Estamos hechos de palabras, pregonó Octavio Paz. Y yo, en innúmeras ocasiones he dicho, además, que nuestra ontología está poblada de mitos fundacionales y ritos institucionales.
Para Yuval Harari, los hombres aman el relato, gustan más de éste que de las realidades de las estadísticas y de la ciencia misma. Este historiador es para mí quien mejor expone acerca de la porosa frontera entre mito y realidad, acerca de cuánto mina el uno el terreno de la otra, y viceversa. Plantea que “las élites globales en Nueva York, Londres, Berlín y Moscú formularon tres grandes relatos que pretendían explicar todo el pasado y predecir el futuro del mundo: el relato fascista, el relato comunista y el relato liberal”. Cfr. “21 lecciones para el siglo XX1”.
Conforme la opinión de Harari, el relato fascista fue dejado fuera de discusión por La Segunda Guerra Mundial. Quedaron en franca tensión los relatos comunista y liberal. El primero salió de escena en los años ochenta, dejándonos como refugio solo el relato liberal que, en su opinión, se viene deteriorando desde entonces, por insatisfactorio, lo que nos produce una permanente decepción y hace surgir una desorientadora incertidumbre por la ausencia de puerto seguro donde atracar la barca de nuestro sentido de identidad y de la esperanza política. A propósito, ya había tratado el tema cuando, en artículos anteriores, abordé la postura de la corriente teórica del “Pensamiento político posfundacional”.
En estos días, alguien con quien suelo conversar de estos temas, me reprochó que haya escrito un artículo en el que expongo mi percepción de que nuestra democracia crece, todo, como resultado de que, según él, yo mismo le he hablado acerca del déficit que comporta la democracia liberal en todo el mundo, por lo que deviene contradictorio decir que la nuestra crece. Le contesté que una cosa no interfiere con la otra, pues, con independencia de tal déficit, es innegable que ella se desarrolla en numerosos agregados sociales, todos distintos entre sí, por lo que su evolución e involución puedenestar operando concomitantemente en lugares distintos.
Solo me referí a un punto del desempeño democrático que podemos exhibir como conquista, pero es innegable que lo del agotamiento del relato liberal como relato al que asirse, es real. La esperanza en ella como modelo siquiera de pervivencia se diluye en un escenario que, hasta hoy, carece de alternativa.