Vivimos en una era donde el progreso tecnológico avanza a un ritmo vertiginoso. Inteligencia artificial, plataformas digitales y automatización están redefiniendo la educación, la economía y la vida cotidiana. Pero este desarrollo, lejos de ser neutral, puede ampliar o reducir las brechas sociales. El desafío está en orientar la tecnología hacia la equidad, no hacia la exclusión.
En el ámbito personal y comunitario, la tecnología puede ser una herramienta de emancipación. Plataformas como Khan Academy o Duolingo, junto con tutores virtuales basados en inteligencia artificial, han democratizado el acceso al conocimiento. Un joven de un barrio rural puede hoy aprender inglés o programación con la misma calidad que un estudiante urbano.
Del mismo modo, la inclusión financiera digital ha sido revolucionaria. La banca móvil —como el sistema M-Pesa en África— ha permitido que millones de personas sin cuentas bancarias accedan a servicios financieros básicos, ahorren y emprendan pequeños negocios.
En salud, las aplicaciones móviles (mHealth) permiten seguimiento médico, recordatorios de vacunación y consultas virtuales, lo que ha sido clave en zonas rurales y durante la pandemia. La alfabetización digital, por su parte, se vuelve esencial: enseñar a usar un teléfono inteligente o una aplicación de pago puede significar abrir la puerta a la autonomía económica.
El nivel meso: fortalecer las instituciones locales
A escala intermedia, la tecnología transforma la manera de operar de empresas y gobiernos locales. Las pymes digitalizadas pueden vender en línea, gestionar inventarios y alcanzar mercados internacionales, algo impensable hace dos décadas.
Los gobiernos locales inteligentes utilizan datos y aplicaciones para optimizar servicios públicos y fomentar la participación ciudadana. En algunas ciudades latinoamericanas, los presupuestos participativos en línea ya permiten que los vecinos decidan en qué se invierten los fondos municipales.
A la vez, los programas de capacitación digital impulsados por empresas como Google o Microsoft están preparando a miles de personas para empleos en la economía digital, fortaleciendo la empleabilidad en sectores históricamente excluidos.
El nivel macro: políticas con visión social
En el plano estructural, el papel del Estado es decisivo. Las políticas públicas deben garantizar el acceso universal a internet y la inversión en infraestructura tecnológica. La ONU ha declarado la conectividad un derecho humano, pero millones siguen desconectados.
El uso ético de los datos y la gobernanza digital son también cruciales. El Sur Global enfrenta el riesgo del colonialismo digital, donde las grandes corporaciones tecnológicas concentran el control de la información. Fomentar la soberanía tecnológica, la protección de datos y el desarrollo de capacidades locales es vital para no quedar relegados.
La tecnología no es ni buena ni mala; su impacto depende de quién la diseña, para quién y con qué propósito. Si se orienta hacia la justicia social, puede ser el mayor motor de inclusión de nuestra época. Pero si se deja en manos del interés económico sin regulación ni ética, ampliará la desigualdad que dice combatir.
El reto es claro: hacer de la tecnología un derecho y no un privilegio. Solo así, desde el individuo hasta el Estado, podremos convertir la innovación en un verdadero instrumento de justicia social.
El autor es profesor e investigador en la Escuela de Negocios de la PUCMM