No contamos con información ni datos criminológicos, tampoco con competencias suficientes sobre las disciplinas necesarias para un abordaje minucioso de la violencia social. Exploramos, acaso, sus variables; el sintomático desgarro que, con hondas heridas sociales y familiares, trastoca la vida nacional.
Corresponde, entonces, al gobierno, a los expertos en conducta social e individual, mediante un enfoque transdisciplinario, trazar esa directriz metodológica: intervenir el plexo de comportamientos que por su complejidad y rigurosa respuesta demandan mucho más que esta crónica limitada y modesta.
En todo caso, agosto ha sido, tambaleándonos entre el aturdimiento y la tragedia, un mes para el olvido. Trágico momento con nueve muertes en apenas cuatro días. Reacciones instintivas y oscuras, cuyo desenfreno sepultó la limpia inocencia de cuatro vidas infantiles.
La hostilidad deshumanizante, violencia que embota la conciencia y desborda los patrones convencionales del comportamiento, retando incluso las experiencias más desoladoras y despreciables del pasado. Exacerbada, su visibilidad resurge a través de redes y plataformas que, sin pausa, multiplican los impactos psicoemocionales de una sociedad crispada, sobrecogida por la conducta irascible ya normalizada.
Simultáneos y paralelos, sucesos desagradables conmocionan el entorno. Dentro de innumerables manifestaciones prehistóricas de convivencia, las explicaciones para aquellas desviaciones violentas oscilan entre lo primitivo y lo escalofriante.

Eventos desgarradores y angustiantes subyacen, sin distinción ni categoría social, provocando un estupor general. Hechos atroces impulsados por motivaciones grotescas que desfiguran la razón: matar un anciano por 200 pesos es tan inverosímil como aterrador.
Pero la violencia social e intrafamiliar no tiene, como pudiera creerse, un origen espontáneo. Le precede una secuencia -incubadora- de factores multidimensionales, asociando componentes biológicos, sociales, políticos, psicológicos y culturales. Descohesión social y asimetrías estructurales gestan, a manera de fecundación facilitada, conductas agresivas que, a lo sumo, detonan en violencia repudiable, incorporada.
En Los Guandules, Distrito Nacional, una señora de 33 años y su pareja de 36 fueron apresados luego que, ante la sospecha de sus vecinos, las autoridades comprobaran que una niña de 7 años, bajo su custodia, había fallecido a causa de tratos indignos.
Actos de barbarie disfrazados de corrección disciplinaria, traumas contusos, quemaduras y laceraciones -según el informe forense- perpetrados por sus verdugos y tutores.
Que un señor de 70 años pierda la vida pasmosamente porque no quiso o no pudo regalar 200 pesos a su victimario de 31, constituye en cualquier etapa evolutiva, además de una reacción desviada y brutal, una señal convincente de anomia social.
Perturbadora y escalofriante ha sido, en San Francisco de Macorís, la muerte del testigo de un caso penal, a manos de un mozalbete (sicario de 22 años), delante del mismo tribunal; vale decir, en el frontispicio de la justicia nacional.
Como sacado de un drama tenebroso, el domingo 24, una madre de 36, en el Ensanche Isabelita, envenenó a sus tres hijos (de 11, 9 y 7 años) para, acto seguido, suicidarse con el mismo medio.
También en Los Guandules, un joven padre, definido por su progenitora como “bueno y cariñoso”, “hizo caso a las voces que, por mandato divino, le ordenaron” asfixiar a su hijito menor de dos años…
La cadena siniestra sumó otro eslabón cuando un hallazgo macabro congeló el aliento de los investigadores en Mao, Valverde. Esparcidos, descuartizados encontraron los restos de una mujer de 35 años, asesinada por su propio hermano, quien, con viciada frialdad lo admitió atribuyéndolo a “conflictos familiares.”
Cerrando el desafortunado mes estalló el “caso Villa González”. La joven de 21 años que lloró al enterarse, cinco meses después y por redes sociales, de que había sido violada por seis compueblanos salvajes. Drogada y abusada, las imágenes publicadas multiplicaron la barbarie y aumentaron su desgracia. Esa bestialidad contra la humilde empleada de una banca de lotería desencadenó un grito colectivo de justicia y una indignación generalizada. Frente a la acusación del pueblo enfurecido, acorralados por la ira ciudadana, los antisociales se entregaron como en manada.
Por último, la madrugada del 31, en El Factor, María Trinidad Sánchez, la disputa por un turno dentro de un negocio de comida rápida desató una furia letal: tres jóvenes, entre 28 y 36 años, oriundos del municipio, destruyeron sus vidas, ipso facto, absurda e irremediablemente…