Si Macabón volviera, seguro que no reconocería la pequeña aldea donde gobernó con horca y cuchillo. Samaná ha cambiado mucho desde entonces, y, aunque cada cierto tiempo los gobiernos de turno realizan intervenciones importantes, quedaba pendiente la adecuación del malecón y el puerto para que estuvieran a la altura de las nuevas expectativas locales.
La historia de la península ha sido la de una tierra alejada del centro gravitante del poder capitalino, pero tan cerca de Dios que se puede sentir en cada rincón de sus playas, bosques, montañas, y en el calor de su gente. Aún así, siempre ha existido conciencia colectiva de que todo el potencial de la península no ha sido explotado a profundidad.
Vincular a Samaná al turismo de cruceros era un viejo aspiracional, y, posicionada como una zona de fácil acceso, justo era que sus habitantes fueran beneficiados por una serie de intervenciones hechas desde la decisión estatal de posicionar al pueblo como un destino privilegiado. Para ello, era necesario no sólo hacer las inversiones de lugar; las obras de infraestructuras necesarias; y concertar acuerdos ventajosos para el país con líneas internacionales especializadas en la gestión de esa modalidad de turismo.
De ahí que la inversión realizada por el gobierno con la ampliación y adecuamiento de todo el frente marino –con su nuevo malecón–, impactará directamente en la economía local y en todos los eslabones de la cadena de valor de los bienes y servicios vinculados al negocio crucerista y hotelero; pues, al igual que el nuevo Samana Port, el malecón es una obra que contribuye al embellecimiento paisajístico de un puerto y una ciudad privilegiada por Dios; pero también dignifica la calidad de vida de los samanenses, quienes, en temporadas de altas precipitaciones, veían impotentes cómo las calles bajas del pueblo se inundaban.
El modelo de desarrollo turístico impulsado por el presidente Abinader privilegia la inclusión de la gente local como beneficiaria principal de las intervenciones, a la par que las obras en cuestión motorizan los negocios vinculados a la visitación, maximizando el destino como un referente nacional. El desafío será vincular la comunidad al efecto derrame que generarán los miles de cruceristas que arribarán al pueblo, haciéndoles partícipes de ese desarrollo, de manera que, más allá de los empleos directos e indirectos que generarán estas obras, pueda dinamizarse la economía y los sectores conexos de restauración, hoteleros y turismo inmobiliario.
Samaná tiene ante sí un futuro promisorio en materia de infraestructura y potencial. Toca ahora profundizar en todas las obras realizadas, ejecutar las pendientes, y, mediante una adecuada planificación sectorial y local, procurar que el pueblo no quede ausente de esta nueva oportunidad de desarrollo que se le presenta.