La desaparición de la legendaria biblioteca de Alejandría aún atormenta a muchos historiadores, quienes sólo pueden imaginar el tesoro documental que albergaba.
En otra esfera y época tenemos el caso del cine y la televisión. Varios de los primeros filmes y programas televisados en vivo corrieron igual suerte que la biblioteca. Algunas películas desaparecieron víctimas de accidentes, entre ellos varios incendios en almacenes de empresas cinematográficas. Algunas presentaciones televisadas en vivo nunca fueron grabadas. Y, todavía más penoso, numerosas grabaciones fueron borradas a propósito con la finalidad de reutilizar los dispositivos.
Aún más distante de esa biblioteca, en términos del tiempo transcurrido y la clase de documentos, se encuentra el internet de nuestros días. Evaluaciones llevadas a cabo muestran que más de la mitad de las páginas creadas hace apenas quince años han desaparecido. Sus enlaces de internet ya no funcionan, o han sido traspasados a otros dominios. Puede ser que facsímiles de la página hayan sido conservados por alguno de los sitios dedicados a preservarlos, pero en muchos casos, probablemente la mayoría, simplemente han dejado de existir sin que quede rastro alguno de lo que ellas ofrecían. Artículos, fotos, dibujos, canciones y cuentos se han ido para no volver. Y, según reporta la sección de archivo web de “The British Library”, aun en nuestros días la mayor parte del internet no está siendo preservada.
Hay que reconocer, no obstante, que el valor artístico o científico de ese legado de internet que sea ha perdido puede ser cuestionable, y es elevado el número de quienes opinan que su desaparición fue lo mejor que le pudo haber ocurrido. Consideran que un alto porcentaje de lo que la web contiene es incorrecto, falso, mal intencionado y de uno u otro modo decididamente nocivo.
El problema es separar lo que es valioso de lo que no lo es. En la antigüedad la economía ofrecía un mecanismo para ese propósito, pues era costoso producir y copiar libros y pergaminos, y ese costo actuaba como un factor de selección. Poner contenido en internet, por el contrario, es barato, y cualquiera puede hacerlo sin que importe mucho la calidad, veracidad o utilidad de lo que coloque en una de las páginas.