Asimov confiere a la psicohistoria capacidad predictiva sobre el comportamiento de grandes grupos en el futuro. Ficción aparte, y con perdón del DSM, el “Síndrome de Estocolmo” se antoja como herramienta interpretativa a través de la cual decodificar el comportamiento de individuos y colectivos expuestos a situaciones de secuestro o abuso. Podríamos especular también que el mismo aplica a colectivos más amplios y complejos. Sotto voce escucho amigos del PRM quejarse, al sentirse sustituidos y desplazados por quienes, mientras estaban en la oposición, se mostraron como sus más fieros detractores y adversarios. En algunos comentarios, más que crítica o despecho atisbo frustración, al ellos constatar que buena parte de los procesos de conceptualización, diseño e implementación de políticas públicas y ejecutorias de su partido, están en manos de algunos de quienes durante 16 años les adversaron inmisericordemente.
Otros amigos vinculados al poder también me cuentan que “la política es compleja”, que “una cosa es la oposición y otra es gobernar”, y lo dicen con un convencimiento, una iluminada sapiencia, una admiración por el otro devenido en repentino y exultante compañero de viaje (otrora adversario), que raya en la fascinación homoerótica. Ante lo generalizado de ese comportamiento, honrosas excepciones aparte, me pregunto: ¿sufren algunos funcionarios del PRM del Síndrome de Estocolmo?
El proceso de identificación del rehén con su captor/agresor, independientemente de que sea un mecanismo automático que potencia las posibilidades de supervivencia del violentado, es, también, una forma subliminal y figurada de ascensión dentro de la jerarquía del poder. Al identificarnos con nuestro agresor, no sólo asumimos ese rol, sino que olvidamos y superamos nuestro rol de víctima.
La fascinación que sienten muchos funcionarios del PRM al incorporar a sus equipos, a cuadros de equipos adversarios, podría entenderse y justificarse en el plano técnico/burocrático desde la lógica de la continuidad del Estado, y es correcta; pero, en la lógica política, delegar la construcción del relato y el control de su comunicación efectiva en manos de quienes diseñaron e implementaron las estrategias que impidieron su triunfo durante 16 años, no sólo se puede explicar desde el mantra de que “la política es sumar”, sino también desde la psicología, que ayuda desentrañar la psiquis de aquellos que fueron maltratados, humillados, ninguneados y pisoteados por esos que hoy se presentan como sus más fieles colaboradores.
Si “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, la campaña electoral será el escenario bélico donde operarán unas reglas frías e inmutables, y las elecciones, la batalla final. En el momento decisivo, decisivo será también el espíritu de cuerpo, el sentido de equipo, la obediencia y la lealtad… sobre todo la lealtad.
El tiempo dirá si confiar la dirección de la guerra a los antiguos adversarios habrá sido la estrategia correcta.