La producción de café para consumo nacional y exportación fue uno de los cuatro pilares que sostuvieron la agricultura dominicana durante siglos.

Junto a la caña de azúcar, el cacao y el tabaco, el campo dominicano mantenía una dinámica productiva extraordinaria, movilizando masivamente mano obra nacional y extranjera, pero sobre todo, aportando divisas y apropiando nuevas tecnologías.
En su momento de mayor auge, la población dominicana que vivía de forma permanente en el campo era cercana al 80 por ciento.
Era tan robusta la solidez de la producción caña, café, cacao y tabaco, que ni siquiera los altísimos aranceles que cobraba el gobierno para exportarlos (hasta 36% del precio) limitaron su supervivencia.
A mediados de los años ochenta del siglo pasado esos aranceles fueron eliminados, pero el cambio de modelo de crecimiento económico que venía imponiéndose –al pasar de ser un país exportador de materias primas a un proveedor de servicios- restó impulso al sector.
En el caso del café, los vientos y lluvias del huracán David que cruzaron el 31 de agosto de 1979 la isla montados sobre la cordillera Central, provocaron un golpe demoledor a la producción.
Los daños a los cafetales de San Cristóbal, Baní y San José de Ocoa fueron devastadores.
Aunque en ese momento la Secretaría de Agricultura era toda una institución donde concurrían técnicos calificados y fluían recursos, recuperar la caficultura no fue la prioridad, sino la producción de alimentos de ciclo corto.
El gobierno no impulsó un verdadero plan de rescate de la producción de café, limitándose a entregar algunos implementos de labranza y fertilizantes.
En esas circunstancias, los productores no tenían condiciones económicas para salvar lo que quedó de sus plantaciones bajo árboles y mucho menos para establecer viveros y sembrar nuevamente.
Lo que siguió fue un éxodo desordenado desde las zonas cafetaleras hacia la orilla de las ciudades, quedando abandonados los campos.
Para citar solo dos casos, en Baní, cientos de familias procedentes de la zona cafetalera de Las Yaguas, El Recodo, Iguana, Arroyo Blanco y Valdesia ocuparon la finca de la familia Carmona Mateo, al sur de la ciudad, y la convirtieron de hecho en el barrio Santa Rosa, donde hoy residen miles de habitantes.
En Ocoa, las personas que dejaron el campo –principalmente la caficultura- formaron los barrios San Antonio, San Rafael, Las Clavellinas, San Luis y La Barra, entre otros, donde hoy viven miles de familias.
Confluyeron en el tiempo y el espacio el cambio de modelo, la destrucción provocada por el huracán David y la ausencia de interés del gobierno de Antonio Guzmán y su ministro Hipólito Mejía, de recuperar la caficultura apoyándola con financiamiento fluido y asistencia técnica y social.
La oportunidad es ahora
Nunca como ahora se había presentado una oportunidad de oro para volver a hacer de República Dominicana una potencia en producción de café porque los precios de venta del fruto están elevadísimos, hay nuevas variedades resistentes a plagas y la masiva producción de alimentos en invernaderos deja suficientes terrenos para expandir los cafetales.
Cuando ayer escribía este análisis, examiné los precios del café en la bolsa de Nueva York y el producto se cotizaba a 385 dólares por quintal, lo que explica por qué las factorías están pagando más de 20,000 pesos en finca por 50 kilos de café aun pendiente de secado y descascarado.
Solo hay que imaginarse lo que significaría que el gobierno, a través del Ministerio de Agricultura, se volcara a las zonas productivas de café a mejorar los caminos, establecer viveros comunitarios, llevar semillas, fertilizantes, asistencia técnica, capacitación y apoyo financiero blando para multiplicar las cosechas.
Con el boom de la producción de aguacates, una opción multiplicadora puede ser intercalar ese cultivo con café para aprovechar el terreno y fomentar otro rublo de exportación que no tiene techo en los mercados.
Tengo conocimiento de que los productores, técnicos y tostadores asociados en Pro-Café hicieron una solicitud al presidente Luis Abinader para que les respalde para incrementar la producción y aprovechar la bonanza en los precios, tanto para ellos, como para el país que se beneficiaría de un incremento de la entrada de divisas.
El interés por volver al café es tan grande que en el documento entregado en el Palacio Nacional para el presidente Abinader solicitando apoyo al sector, está estampada la firma de más de mil productores.
Ojalá que Abinader valore esta solicitud y disponga un programa especial de apoyo a los caficultores, a través de un Instituto Dominicano del Café (Indocafé) dotado de recursos suficientes para asistir con técnicos y medios a estos productores.
El cultivo de café se torna una prioridad en el campo dominicano, donde se generaría un gran número de puestos de trabajo, tanto permanentes como temporales, desde los braceros que plantan y limpian, los recogedores, despulpadores y secadores, hasta los comercializadores en el país y los exportadores.
Ningún otro país en la región del Caribe tiene mejores condiciones para aprovechar los altos precios del café que se registran actualmente, por lo que ampliar las áreas de cultivo, mejorar la productividad con el uso de nuevas tecnologías y equipos, es una inversión económica y social de profundo calado para la economía dominicana.
¿El presidente Abinader se animará a recuperar la caficultura?
No lo sé, pero debe hacerlo y luego exigir a sus técnicos resultados, no pamplinas propaladas por mentirosos de una sola lengua.
Si la oportunidad no se aprovecha en República Dominicana, sin duda que Colombia, Brasil, Viet Nam y otros países gozarán vendiendo café caro en los mercados mundiales y nosotros, comprando fuera una parte significativa del que consumimos.