Dajabón, RD
La reciente publicación del Compendio de Estadísticas de Mujeres Fallecidas en Condiciones de Violencia por la Oficina Nacional de Estadística (ONE) revela una realidad dolorosa que, aunque conocida, continúa estremeciendo: al menos 708 mujeres perdieron la vida en circunstancias violentas entre los años 2020 y 2024 en la República Dominicana. No se trata de simples cifras, sino de vidas truncadas, familias destrozadas y una sociedad que aún no ha logrado erradicar uno de sus males más persistentes y destructivos: la violencia de género.
El informe indica que el año más trágico fue 2022, con 163 mujeres asesinadas, mientras que el 2024 registra, hasta ahora, el menor número de casos, con 130. Aunque pueda interpretarse como un descenso, es un número que sigue siendo inaceptablemente alto. Cada una de esas muertes representa una historia que no debió terminar así.
Más que estadísticas: la urgencia de la transformación cultural
La violencia contra la mujer no surge de la nada. Tiene raíces profundas en una cultura patriarcal, en estructuras sociales desiguales y en la normalización del control, la posesión y el maltrato. Si bien las cifras ayudan a dimensionar el problema, es imprescindible mirar más allá del dato: entender las causas, las dinámicas y, sobre todo, los silencios que permiten que este flagelo continúe.
El hecho de que la ONE insista en visibilizar esta violencia como una prioridad estadística es un paso valioso. Reconocer que la violencia tiene género y que afecta de manera específica a las mujeres es el primer peldaño para diseñar políticas públicas efectivas. Sin embargo, la estadística no puede convertirse en un fin en sí mismo. Debe ser una herramienta para movilizar, para educar, para prevenir.
La pregunta no es retórica. Más allá de los esfuerzos institucionales, es esencial cuestionar cómo respondemos individual y colectivamente a la violencia. ¿Denunciamos? ¿Intervenimos? ¿Educamos en igualdad? ¿Promovemos nuevas masculinidades? ¿Le creemos a las víctimas?
La violencia contra la mujer no se combate solo con leyes, aunque estas son fundamentales, sino con un compromiso profundo desde los hogares, las escuelas, los medios de comunicación y las iglesias. La transformación que necesitamos es cultural, educativa y ética.
La muerte de 708 mujeres en cinco años no puede dejarnos indiferentes. Es una tragedia nacional, un problema estructural que requiere respuestas estructurales. Invertir en la protección de las mujeres, en la atención a víctimas, en la capacitación de fuerzas del orden, en la justicia efectiva y en la prevención desde edades tempranas no es un gasto: es una deuda moral.
La violencia contra las mujeres no es inevitable. Es el resultado de decisiones, omisiones y complicidades. Solo con una sociedad verdaderamente comprometida con la equidad y la dignidad humana podremos cerrar esta herida que cada año sangra con más nombres, más historias, más ausencias.
Por: Yameirys Acevedo.