En la República Dominicana, la práctica de otorgar indultos humanitarios a privados de libertad en condiciones de salud extremas y terminales ha sido, históricamente, una tradición solidaria que refleja los valores de compasión y humanidad que como sociedad defendemos. Esta medida no solo reconoce la fragilidad del ser humano frente a la enfermedad, sino que también permite que aquellos presos que ya no representan un peligro para la sociedad vivan sus últimos días en un entorno más digno, rodeados de sus seres queridos.
Sin embargo, en los últimos años, esta práctica ha sido abandonada, dejando en el olvido a un grupo de personas que, además de haber sido juzgadas y condenadas por la justicia, enfrentan un castigo adicional: la deshumanización ante el sufrimiento terminal. Es importante recordar que las medidas de indulto no significan la absolución de sus faltas, sino el reconocimiento de una realidad innegable: el derecho a una muerte digna es inherente a todo ser humano.
Antecedentes históricos
Desde la segunda mitad del siglo XX, diferentes administraciones han mostrado sensibilidad ante esta problemática, otorgando indultos a presos terminales en fechas clave como el Día de la Independencia o Navidad. La Constitución de la República Dominicana, en este sentido, contempla la facultad del presidente de otorgar indultos en fechas específicas como el 27 de febrero, el 16 de agosto y el 23 de diciembre. Estas decisiones, además de aliviar el sistema penitenciario, fortalecen la percepción de justicia como una institución no sólo punitiva, sino también capaz de reconocer la humanidad en circunstancias extraordinarias.
Datos históricos del sistema judicial dominicano reflejan que en décadas pasadas, el promedio anual de indultos humanitarios oscilaba entre 15 y 25 casos. Sin embargo, desde 2012, cuando el entonces presidente Leonel Fernández otorgó indultos a seis presos con enfermedades terminales, no se ha vuelto a aplicar esta medida en el país. En la gestión del presidente Luis Abinader, tampoco se ha emitido ningún indulto, lo que refleja un abandono total de esta práctica humanitaria.
El contexto actual
En la actualidad, la ausencia de estos indultos refleja una visión más rígida y menos empática de la administración penitenciaria. Esto contradice precedentes internacionales, como los casos en países de la región donde estas medidas son aplicadas de manera regular, conforme a recomendaciones de organismos como las Naciones Unidas, que abogan por un trato digno a los presos, especialmente en condiciones terminales.
Además, estudios recientes indican que los presos terminales no representan un peligro para la sociedad y su liberación no afecta negativamente la percepción de seguridad ciudadana. Al contrario, el acto de indultar puede fortalecer la imagen de un gobierno sensible y comprometido con los derechos humanos.
Un llamado a
las autoridades
Urge que las autoridades evalúen la reactivación de esta tradición con carácter prioritario. No se trata solo de cumplir con una costumbre nacional, sino de actuar en defensa de principios éticos y humanitarios fundamentales. Los presos terminales ya han pagado con su libertad; condenarlos a morir en el abandono y sufrimiento es una doble sentencia que como sociedad no debemos tolerar.
En un país donde los valores cristianos y la solidaridad son pilares culturales, retomar esta práctica no solo alinea a la República Dominicana con estándares internacionales de derechos humanos, sino que también reafirma el compromiso del Estado con la dignidad de cada individuo, independientemente de su pasado.
Conclusión
El indulto a privados de libertad en condiciones terminales no debe verse como un favor, sino como un acto de justicia humanitaria. Llamamos a las autoridades del Poder Ejecutivo a analizar este tema con sensibilidad y urgencia, recordando que el respeto a la vida y la dignidad humana debe prevalecer sobre cualquier decisión. Actuar en este sentido no solo honra nuestra tradición, sino que también define el tipo de sociedad que aspiramos a ser: una que no condena a la desesperanza ni al olvido.