Hace muchos años las encuestas dejaron de ser un instrumento de trabajo científico – estadístico.
Pasaron a ser un arma política. Eso se debe a la falsa idea de que se puede influenciar el elector con resultados abultados de popularidad o aceptación de la gestión.
A su vez esto provocó que los candidatos, en sus elucubraciones, solo crean en las encuestas que les favorecen y las que no las tipifican de falsas o adulteradas.
A menos que se tenga por intención informar a la población de la situación política en un determinado punto del tiempo, lo ideal es que las encuestas no se publiquen y que sólo sean usadas como termómetro de la temperatura electoral del momento.
Con ello se elaboran estrategias y se busca el camino más viable para la victoria.
Así lo veo yo y así debería ser, según mi óptica.
Añado, que desprestigiar una firma encuestadora no tiene sentido. Si los números que se publican son falsos el problema es de quien (si es candidato que sale beneficiado) se los crea y luego vea que la realidad los desmienta.
En cierta forma los partidos piensan que, si una firma encuestadora los favorece, eso generará una corriente de opinión que va a amedrentar a los que no resulten favorecidos.
Todos los resultados de todas las encuestas se pueden usar para provecho político, sólo cuando se ven como un mecanismo de trabajo, no como un arma electoral.
En el caso del gobierno es peligroso confiar en resultados que digan que todo está bien, pues esto ralentiza la maquinaria electoral bajo la tesis de que de todas formas ganarán.
Igualmente puede provocar una inutilización de la logística (dinero de campaña), ya que el encargado de mesa electoral al pensar que de todas formas se ganará no usa los recursos para la movilidad y conquista del voto flotante.