“¡Marta, te tengo un relato buenísimo!”. Con emoción, así dijo una persona que defiende los derechos de la comunidad LGBTQ+ en el país. No le faltó a su palabra. El relato es interesante y evidencia cómo cada quién tiene un modo de ver y aceptar los cambios que experimenta el mundo. Se le agradeció por pensar en LISTÍN DIARIO para dar a conocer la historia de Sophia.
Hecho el contacto con la protagonista, ésta no le dio vueltas al asunto. “Mira, realmente, lo que tengo para contarte es bien raro. Yo nací hombre. Era igual de bello, pero hombre. Cuando cumplí los 16 años fui notando que no me sentía bien con mi sexo. Claro, era un adolescente y no podía tomar decisiones por mi cuenta”. Hace un silencio inesperado pero se le respeta. Era como si estuviera buscando los términos sabios para convertir en palabras lo que lleva por dentro.
Luego retoma el relato y dice: “El caso es que, cada día tomaba más fuerza el hecho de que yo quería ser mujer. A escondidas me ponía ropa de mi hermana y, como sus tacones me quedaban chicos, compré unos, y ensayaba en soledad. Un día se lo conté a mi mamá, ya con 18 años. Prácticamente, la maté en vida porque es de esas mujeres que le temen al marido. ‘Te mata tu papá’ fue lo que me dijo”. Vuelve y calla, pero esta vez oculta su rostro en la bufanda de colores que tenía colgada al cuello. Es una réplica de la bandera que representa la comunidad que lo representa.
A partir de ahí, comenzó a experimentar el rechazo más grande que un ser humano pueda sentir. “Me inscribí en la universidad, terminé mi carrera, soy publicista, aunque no la ejerzo. Lo cierto es que, transcurrió el tiempo y yo sólo pensaba en lograr mi sueño, no de decir abiertamente ‘soy homosexual’, sino de cambiar de sexo. Me advirtieron que si lo hacía quedaba fuera del testamento, pero no me importó. Lo hice y no me arrepiento”. Al parecer, lo que dice lo contradicen sus lágrimas, así como unos que otros comentarios que hace sin darse cuenta de que éstos evidencian su dolor.
No le afecta el dinero, le duele el rechazo
Si no te arrepientes, ¿por qué te pones triste cuando tocas el tema? Se le preguntó. A ello respondió: “Es que me da nostalgia saber que tengo una familia que no me acepta. Sólo mi madre y mi hermana menor me han mostrado su apoyo”. Llora y entre lágrimas dice que son cinco hermanos, dos hembras y tres varones. Claro, después que eligió ser Sophia, quedan sólo dos hombres.
Se arregla su blusa blanca de buena marca, y una correa que lleva en su diminuta cintura. No hay dudas de que no sólo cambió de sexo, sino también de figura. “Me he hecho ocho cirugías solamente”. En esta ocasión se ríe y su sonrisa es hermosa, pero pronto desapareció cuando comenzó a contar por qué no figura en el testamento. “Mi padre ha dicho, y lleva nueve años con su parecer, que no procreó a una mujer llamada Sophia y que, por ende, no tiene por qué compartir su fortuna con una extraña”. Esto le duele, no por el dinero, sino por el rechazo.
Hay quienes en su país, el cual no reveló, pero que por el acento se sabe de dónde es, le han sugerido llevar el caso a la corte. “Pero no quiero hacer eso, no me interesa, y ahora mismo no me hace falta dinero. Me casé con alguien que está en muy buena posición económica y me ama, que es lo más importante”. Sonríe al decir esto.
Se le cuestionó sobre por qué aceptó contar su historia si no le interesa que lo incluyan en el testamento de su padre, y su respuesta fue simple: “Que la gente sepa hasta dónde llega la ignorancia de algunos con relación a la aceptación de quienes elegimos ser de uno u otro sexo. Es nuestra vida, es nuestra decisión, y que nos deshereden no va a cambiar nuestros derechos ni va a detener nuestra lucha”. Lo expresa con firmeza.
“Antes de hacerlo hay que pensarlo bien”
No hay ese que se dé cuenta de que hace nueve años atrás Sophia era un hombre. La fotografía que enseñó muestra que de ese joven solo queda su nariz perfilada y el verde de sus ojos. Tiene unos labios carnosos que se nota que son a fuerza de “algunos truquitos” como ella misma dice. Su cuerpo también ha experimentado muchos cambios y su abundante cabellera se la debe a “las extensiones que me pusieron aquí en Santo Domingo”. Ríe a carcajadas.
Y a propósito de este nombre mágico, es importante decir que Sophia lleva tres años viviendo entre Miami y República Dominicana. “Es que mi pareja es de padres dominicanos, y vino a realizar unos trabajos a Punta Cana, y aunque los terminó, nos encariñamos con el país y nos mantenemos yendo y viniendo desde Estados Unidos”. Se pasa la mano por el cabello y a seguidas cuida que todo marche bien con su maquillaje. Muy bien puesto por cierto.
¿Cómo te sientes luego de dar este paso y ver cómo ha respondido tu familia a esta transformación? Se toma su tiempo para responder. Respira profundo y se despacha diciendo: “La verdad que no me he sentido nada bien, debo ser honesta”. Se le aguan los ojos y es preciso esperar que se reponga de ese nudo en la garganta que amenaza con convertirse en llanto.
“Tengo cuatro años que no veo a mi papá, y fue de lejos que lo vi. Con mi madre me junté hace como un año, en Miami y siempre hablo con ella y con mi hermana menor, pero con los demás no tengo contacto cercano, ellos están cien por ciento de acuerdo con mi padre de que tenían un hermano y que como ya no existe, pues no lo tienen”. Este relato lo hizo a duras penas. Se nota que sus emociones están afectadas.
El proceso de cambio
En 2013 Sophia inicia los trámites para lograr su objetivo y, con unos buenos ahorros que tenía, en 2014, salió de su país a someterse a la cirugía. “Algo muy doloroso, pero necesario para sentirme bien con mi vida. Una vez comienzo las terapias de acompañamiento para adaptarme a mi nueva realidad, comencé también a vivir un infierno con el bombardeo de reclamos, insultos… que recibía de parte de mi familia. Mi madre no estaba de acuerdo, pero me defendía”. Esta parte lo pone nostálgico.
Fue pasando el tiempo y las cosas en vez de suavizarse, empeoraban. Nunca más ha vuelto a tener contacto con su padre. “Dice que jamás me hablará. Sólo le informó a mi madre que me dijera que estaba fuera de la herencia porque él tuvo un hijo, no una hija. No me acepta y es eso lo que me duele”. Llora y admite que aun así ama a su papá y recuerda sus aventuras de infancia juntos. “Él era muy cariñoso, pero mi decisión nos cambió la vida”.
Esta experiencia, de la que insiste, no se arrepiente, sí le ha hecho por momentos, querer devolver el tiempo y ser como sus hermanos. “Hubiese querido que no me pasara por la mente el querer ser mujer, pero no fue algo que elegí porque sí, simplemente, se dio, y lo hice”. No pierde la oportunidad de decirles a aquellas personas que deseen cambiar de sexo, que lo piensen bien, que analicen los pros y los contras y que traten de sentirse bien, pero sabiendo que “hay un precio que pagar. Yo quedé sin familia”. Concluye muy apenada.
Sus peores momentos
En Estados Unidos tuvo que lavar platos, limpiar pisos, trabajar como conserje y cuidando adultos mayores para poder subsistir. Hasta que un día conoció a quien hoy es su pareja. “Desde que se fijó en mí le hablé con la verdad, de que antes era un hombre, y aceptó el reto. Hoy somos felices y no descartamos la idea de ser padres en algún momento. Eso sí, con un niño o una niña que adoptemos, que nos necesite, no que nosotros le necesitemos. No queremos vientre de alquiler ni nada de eso”. Esto lo confiesa convencida de que con ese método no está de acuerdo.