Escuchar las dos campanas siempre es la mejor vía para usted creer en una u otra versión de los hechos. Pero, aun teniendo acceso solo a una de las dos, nunca es bueno juzgar a los demás. Con la historia de Carlos Manuel López Álvarez pasó esto. Sólo se tiene su verdad. El dueño de la otra parte, ya falleció.
Pero no visitó LISTÍN DIARIO para que lo juzguen de nuevo. Si pagó siendo inocente, ante Dios dará cuenta por ello el amigo que dice él que lo traicionó, y si en realidad lo hizo, pues ya saldó su cuenta. El caso es que de ser un prisionero pasó a ser un misionero. Hoy le sirve a la iglesia, de manera especial, a los privados de libertad de Haras Nacionales. Pertenece a la hermandad de Emaús Hombres.
Precisamente, fue en ese centro, antes vacacional, hoy correccional, donde López Álvarez cumplió la mitad de su pena. Salió antes por buena conducta. “Ahí todo el mundo me quería porque me dediqué a trabajar todo lo que tenía que ver con madera, yo lo hacía. Siempre colaboré con lo que me pedía”. Su oficio de ebanista lo ayudó a levantar obras que ameritaban de su experiencia.
Ahora apenas puede hacer trabajitos para sobrevivir. Fue operado de glaucoma de su ojo derecho, y el izquierdo cada día se “apaga” más, como él mismo dice. Necesita con urgencia una cirugía, pero no tiene los recursos para someterse a ella, como tampoco para tener una vida digna. “Yo vivo de una tarjeta de 1,600 pesos que me da el Gobierno, de la ayuda de los vecinos y la gente de la iglesia, y de algunas cositas que hago a veces”. Se pone triste.
Esta cita la corrobora Rolando Encarnación, un profesor que también sirve a la iglesia, y que acompañó al protagonista de esta historia a LISTÍN DIARIO, no sólo para que evidenciara sus necesidades, sino para que lleve un mensaje a la juventud en torno a lo difícil que es estar privado de libertad.
EN LA VICTORIA NO CANTÓ “¡VICTORIA!”
Para Carlos Manuel López Álvarez, tal vez el haber estado privado de libertad no es lo que más le ha dolido en esta amarga experiencia. El saber que fue traicionado por su mejor amigo, ha sido lo más grande que le ha pasado en la vida. “Él me acusó de haber abusado de su hija, cuando en realidad, mi esposa y yo lo único que hacíamos era darle comida a su hija y a su mujer porque él no podía atenderlas en ese momento. Yo tenía un taller de ebanistería y lo que ganaba era para mi familia y para ayudarlos a ellos”. Esta parte lo pone melancólico, pero decide continuar el relato.
“El caso es que él hizo todo, hasta le sacó un acta de menor a la hija, que ya era mayor de edad, y se la arregló para mandarla para Puerto Rico. No esperó que ella fuera a declarar porque sabía que ella mantuvo siempre que era mentira. Yo fui a la cárcel por un delito que no cometí”. Sea cierto o verdad, es su historia y conmueve.
En La Victoria pasó los ocho meses más largos de su vida. “Allá pagaba yo 1,500 pesos semanales para poder dormir en una cama con seis personas más. Dormíamos siete juntos como sardinas y si nos tocaba cerca del techo, era como estar en un horno”. Para López Álvarez estar preso en esa cárcel es como estar en el “purgatorio”. Ahí vio de todo, sufrió por otros, ayudó a quienes le necesitaban y oró por todos.
«LLEGAR A HARAS FUE LLEGAR A LA GLORIA»
Cuando el dueño de esta historia salió de La Victoria y fue trasladado a Haras Nacionales, «vi la gloria». No podía creer que iba a salir del infierno en el que según mantiene, su amigo lo había enviado. «Como siempre he tenido un buen comportamiento, así mismo me comporté en los dos sitios, pero ya en el nuevo centro, era todo mejor, y viendo que yo no representaba ningún peligro, me dejaban ir a bañar a mi viejita a mi casa, y volvía de nuevo para el centro». Al decir esto la nostalgia lo invade. Su esposa murió.
“UNA CAMA, UN BOMBILLO Y MUCHA FE ES LO ÚNICO QUE TENGO PARA VIVIR”
“Yo soy un hombre acostumbrado a trabajar, es más, aun así sin ver bien, me encuentro en la calle un pedacito de madera y de una vez, hago algo con eso. Si encuentro quien me lo compre bien, y si lo tengo que regalar, lo doy”. Cuando cuenta esto, completa la cita diciendo: “Yo tengo la enfermedad que tenía Balaguer en los ojos”. Se los toca y luego fija la mirada en sus manos como si quisiera comprobar qué tanto ve.
Carlos Manuel López Álvarez no está acostumbrado a pedir ayuda. Su hermano de la iglesia, Rolando Encarnación lo confirma. “Y le puedo decir que, con todas y las necesidades que tiene Carlos, cuando se hace una recolecta para algo, el primero que pone lo que sea que tenga, es él”. Al ofrecer este dato, el profesor lo mira con admiración.
Sin embargo, la situación de salud que tiene el dueño de esta historia, y las limitantes de su edad para conseguir trabajo, lo llevan a acudir a la buena voluntad de las autoridades y la población para poder subsistir. “Como le dije, yo lo único que tengo es una cama y un bombillo, más nada, y los 3,700 pesos que pago por el alquiler de la pieza, lo consigo con las cositas que hago, y con la ayuda de la iglesia y los vecinos”. Su rostro evidencia que le avergüenza tocar esta parte, más aun cuando antes de todo esto lo sucedido, era dueño de un taller de ebanistería.
“AGRADEZCO A MI HIJA MAYOR”
Desde que cayó preso, su hija se entregó en cuerpo y alma para que su padre estuviera bien, pese a las calamidades que como ya es sabido, se pasan en la cárcel de La Victoria. “Ella era la que buscaba el dinero para pagar la cama, para yo tener algo ahí adentro porque eso no es fácil, y de lo que ella me llevaba, tenía que sacarles a los policías”. Esta parte no sólo lo indigna a él. Es un tema espinoso que es mejor no tocar.
Tristemente, ella vive fuera del país, y se le ha hecho difícil volverla a ver, pero le agradece su buen comportamiento. No puede decir lo mismo de su familia, pero no guarda rencor. Su único compromiso lo tiene con Dios y con las personas a las que le sirve con el corazón.
EL DOLOR MÁS GRANDE DE SU VIDA
López Álvarez tiene 21 años que no ve a su hija menor. No conoce a sus nietas y llora por el sufrimiento que esta situación le ha causado. “Ella se juntó con un hombre cuando apenas tenía 12 años. Eso es lo que más me ha dolido a mí en la vida, yo diría que hasta más que estar preso”. En este momento sus ojos se llenan de lágrimas, pero parece que el haber pasado por tantas pruebas, lo ha hecho más fuerte.
Esa fortaleza la mantuvo el día en que quien lo acusó de lo que reitera, no hizo, fue a verlo a la cárcel a pedirle perdón. «A los cinco días de ir donde mí, se murió». Lo dijo apenado, pese a todo.
BUSCAR DE DIOS
Desde los cinco años visita la iglesia católica, una tradición que heredó de su madre. Por eso es que le ha dolido tanto haber sido acusado injustamente “porque quien cree en Dios, no hace lo mal hecho”.
Nunca ha perdido su fe. Estando en Haras Nacionales, vivió una de sus mejores experiencias: el retiro de Emaús Hombres, y hoy lleva un mensaje de aliento, no sólo a privados de libertad, sino también a la sociedad a la que exhorta a buscar de Dios en todas las circunstancias.