El Síndrome de Casandra está de moda. Demasiados libros, tesis y artículos advierten de una fatiga democrática sistémica en toda la región; un aburrimiento electoral de parte de una ciudadanía que sólo lo es en los documentos que la acreditan como tal, no en el ejercicio de los deberes que tal condición supone, ni en el goce y disfrute pleno de los derechos que conlleva.
Las encuestas llevan años midiendo ese desencanto que se expresa en una baja participación electoral y se configura en una apatía crónica ante los sucesos de la comunidad, que ya no es tal, porque el capitalismo del siglo XXI ha convertido a los ciudadanos en consumidores y al proletariado en trabajador independiente, “dueño de su propio negocio”.
El fenómeno es global, pero a nosotros nos debe preocupar lo regional y nos obliga a actuar lo local. La crisis de la democracia que viven la mayoría de los países latinoamericanos viabiliza la entrada de outsiders/antisistema que son consecuencia -no causa- del deterioro del sistema de partidos políticos y el quiebre de su legitimidad ciudadana.
En el país, sólo un 48% apoya la democracia (Latinobarómetro 2023) y si la participación electoral de votantes inscritos en cada elección fuera un termómetro, nuestra democracia tiene fiebre de cuidado [76.14%, 2000; 72.84%, 2004; 71.4%, 2008; 70.23%, 2012; 69.60%, 2016; 55.29%, 2020] para un decremento de 20.85 % en 20 años, en paralelo a un incremento poblacional de votantes inscritos de 77.06% para el mismo periodo. Si cada vez hay más votantes y cada vez se vota menos, establecer el punto de quiebre es un simple ejercicio estadístico.
Los partidos del sistema ni se enteran, asumen que permitir la entrada de nuevas expresiones o personas ligadas a los manejos turbios del bajo mundo se traducirá en una revalidación ciudadana… en los hechos, la carne nunca estará segura si el que la cuida es el gato.
Mientras tanto, el reloj se acerca a medianoche y en cualquier elección sonarán las campanas, despertaremos del placentero sueño y nos tocará vivir la pesadilla. Esta vez la arritmia histórica no nos salvará… la pregunta no es si pasará, la pregunta es ¿cuándo?