En 1992, el politólogo estadounidense Francis Fukuyama sentenció que el mundo concurría: “al fin de la Historia y las ideologías”.
Con tal aseveración Fukuyama introducía el relato del triunfo de la democracia y la derrota del autoritarismo, de las guerras y de la lucha de clases sociales. Pretendía el intelectual y cronista convencer al mundo occidental que los conflictos geopolíticos habían culminado; que ya no se desencadenarían más conflictos bélicos entre las potencias y que las luchas del futuro serían disputas periféricas sin trascendencia global. Surgía de ese modo, una nueva ideología sustentada en la posverdad, cuyo fundamento se basa en sostener que en la realidad maniqueísta del post capitalismo nada es verdad ni es mentira, sino todo lo contrario. Esta visión estructurada artificialmente, amplificada por el dominio de las redes sociales, ha sido desde ese tiempo desafiada y desmentida cotidianamente por los eventos bélicos, las crueles injusticias que a menudo florecen en el mundo real del capitalismo salvaje, del falso socialismo o de la democracia chueca o trastornada que se vanagloria de su condicionalidad populista de “izquierda” o fundamentalista de derecha, dejando al ciudadano común desprotegido e indefenso de la sombra social de rentistas, rabinos, sacerdotes, obreros misionales de la izquierda soñadora y burócratas de las élites que ofertaban como recompensa el sufrimiento terrenal, que tornaba en pesadilla cualquier sueño ingenuo que anidara en la mente de algún quijotesco durmiente.
Hoy, en el tiempo de gobernantes como Trump, Putin, Milei, Ortega, Maduro y de nuevos conversos de la “nueva” democracia anti gay, anti aborto, anti clima, anti socialización de la salud mundial, anti migrantes, la historia reciente refleja que esta, lejos de acabarse, apenas empieza.
Cual mortaja de Amaranta Buendía de los Cien años de soledad de García Márquez, otra vez volveremos a recoger pedazos de páginas de tristes, detestables historias pasadas de esclavos y esclavistas, de siervos y señores feudales, de proletarios y burgueses que se niegan a aceptar que este grotesco epílogo de intolerancia, injusticias sociales, vejaciones , y de jóvenes NI Nis, es decir, millones de muchachos arrinconados en los orificios y los claroscuros del drama social, que ni logran graduarse de nada ni consiguen un empleo decente.
No señor Fukuyama, la historia aún no termina, apenas empieza y se organiza a partir de un nuevo relato sintetizado en otro sencillo cantar, cuyos acordes se entonan con brisas de futuro; la gente no solo quiere que le ofrezcan democracia, sino que reclaman auténtico poder ciudadano, paz y bienestar. Todos los que vivimos, los ciudadanos y habitantes del planeta queremos y luchamos para que la historia termine cuando sea buena para la totalidad de la humanidad. Queremos que la historia termine cuando la paz no sea de palos, sino de pan. Cuando la alegría y el bienestar no solo se celebren en el techo de los privilegiados que un estadista nuestro nombró “tutumpotes”, sino también en las barracas de los que el mismo estadista denominó “hijos de machepa”.
La historia habrá de concluir cuando los hostigadores y hostigados, los detentadores y desposeídos, los causantes de aflicción y afligidos cosechen y recojan en convivencia y paz, en la misma granja los frutos de la cosecha.
La Historia solo terminará cuando termine bien.