La diplomacia en salud es el uso de la política exterior y la cooperación internacional para mejorar la salud global, fortalecer sistemas sanitarios y promover estabilidad y desarrollo entre naciones.

Tras la Pandemia, quedó claro que la salud conecta con todas las esferas humanas y que es una cuestión de seguridad y economía global. La diplomacia en salud es clave para prevenir futuras crisis, coordinar respuestas transnacionales y construir sistemas de salud resilientes mediante alianzas públicas, privadas y académicas.
En un contexto global marcado por crisis sanitarias, guerras, movimientos poblacionales y desastres naturales, el concepto de seguridad humana cobra una relevancia crítica. A diferencia de las concepciones tradicionales centradas en la defensa territorial o el poder militar, la seguridad humana pone en el centro al individuo y sus derechos fundamentales: acceso a salud, agua, alimento, educación, y protección frente a amenazas sistémicas. Bajo esta óptica, la salud no es solo un componente de bienestar; es un pilar esencial de seguridad, desarrollo y estabilidad.
Las amenazas actuales pandemias, colapsos hospitalarios, terrorismo, cambio climático, inseguridad alimentaria han demostrado que los sistemas de salud débiles representan una vulnerabilidad estratégica. No se puede hablar de seguridad nacional o regional si millones de personas carecen de acceso a servicios básicos, si los brotes infecciosos se diseminan sin control, o si el personal sanitario emigra en masa por falta de condiciones dignas.
En este contexto, República Dominicana ha demostrado un compromiso ejemplar al optimizar el acceso y la calidad de los servicios de salud, implementando reformas estructurales, fortaleciendo su red hospitalaria. Estas acciones no solo mejoran los indicadores de salud, sino que también refuerzan la estabilidad social y económica del país, sirviendo como modelo de cómo la salud puede convertirse en un verdadero pilar de seguridad humana.
La diplomacia en salud se convierte en una herramienta poderosa para articular respuestas coordinadas que reduzcan la vulnerabilidad humana, promuevan la cohesión social y disminuyan el riesgo de conflictividad. Los estados que invierten en salud fortalecen su resiliencia frente a crisis y seguridad ciudadana, aumentan su legitimidad interna y proyectan influencia positiva a nivel internacional.
El liberalismo en relaciones internacionales sostiene que la cooperación entre estados, el fortalecimiento institucional y el respeto a normas comunes son esenciales para la paz y la prosperidad. En contraste con visiones realistas o anarquistas que tienden al aislamiento y la competencia, la teoría liberal promueve soluciones conjuntas a problemas compartidos. La salud, por su naturaleza transnacional, encarna perfectamente este paradigma.
El multilateralismo no es una opción ideológica: es una necesidad estructural para la creación de verdaderos sistemas de salud resilientes. Sobre todo, América Latina debe consolidar alianzas en salud que trasciendan fronteras, integren sistemas de información, faciliten compras conjuntas de insumos críticos y promuevan la formación conjunta de profesionales. Necesitamos pasar de la fragmentación a la integración sanitaria, de la dependencia a la autosuficiencia regional.
La pandemia de COVID-19 reveló la fragilidad de las cadenas globales de suministro. Respiradores, medicamentos, equipos de protección personal (EPPs) y vacunas se convirtieron en objetos de disputa geopolítica. Esta experiencia debe impulsar a América Latina a crear infraestructura crítica hemisférica, incluyendo centros regionales de manufactura, almacenamiento y distribución de insumos esenciales.
Dentro de esta visión estratégica, el fortalecimiento de la industria biomédica regional se vuelve fundamental para construir sistemas hemisféricos resilientes. Esto implica no solo fabricar productos de salud esenciales, sino también desarrollar capacidades de investigación, innovación y producción avanzada dentro de la región.
República Dominicana, gracias a su estabilidad, ubicación geográfica, avances en salud pública y creciente ecosistema de innovación, se encuentra mejor posicionada que cualquier otra nación latinoamericana para liderar estos procesos. El país puede convertirse en un nodo estratégico para la producción biomédica, impulsando la resiliencia sanitaria regional, fortaleciendo las cadenas críticas de suministro y promoviendo el desarrollo científico y tecnológico como motor de crecimiento sostenible.
Para trascender el modelo extractivista de “mano de obra barata”, América Latina debe apostar por el desarrollo intensivo de su capital humano. La salud y la seguridad humana requieren no solo técnicos, sino pensadores, gestores, científicos, innovadores y diplomáticos con visión global.
La academia debe articularse con el sector público y privado para impulsar una nueva generación de líderes en salud global, capaces de generar conocimiento, liderar respuestas ante emergencias, negociar en foros internacionales y construir consensos basados en evidencia. El talento no puede seguir siendo nuestro mayor producto de exportación.
Las alianzas entre gobiernos, empresas y universidades no deben ser vistas como concesiones, sino como estructuras inteligentes de gobernanza. La llamada triple hélice permite generar soluciones sostenibles y escalables en investigación biomédica, telemedicina, salud digital, logística sanitaria y educación.
No hay desarrollo sin salud. No hay salud sin cooperación. Y no hay cooperación sin visión compartida. América Latina tiene la capacidad y la obligación de construir un futuro donde la salud sea no solo un derecho, sino un instrumento de integración, de seguridad y de proyección estratégica.
La diplomacia de salud nos ofrece una hoja de ruta, donde la ciencia, la solidaridad y el multilateralismo se unen para garantizar seguridad humana, equidad y dignidad.