El “boom” de la información llegó a principios del siglo XXI con la expansión del internet y las redes sociales. Muchos dijeron que empezaba la “era de la información” que, efectivamente irrumpió con fuerza… y muchísimo peligro.
El mundo entró en la Era Moderna con la llegada del siglo XVII, una era marcada por diferentes monarquías europeas y el expansionismo de las potencias de la época, principalmente Inglaterra y España. Apenas si empezaban a aparecer las publicaciones con información y opiniones y se puede decir que el monopolio de la información lo tenían reyes, nobles, obispos o cualquier otro tipo de gobernantes y poderosos.
Es en aquel momento que el filósofo inglés Thomas Hobbes escribe una frase que a mí me parece genial, una frase que ha transitado con certeza a través de los siglos y que sigue siendo tan actual hoy como lo era en 1651: “…Quién tiene la información, tiene el poder”, una afirmación en la que creo al cien por ciento.
Aunque nadie lo había expresado antes, las élites y gobernantes de los antiguos mayas, egipcios y otras culturas, tenían como práctica no compartir la información con las masas, ya que esto les permitían controlar cualquier situación y mantener su dominio sobre sus pueblos.
Cuando Hobbes escribió su frase en el libro “Leviatán”, había en Europa varias publicaciones periodísticas, pero ninguna de ellas tenía la periodicidad diaria. Es en el mismo siglo XVII cuando aparecen los primeros diarios y esta industria despega en el siglo siguiente, hasta convertirse en la principal fuente de información del mundo en los siglos siguientes. Lo que en realidad hizo la prensa fue romper el enorme poder que daba la información a los gobernantes y poderosos. Para decirlo en términos modernos, la prensa llegó para democratizar la información, que dejó de ser un arma exclusiva de las élites y pasó a ser una herramienta importante para la toma de decisiones de todas las personas.
Con el paso del tiempo se dio la profesionalización del periodismo y de la prensa en general. Se establecieron principios y ética para la profesión, y cada periodista sabe que está al servicio de su auditorio, sea este de lectores, radioescuchas o televidentes. La prensa seria y profesional sabe que su función se centra en informar, formar opinión, entretener y ser –para decirlo de alguna manera– un contrapeso del poder establecido dentro del sistema democrático, siempre que se haga con un periodismo independiente.
En las primeras décadas del siglo XXI han llegado muchos cambios en el esquema de información en torno a la humanidad, principalmente por la irrupción de las redes sociales que, si bien ampliaron la facilidad de libre expresión, son peligrosamente manipulables, como ya ha sido ampliamente comprobado en medio de acontecimientos políticos, sociales, económicos y hasta cuando se produce una catástrofe. No hay filtros, no hay ética y circulan más noticias falsas (fake news), que auténtica información verificada.
De la “era de la información”, en la que había mayor flujo informativo verificable y estaba al alcance de audiencias muy grandes, se pasó a la “era de la desinformación”, en donde la “libre expresión” se ha convertido en “libre manipulación” de contenidos, con alcance gigantesco, los cuáles circulan –manipuladamente y sin verificación alguna– por las redes sociales como TikTok, X, Facebook, Instagram y demás.
La prensa tradicional no era ni es perfecta, sin duda, pero había ciertos elementos que permitían a los lectores o audiencias saber sobre la procedencia de las fuentes y se sabía si se trataba de un medio serio desde su dirección hasta sus plantas de redacción, integradas por periodistas profesionales conscientes de su responsabilidad para cuidar la credibilidad, como el valor más importante de un periodismo profesional.
Los gobiernos autoritarios y las dictaduras eran dados –hasta hace poco, en realidad–, a controlar medios, crearlos y financiarlos. Algunos han preferido ahogar y desaparecer a la prensa independiente. Ahora recurren a “influencers”, net center, y medios anónimos o fachadas, que sirven para desacreditar, pero también para trasladar información falsa y/o engañosa, con el fin de crear confusión y manipulación de las masas.
En este mundo en donde las redes sociales han alcanzado una posición preponderante en la comunicación, se hace cada vez más necesario que las sociedades –en cualquier parte del mundo–, cobren conciencia sobre la importancia de verificar la información que llega por medio de las redes sociales.
Los expertos en materia de comunicación empiezan a crear el debate sobre los peligros de la desinformación. Yo me encuentro entre los que creen que si la humanidad tiene tres grandes desafíos –para poner número únicamente, porque seguramente enfrenta más–, entre esos tres, está la desinformación.
Es una lógica muy sencilla: Si la información nos permite tomar buenas decisiones – políticas, económicas o sociales–, la desinformación nos hace vulnerables o propensos a tomar decisiones equivocadas y hasta peligrosas. Los peligros más grandes para la humanidad hoy en día son la destrucción de nuestro entorno ambiental y la desinformación… Para meditar.