Estaba sentada en la última fila de los asientos para los graduandos de la XLVII ceremonia ordinaria de la Universidad del Caribe (Unicaribe). Contrario a otras graduandas, que llevaban un rostro cargado de maquillaje, luciendo sus bellas sombras de ojos y llamativos pintalabios, ella tenía colocado sólo unos lentes negros. No pasaban desapercibidos y causaban una desbordante inquietud a la distancia.
Reporteros se acercaron un poco más hacia ella y se percataron de que cargaba un bastón blanco. En ese momento, se apagó un poco la exuberante intriga. Después lo constataron al preguntarles a autoridades de la alta casa de estudios allí presentes si se graduaban algunos con algún tipo de discapacidad. La respuesta fue afirmativa. Eran cinco, con diferentes tipos, pero ella era la única con discapacidad visual.
Al cabo de un rato, luego de unos aplausos, ella se paró y tiró de su bastón cuando escuchó el anuncio de la entrega de títulos de “Educación”. Una chica de protocolo la acompañó en la fila.
Llegó casi al frente en la fila, sólo había unas dos personas por delante. “Educación mención Lingüística y Literatura”, anunció la maestra de ceremonias y allí estaba ella. “Carolina Tineo”, dijo, y ella sonrió con pequeñas carcajadas y caminó al escenario haciendo “la caminata del triunfo”. La sostuvieron para subir las escaleras.
Cuando se disponía a bajar, reporteros le preguntaron a protocolo si se podía conversar con ella. “Claro que sí”, contestó quien la acompañaba antes de que ella bajara.
Cuando la abordaron para saber cómo se sentía al notar su emoción, respondió: “Me siento muy bien porque lo logré, a mis 38 años… Y esto no fue un esfuerzo solo mío, sino primero de Dios, de mi madre Anaelsa, de mis amigos que me animaron, gente que a veces yo no conocía y me decía que yo podía hacerlo y por mi niño de 10 años”, respondió.
Carolina, quien en la actualidad reside junto a su madre Anaelsa y su niño en Los Girasoles, del Distrito Nacional, decía a seguida, una y otra vez: “Mírame, mírame… ¿lo ves? todo lo que uno se propone lo puede conseguir, sin importar el tiempo”.
Ya iba a iniciar el juramento de los graduandos para finalizar la graduación, así que reporteros tuvieron que esperarla a su salida.
Orgullo de su madre
Ya fuera, reporteros se encontraron con su madre, doña Anaelsa. Allí acompañaban a Carolina sus amigos también con discapacidad visual, su madre y su hijo, quienes tenían planes de ir a celebrar a la Ciudad Colonial.
Desconocidos que habían sido testigos de cómo fue a recoger su título se acercaban llenándola de gratulaciones. “No te conozco, pero te felicito por eso que has logrado, eso es de personas valientes”, le dijo uno de ellos.
A doña Anaelsa se le empezaron a salir las lágrimas al escuchar los elogios que recibía su hija y no era para menos. Su hija es su orgullo, porque había cumplido una de sus metas.
“Yo le preguntaba: Caro, ¿y hasta cuándo es que seguirás estudiando?, y ella me decía: ‘Ay, mami, faltan muchos años’. Yo pensaba que eso nunca iba a llegar y hoy estamos aquí”, contó con la voz quebrada de la felicidad doña Anaelsa Tineo, sosteniendo el título y la esclavina de su hija.
Anaelsa expresó que se sentía agradecida con Dios, al ver que la siembra que había realizado en Carolina, quien es una de sus cinco hijos, daba fruto. Eran muchos los sacrificios que había atravesado. El más grande, destacó, era no contar con el apoyo desmedido y entregado de un padre.
También, en ocasiones, rememoró cómo a las 2:00 de la madrugada la encontraba haciendo tareas y le decía que se durmiera cuando la veía, pero ella no le hacía caso y se quedaba hasta el amanecer.
“Yo me dormía, sin embargo, ella no, lo que era una bendición para mí, que mi hija le echara ganas a los estudios por ella misma”, dijo.
Carolina, además, recordó que le daban ganas de tirar la toalla. “Yo le decía que me iba a retirar porque ya estaban poniendo plataformas digitales, las cosas se estaban modernizando y yo no iba a saber cómo manejarme y ella me decía que si yo lo iba a soltar después de ella llevarme a la escuela y al bachillerato y yo pensaba que lo mejor era que tenía que seguir”.
Ella tuvo que cumplir con sus responsabilidades educativas como alguien normal. “Cuando se me tenía que regañar, se me regañaba”, dijo.