Para todo el que se declara un apasionado o curioso del combate a la desigualdad social, una obra como “Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza” encabeza sus recomendaciones de lectura. La obra de James A. Robinson y Daron Acemoglu es un referente para entender las razones que explican cómo hay países que, aún con condiciones históricas, económicas, políticas y sociales equiparables, tienen niveles de desarrollo distintos.
En octubre del 2017, tuvimos la oportunidad de invitar al país a James A. Robinson para realizar una conferencia magistral abierta a todo público, así como un conversatorio con estudiantes de economía del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, y en las reseñas de ambos encuentros destaca su advertencia, que es fruto de la tesis que desarrolla en el libro ya mencionado.
Dice Robinson que “lo que impide que países en pobreza prosperen es el predominio de una estructura institucional débil que permite el monopolio, ahoga las nuevas ideas y exista falta de transparencia, lo que crea consecuencias en materia de seguridad, desarrollo económico y bienestar social”. Parece fácil resolver el problema que plantea Robinson. Bastaría con invertir dinero y esfuerzo en la institucionalidad del país para solucionar los problemas estructurales que enfrentamos.
El diagnóstico no es nuevo, pero las soluciones son difíciles de implementar. Decía Jacques Attalí en su informe del 2010 que “a pesar de un enorme crecimiento económico, los últimos diez años han demostrado algunas debilidades en el modelo en el cual se ha basado la sociedad dominicana hasta ahora. En primer lugar las deficiencias institucionales, que requieren una importante labor para restaurar la confianza en la sociedad”.
Hemos dejado a un lado las verdaderas reformas institucionales que requiere el país, que ya están identificadas en la Estrategia Nacional de Desarrollo, pero que requieren del diálogo, del consenso, del debate de ideas que, lamentablemente, cada vez se hace mas difícil en nuestro país, porque las discusiones político-electorales y la atomización de los interlocutores de la sociedad, impiden alcanzar pactos reales y que se puedan implementar.
En mis conversaciones con el profesor Robinson en aquel 2017, recuerdo que insistió mucho en la importancia del empoderamiento de los ciudadanos para construir sociedades más inclusivas, acuñando lo que escribió Gary Becker en el prólogo del libro “Por qué fracasan los países”, al decir que “las instituciones impulsan el desarrollo de un país, cuando hay un sistema político plural, con un electorado informado y con una actitud de apertura hacia el nuevo liderazgo político”.
Desenredar la desigualdad que aún vivimos requiere de ese debate honesto, que se comprenda que la economía, la voluntad política y la fortaleza de las instituciones, están ineludiblemente entrelazadas, y que a todos nos toca trabajar porque funcionen correctamente. Solo así podremos impulsar una nación libre y próspera, donde la desigualdad no condicione la libertad de los ciudadanos.