“Palo si boga y palo si no boga”. El homo dominicanensis es un mamífero complicado, difícil de entender, y, sobre todo, de complacer.
Si las autoridades no planifican, organizan, reglamentan y garantizan el cumplimiento de la regulación, entonces son torpes, negligentes e irresponsables; si, por el contrario, planifican con tiempo, garantizan el orden y disponen medidas para que no se pierda una vida –así sea limitando el ejercicio de derechos individuales–, entonces son arbitrarias, dictadoras, apaga fiestas, etc.
Religiosidad aparte, hace muchísimo tiempo que Semana Santa dejó de ser lo que fue. De ser el centro del calendario litúrgico de una sociedad católica, conservadora y rural, ha pasado a convertirse en un asueto más.
Lo dicho. Que, durante uno o varios días, la conjunción de decenas de miles de vacacionistas al mismo tiempo en unos cuantos puntos de la geografía, llevan al límite las capacidades de las autoridades de protegerlas y garantizarles seguridad… sobre todo frente a sí mismas.
El operativo “Conciencia por la vida. Semana Santa 2025”, coordinado por el Centro de Operaciones de Emergencia (COE), constituye una iniciativa pública que, en su versión 2025, más allá de ser colosal en términos logísticos, encarna y representa la voluntad del Estado de cada año mejorar en materia de prevención y mitigación de emergencias, así como una elevación del nivel de respuesta inmediata a nivel institucional.
Los números hablan: 49,997 personas y 22 instituciones públicas en terreno trabajarán de jueves a Domingo Santo sin descanso, para procurar que los dominicanos puedan disfrutar del asueto en tranquilidad y con seguridad.
Las medidas dispuestas por los ministerios de Interior y Policía, Turismo y la Armada Dominicana, delimitan el marco institucional y operativo, y, mientras algunos entienden que las autoridades se extralimitan en sus funciones al regular qué, cuándo, cómo y dónde –en materia de fiestas, conciertos, balnearios, esparcimientos, etc.,– la inmensa mayoría ve en las mismas, más que un atentado contra la libertad, una defensa de la vida; un límite sensato al libertinaje que algunos gustan de imponer por encima [y en violación] del derecho de otros.
No bastarán estas medidas si la ciudadanía, más que obedecerlas, no las entiende y las asume. Prudencia y moderación son palabras que debemos asumir todos como un mantra. No constituye una sobrerregulación o un exceso desproporcionado de la autoridad del Estado –sea o no reacción ante la tragedia del Jet Set–, sino más bien el convencimiento de las autoridades de que, ante el sobreesfuerzo de socorristas, personal de salud y seguridad pública –llevándolos al límite de la alerta–, vale la pena apostar por la mesura y el orden controlado, pues ninguna medida es suficiente cuando el objetivo es prevenir accidentes fatales.
Como ciudadanía debemos entender esto, apoyar a las autoridades y poner de nuestra parte para que disfrutemos con seguridad, y, al término del asueto, volvamos a casa felices, sanos y salvos.