Unas pequeñas luces de Navidad quizás no puedan disipar las penurias y necesidades que se tejen alrededor y dentro de las paredes de zinc que protegen de la intemperie a la familia de Fior Daliza Valdez, en la cañada de Diómedes, una especie de frontera entre el sector 27 de Febrero y Guachupita.
Sin embargo, bombillitos y dos muñecas, es lo único que esperan Natacha y Victoria, su hija y sobrina, para con sus sonrisas y carcajadas iluminar la vivienda en estas festividades.
Mientras tanto, Natacha, Victoria y Jonathan, este último el segundo hijo, se conforman con los rayitos de luz que se filtran por las hojas de zinc y que, en la oscuridad de la única habitación de la casa, parecen estrellas que les despiertan por la mañana y solo desaparecen cuando cae el sol.
“Ellos se van corriendo para donde los vecinos desde que ven las luces en la noche”, manifestó la madre de 29 años que se pasa los días a esperas de que una mano amiga toque su puerta con alimentos para sus pequeños.
Sobre el colchón pelao’, que usan para dormir los cuatro integrantes de esta familia y a la que se suma a veces Victoria, la sobrina, reposa la inocencia de los pequeños de dos, cinco y siete años que pasan sus días dando vueltas en la cama y correteando sobre el piso rústico, ignorando las dificultades económicas que enfrentan sus padres y por las cuales han tenido que pasar hasta días completos sin nada más que agua.
“Hay veces que duramos hasta días sin comer, una vez duramos como tres días, mira, no es fácil”, manifestó Fior, mientras perseguía con la mirada cada paso que daba Jonathan, el segundo de sus hijos y en quien invierten cada peso que consiguen para comprar los medicamentos que evitan que el pequeño tenga convulsiones.
Un niño muy especial
A sus siete años Jonathan no ha logrado hablar, por la escasez de recursos que impiden a sus padres costear la terapia del habla que le indicaron los médicos que dan seguimiento a su caso, pero aun así se ha ganado el cariño de sus vecinos, hermanos y Victoria.
“Ven Jonathan, por ahí no”, le decía su primita que aun siendo menor que él, en edad y estatura, con abrazos y cosquillas logra que no salga de la vivienda o juegue con artículos de la casa que le puedan lastimar.
Fior contó que el pequeño “nació como un vegetal; ni se movía, ni comía”, y durante sus primeros años recibió atención en el Hospital Infantil Dr. Robert Reid Cabral y el Instituto Nacional de Atención Integral a la Primera Infancia (Inaipi), lugares donde pudo ponerse de pie y caminar por sí solo.
El tiempo que Jonathan pasaba en Inaipi no solo le daba a Fior la alegría de ver a su niño progresar, sino que también aprovechaba esas horas para hacer “picaditas” y ayudar a su esposo, Alejandro Brito, con los gastos del hogar.
Y aunque Jonathan mejoró su condición de salud, también creció y al alcanzar sus seis años de edad quedó fuera del instituto.
“El solo podía estar ahí hasta los cinco años, entonces después me lo sacaron”, explicó Fior, al tiempo que señaló que como nadie puede cuidar de él mientras ella hace “trabajitos”, se dedica a cuidar de sus dos hijos.
“Yo quisiera, pero y como yo puedo… él estaba reaccionando, pero las terapias son a 5,000 pesos y nosotros no tenemos eso”, externó la madre.
Sacrificio
Además de Jonathan y Natacha, Fior y Alejandro también tienen a Joel Manuel, quien no vive junto a ellos por la falta de espacio.
El niño de nueve años se queda con la abuela que trabaja en el área de limpieza de espacios públicos del Ayuntamiento del Distrito Nacional.
A su corta edad, Joel Manuel dio muestras de sacrificio por los suyos, a raíz de que la televisión de su madre solo funciona a veces y “si hace mucho frío o llueve hay que sacarla a calentar en el sol”, le cedió su tablet a sus hermanos para que mientras él va a la escuela, ellos se entretengan.
El niño recibió el equipo electrónico para junto a sus compañeros de clases dejar atrás la enseñanza de lápiz y papel, pero por sus hermanitos él prefirió postergar su oportunidad de aprender de la mano de las nuevas tecnologías.
Por otro lado, en los más de 10 años que la familia tiene residiendo en la zona, siempre ha contado con el apoyo de los vecinos.
SEPA MÁS
Nochebuena
Para reunir el dinero de la pintura, los medicamentos y la comida diaria, Alejandro sale temprano para hacer servicios de delivery en un motor prestado, tras perder su trabajo como vendedor en un colmado como consecuencia del impacto de la pandemia del Covid-19.
Es en lo poco o mucho que consigue diariamente Alejandro que descansa la esperanza de esta familia para ver sobre su mesa algún platillo que les permita compartir juntos durante la Nochebuena.
“Si se consigue algo, se hace una cenita ahí (señalando la estufa de mesa arrinconada junto a un pequeño tanque de gas) o si no, nos la pasamos aquí tranquilos como en otros años”, expresó Fior.