Cuando Miyamoto Musashi se retiró en la cueva de Reigandō, sabía que la muerte se acercaba, y sentía que tenía el deber de poner por escrito sus vivencias. “El Libro de los Cinco Anillos” no trata sobre artes marciales o sobre el camino de la espada; es una alegoría sobre el poder; porque la evocación a los anillos como fuente de poder se pierde en la noche de los tiempos.
El amor se simboliza en una alianza porque un círculo no tiene fin, y todo círculo es un guiño a la eternidad. Que Tolkien centrara todo su legendarium en un anillo de poder, valía tanto como cuando en 1994, Peña Gómez –correctamente– identificó en el “anillo palaciego” que rodeaba a Balaguer a los verdaderos adversarios a vencer.
Si la política consiste en la búsqueda del poder, quienes decidan transitar ese camino deberán forjar anillos en torno a sí. Anillos intangibles, mucho más poderosos que cualquier anillo material; porque estarán construidos con lazos de complicidades, vivencias, solidaridad, compromiso… y hasta sangre.
Los políticos tienen anillos de poder. Se sirven de ellos para las tareas más disímiles. Algunas rozan lo ridículo, otras lo vergonzoso; unas lo sublime, otras lo imprescindible. A medida que los hombres de poder construyen las bases sobre las cuales edificarán sus ambiciones y darán forma a sus proyectos, los anillos de poder forjados en torno a ellos buscarán fortalecerse.
Poco importa si existe o no espíritu de cuerpo entre los integrantes de un anillo, si todos se deben a su portador. El riesgo será sucumbir a los encantos del anillo y dejarse gobernar por ellos; pues, en definitiva, todos sus miembros buscarán aumentar su cuota de poder frente a su líder, mientras evitarán las concentraciones de poder entre los demás miembros del círculo. Pelear afuera para que el proyecto triunfe; pero también pelear adentro, para no dejarse aplastar por los otros llegado el momento de la multiplicación de peces y panes.
¿Cuántos proyectos presidenciales del pasado sucumbieron ante los interesados consejos que los anillos dieron a los hombres de poder? Ante cada consejo recibido, ¿dónde estaba la línea que separaba el interés personal de un individuo, del interés colectivo que encarnaba un candidato?
Extrapolando al presente y “partidarizando” el ejercicio, ¿sobre la base de cuáles intereses personales se intenta construir un conflicto inexistente entre padre e hijo, dentro de la Fuerza del Pueblo? (por ejemplo). O en el PRM, cuando los anillos intentan radicalizar posiciones entre los precandidatos, incluso cuando ellos mismos públicamente han renegado de tales radicalismos. O en el PLD, cuando un partido se galvaniza en torno al liderazgo de un Medina que lo sabe ejercer, mientras los anillos propios y extraños apuestan a una canibalización inútil.
Los hombres de poder necesitan anillos, pero no pueden sucumbir a sus deseos… o fracasarán ellos también. He ahí el dilema.