El proletariado nunca ha escrito la historia. Así pues, la mesita de noche es producto de la necesidad de la élite, no de las masas. De la nobleza, que podía disponer de habitaciones suficientemente espaciosas como para tener al lado de la cama un mueble que, más que mesita –como hoy la conocemos–, ocultaba el orinal de quienes tenían dinero y podían permitírselo, porque el pueblo tenía que salir al descampado y hacer aguas como fuera.
Aunque la historia de su evolución abarca unos cuantos siglos, el mueble en cuestión, –independientemente de su función decorativa, estética y de si hace o no juego con la cama–, cumple funciones básicas que se antojan importantes y comunes en la mayoría de los casos.
Y es que la mesita de noche se ha democratizado, igualando a ricos y pobres al momento de servir como descanso del celular mientras carga (el infame aparatico que no nos pierde pies ni pisadas); o de soporte donde colocar el vaso de agua que vela nuestros sueños; o la lámpara que usan los quieren un poco de luz solamente, algo tenue y discreto que no nos dé en los ojos como si fuera otro sol, mientras estamos recostados.
El uso particular será un reflejo de la personalidad de cada quien. La mía está atiborrada de libros y he visto algunas dominadas por frascos de medicinas, cremas, lociones, fotografías; otras con relojes y joyas por encima, y me imagino las de ciertos refunfuñones que conozco, que mínimo deben de tener dos peñones al lado del vaso de agua para nada más levantarse, agarrarlos y lanzárselos al primero que se les cruce.
Desconozco si en Najayo las camas tendrán mesita de noche –por ejemplo–, asumo que no. Es un mueble superfluo en ese entorno, por lo que la iluminación de la celda la dará el bombillo del techo, así que no se necesita la lamparita que casi siempre tenemos sobre ella. La que se erige en prueba final de la conciencia, en hábil detector de mentiras, términos de referencia manipulados, licitaciones amañadas y en filtro eficaz que determina si nuestro diario vivir (público o privado) es justo y se apega a la ley.
Porque estando solos en la soledad de la habitación, previo a apagar la luz antes de dormir, aún ahí podemos aparentar, engañar a quien duerme a nuestro lado con palabras falsas y besos fingidos, y hasta engañarnos a nosotros mismos; pero, cuando apagamos la luz de la mesita de noche, toca conciliar el sueño en silencio, y el que no lo hace, es porque tiene problemas que le impiden hacerlo.
Al final, no importa lo que uno crea, sea, quiera o tenga. La prueba de una vida digna y sin problemas se resume sencillamente a eso: a poder apagar la luz de la mesita de noche y conciliar el sueño plácidamente. Lo demás es irrelevante.