Dajabón, RD
Al leer la noticia de una adolescente de apenas 13 años hospitalizada tras ser abusada sexualmente por cinco hombres en San Francisco de Macorís, sentí un nudo en la garganta. Me dolió como mujer, como dominicana y como ser humano. No pude evitar preguntarme: ¿qué está pasando con nuestra sociedad? ¿Cómo es posible que a una niña se le arrebate la inocencia de manera tan cruel y despiadada?
Este caso es un reflejo desgarrador de lo que vivimos día a día las mujeres: el miedo constante, la vulnerabilidad en las calles, el silencio que se nos impone y la indiferencia que muchas veces rodea nuestro dolor. No es un hecho aislado; es una herida colectiva que se abre cada vez que una mujer, una joven o una niña es violentada.
Nosotras cargamos con la doble condena: primero, el abuso; luego, la indiferencia. La sociedad suele juzgar, culpar o mirar hacia otro lado, mientras el sistema de justicia avanza lentamente, dejando a las víctimas con la sensación de abandono. Y ese abandono duele tanto como la agresión misma.
Lo que le ocurrió a esta niña no solo le arrancó la inocencia, también le arrebató la confianza en el mundo adulto, la seguridad de caminar libre y la posibilidad de vivir sus 13 años como lo que son: un inicio lleno de sueños. Y eso, como sociedad, debería estremecernos a todos.
No basta con indignarse un día y luego olvidar. Necesitamos políticas más firmes, procesos judiciales rápidos y ejemplares, pero, sobre todo, necesitamos una transformación cultural que eduque en respeto y empatía. Porque mientras sigamos normalizando la violencia, seguiremos enterrando sueños, vidas y futuros.
Yo escribo estas líneas con el corazón desgarrado. Porque el sufrimiento de esa niña también es el nuestro, porque la violencia contra una mujer es violencia contra todas. Y porque ya no podemos seguir callando.
Exijo justicia. Exijo respeto. Exijo que despertemos como sociedad antes de que el dolor se convierta en costumbre.
Por: Yameirys Acevedo.