafecito”. La respuesta fue un sí. Unos minutos más tarde volvió con una bandeja bien preparada y un café al estilo dominicano.
Ver el hermoso centro de belleza de Celis, despertó esa curiosidad periodística que nunca quiere “quedarse” a descansar. Después de que ella conversó por un buen rato con su familia que vive en su amada República Dominicana, se le dijo: ¿Le puedo hacer una pregunta? “Claro”, contestó con amabilidad. ¿Qué hay detrás de esta historia de superación? “¡Ay, si yo te cuento todo lo que he pasado para llegar aquí…!”. Se sienta para acomodarse y contar lo vivido.
Las verdes y las maduras
Celis, el nombre con el que todos la conocen, ha saboreado el sabor amargo de sacrificarlo todo para vivir el sueño americano. “Yo estaba bien en mi país. Tenía un buen salón y me iba de maravillas, pero realmente, quería superarme más, y decidí venir para acá a echar una aventura”. Le gustó lo que estaba pasando al principio, pero nunca imaginó que atravesaría por situaciones de calamidad que nunca vivió en su tierra.
“Comencé a trabajar en un salón de belleza ayudando a una amiga mía y ella ayudándome a mí”. Pero lo que ganaba no era suficiente para sobrevivir en un país con rentas muy altas, con muchos servicios que pagar y sobre todo, con un ritmo acelerado que transforma el diario vivir.
Antes de lograr el gran salón que hoy tiene, pasó por varias experiencias. Vivió decepciones, conoció lo que es la solidaridad de gente que a veces ni se imaginaba podía tener un gesto con ella.
“Antes de esto, trabajé en muchos sitios, pero supe que podía luchar por lo mío cuando una señora que me cogió mucha confianza, me pidió que me hiciera cargo de su salón en lo que ella iba a un viaje. Acepté, gracias a Dios quedé bien parada. Peso que entraba, peso que ella recibió”. Pero no a todos les agradaba que Celis ganara puntos con la propietaria de ese negocio.
Sembrar cizaña se estila cuando se confía en quien último llegó al lugar. “Recuerdo que había una persona que le decía, ‘mira, no te encariñes mucho con ella, esa se va a ir a poner su propio salón’. Lo decía porque veía que muchas de las clientes querían arreglarse conmigo y que la dueña confiaba en mi trabajo”. No le paró bola a ese comportamiento envidioso. De hecho, se lleva muy bien con la persona que veía en ella una fuerte competencia.
Su bondad es tal que, nunca creía que estas cosas se daban porque le querían hacer daño. “Yo siempre entendía que era porque esas personas veían potencial en mí para echar hacia delante. Mejor me sentía retada a darlo todo para lograr superarme”. Finalmente, llegó el momento de independizarse.

Sin dinero, se atrevió a alquilar un pequeño espacio. “Le decíamos ‘la cuevita’, pero ahí fue donde decidí avanzar para ir por más, para lograr establecerme bien y lo logré. De hecho, antes de este que tengo, tenía otro bien grande y bonito, pero me cambié para acá y me siento bien, porque mis clientas me siguen adondequiera que voy”. Es a ese primer pequeño espacio al que le agradece inmensamente lo que hoy es. En él tejió sus sueños, luchó por ellos y se superó.
“Me duele porque no pude llegar a tiempo a ver a mi papá cuando falleció”
Al principio de la conversación, todo iba muy bien. La dueña de esta historia contaba con lujos de detalles sus peripecias en la ‘Gran Manzana’. Sonreía porque notablemente siente orgullo de lo logrado en medio de lágrimas, de sudor, de frío, y más que todo, de la ausencia de los suyos.
Eso sí, cuando le tocó el turno de hablar de su familia, la que dejó atrás para superarse y ayudarla, el llanto dominó la escena. Llevaba sus manos hasta sus ojos para limpiar las lágrimas que no podía contener.

Está consiente de que muchas veces ha necesitado el abrazo cálido de su hijo, otras tantas ha anhelado el consuelo de su madre o el consejo de su padre. Tristemente, a éste lo perdió habiendo tenido años sin verlo.
“Es lo que más me ha dolido en la vida, perder a mi papá estando fuera del país y, precisamente, durante el proceso de mis papeles. Conseguí que me dieran un permiso y pude ir, pero no llegué a tiempo para verlo…”. Llora desconsolada y su llanto contagia. Son muchos los dominicanos que han de haber pasado por esta experiencia.
Vivió su duelo con su familia, pero tuvo que regresar en poco tiempo para cumplir con la palabra empeñada cuando logró el permiso. Claro, deseos no le faltaron para abandonarlo todo y quedarse en su amado país, pero sabía que tenía que completar su misión de superarse y quedar bien con ella misma. No podía tirarlo todo por la borda.
Volver posición anterior revolvió sus emociones. Ya no estaba regresando la mujer que quería tener éxito, sino la hija que había perdido a su papá, la madre que volvía a dejar a su hijo, y la persona que debía ser fuerte para volver a la carga.
Decepciones amorosas
Al contar su historia, Celis recuerda que, cuando llegó a Estados Unidos, había momentos en que la lucha por la que debía atravesar superaba sus fuerzas.
“Nunca pasé hambre porque siempre encontré ángeles en el camino, pero trabajo sí que he pasado”. Para reducir la nostalgia y la tristeza por la que atravesaba, se embarcó en una relación con alguien que después de un tiempo, le puso la cosa peor.
“Sufrí una gran decepción, fui engañada, estafada, uffff, si hubiese seguido con esa persona, hoy no estuviera aquí, pero Dios me ama y me ayudó a salir de ahí y encontrar a alguien que sí vale la pena”. Es una mujer de fe.
Agradecimiento
En lo que lleva en Estados Unidos ha encontrado muchas personas a las que debe agradecimiento de por vida. Entre ellas, a quienes le extendieron la mano cuando llegó a esa potencia de oportunidades, pero también de temores y sacrificios. A esas mujeres que le abrieron las puertas de su salón para darle trabajo. A otras que la ponían a ganarse el peso en lo que pudieran ayudarla, pero sobre todo, a un gran amigo que, cuando más necesitó, le prestó su hombro para que se apoyara.
“A ese amigo, no sé ni cómo es que le voy agradecer. Cuando decidí poner mi saloncito, en ese sitio que ni cabíamos, en la ‘cuevita’, que te dije, me prestó su tarjeta, y me dijo que comprara lo que necesitara para ponerlo. Recuerdo que compré el lava pelo, el blower y lo necesario para instalarme. Después se lo iba pagando como yo podía, y nunca me presionó”. Llora de sólo recordar ese gran favor que no sabe cómo pagarlo.
Una negociante innata
La superación de la dueña de esta historia, no se debe sólo a lavar el pelo, poner un tinte, un tratamiento profundo ni nada de eso. Ella dispone su espacio a personas que ofrecen otro tipo de servicio en el mundo de la belleza.
“Mis clientas hacen su cita con esas personas que brindan atenciones estéticas, como las uñas, las cejas, las pestañas…, vienen y las arreglan aquí y a mí me pagan un porciento de lo que cobran por su trabajo”. Eso sí, es generosa y le gusta que todos salgan ganando lo justo.
No le tiene miedo al trabajo y mucho menos a atreverse. “Todo lo que represente progreso, y buscar el peso de forma honesta, no es problema para mí. Me gusta aventurarme y probarme a mí misma que sí puedo”. Muchas veces se ha caído, pero se levanta, se sacude, camina derecha y sale a conquistar el mundo.