Que el Juego de Abajo Abalorios se estructurara en torno a la música no fue capricho de Hesse. El viejo mago había deambulado lo bastante como para saber que, así como en Castalia la música era la expresión suprema del orden natural de las cosas, también el mundo real se determina en función de esos secretos acordes que nadie escucha.
La naturaleza y su ritmo, el croar de los sapos, el lento despertar de las espigas, la corriente del arroyo, el rechinar de los árboles o el trinar de las aves. Todo se debe a una cadencia; a un compás; a una secuencia de notas secretas que sólo quien las conoce puede escucharlas; y, así como los rabinos buscan en la Torá todos los nombres de Dios; asimismo, quien intenta encontrar el significado de cada movimiento o sonido, perderá el tiempo sino busca la música que se ejecuta en dicho sonido o movimiento, que no es más que otra forma de manifestación de la divinidad… o como queramos llamarle.
La evolución del sapiens le hizo bajar de los árboles, y, como consecuencia del reajuste anatómico, el grácil movimiento de las manos se convirtió, más que en un portento evolutivo, en una manifestación de la extrema complejidad de un diseño que hizo posible que 27 huesos se articularan entre sí, y pudieran entretejer en el aire complejos movimientos que rozan el encantamiento.
Lo otro, lo de verlas como una simple extensión de los brazos, o embobarse con la teoría del mono desnudo que es capaz de usar el pulgar como contra huella retráctil para todo, eso sería un asunto de ortopedas evolucionistas; pero, para quienes ven en el movimiento de las manos algo más que una mecánica física perfectamente predecible en función de las combinaciones posibles dadas por cada articulación y los ángulos y giros que es capaz de hacer, a esos les basta un manual de anatomía.
Pero, para quienes buscan, no el movimiento, sino la razón de porqué las manos se contornean sobre las muñecas, hacen giros inesperados sobre sí mismas, suben o bajan con relación a su centro, y, a veces lo hacen juntas o separadas, como si una música secreta fuera tocada por ellas; a esos, la ilusión les basta.
O también la idea de que la música de la vida se expresa en cada movimiento que hacen los carpianos, metacarpianos o falanges, que danzan entre sí con el mismo esmalte Pinned Up 60 de siempre –nude cálido y discreto–, mientras describen en el aire un vuelo ritual, elegante y acompasado; que termina cuando se cansan de surcar el escaso cielo que pueden recorrer, y luego, al compás de la melodía palpitante de su corazón, se posan como palomas que vuelan sus manos en las mías, para descansar en un nido hecho sólo para ellas, con ternura y arrullo… y yo sonrío.