El Dr. Evan Ellis, PhD —considerado ampliamente el principal experto estadounidense sobre la presencia y proyección de China en América Latina y el Caribe— acaba de publicar un análisis sobre el “China’s Policy Paper on Latin America and the Caribbean”, emitido el 10 de diciembre de 2025. 
Hay momentos en que la geopolítica deja de ser una abstracción y se convierte en una decisión concreta: con quién se alinea una nación, qué modelo de desarrollo adopta y qué precio está dispuesta a pagar por promesas de inversión y “cooperación”. Hoy, América Latina y el Caribe se hallan ante uno de esos momentos.
El choque de visiones es nítido. Por un lado, la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSS), que prioriza los intereses nacionales y la contención de adversarios extrahemisféricos. Por el otro, el nuevo documento rector de Beijing —el China’s Policy Paper on Latin America and the Caribbean—, que envuelve su expansión en un lenguaje de “beneficio mutuo”, “cooperación Sur-Sur” y “civilización compartida”. Detrás de esa retórica se esconde una arquitectura de dependencia tecnológica, financiera y de seguridad, diseñada por un Estado-partido que no tolera el pluralismo político ni la prensa libre.
No se trata de quién construye más carreteras. Se trata de qué tipo de orden importan nuestros países: uno donde el ciudadano conserva espacios para disentir, o uno donde el poder se blinda con ayuda externa.
La retórica dulce, la arquitectura dura
El texto chino suena a poesía diplomática: respeto, igualdad, no imposición. Pero leído con frialdad, es un catálogo de herramientas para proyectar influencia estructural.
Beijing habla de monedas locales, swaps y “panda bonds” para reducir la gravitación del dólar y crear circuitos financieros bajo su control.
Promueve infraestructura crítica —puertos, telecomunicaciones, ciudades inteligentes— atada a hardware y estándares chinos.
Y avanza sobre el espacio aeroespacial mediante cooperación satelital y el uso regional del sistema BeiDou, acompañado de foros y centros de aplicación.
Una vez que un país adopta los sistemas financieros, logísticos y tecnológicos de una potencia autoritaria, su margen de maniobra se estrecha, aunque los acuerdos se firmen entre banderas y sonrisas.
“No injerencia”… con extradición y entrenamiento policial
China invoca “no injerencia”, pero propone cooperación policial, judicial y de seguridad: tratados de extradición, asistencia judicial, repatriación, decomiso de activos y coordinación antidrogas.
Añade intercambios militares, “diálogo de políticas” y cooperación en “seguridad no tradicional”. En democracias sólidas esto podría sonar rutinario; en regímenes con instituciones capturadas, equivale a sofisticar la represión.
El patrón: apoyar regímenes autoritarios mientras se predica “democracia”
Beijing repite palabras como “justicia” y “derechos”, pero sus alianzas lo contradicen.
Sostiene económicamente a Cuba, un Estado de partido único que censura y encarcela.
A Nicaragua, donde las libertades se extinguieron tras 2018.
Y a Venezuela bajo Maduro, hoy una dictadura con fachada electoral.
Cuando Washington denuncia abusos, China responde hablando de “anti-bullying” y “soberanía”, aun cuando lo que protege es la impunidad de sus socios.
Tendencias inquietantes: Colombia y Honduras como advertencias
En Colombia, el gobierno de Gustavo Petro ordenó suspender la cooperación de inteligencia con Estados Unidos, gesto que, más allá de sus matices, simboliza un distanciamiento estratégico.
En Honduras, el panorama institucional es frágil: tensiones poselectorales y protestas paralizan el proceso, mientras el vínculo con Beijing se profundiza con nuevos acuerdos de financiamiento e infraestructura.
Ese es el ecosistema ideal para la expansión china: instituciones débiles y gobiernos necesitados de oxígeno económico.
Lo que dice Washington… y lo que debe hacer mejor
La NSS reafirma la idea de que el hemisferio occidental no puede convertirse en campo libre para potencias rivales, resucitando en clave moderna la Doctrina Monroe. 
Esa claridad doctrinal es valiosa: nombra el riesgo y fija una línea roja. Pero no basta, porque las advertencias no reemplazan la presencia.
Washington ve el incendio, pero apagó parte de su manguera.
USAID, durante la última década, irritó a más de un gobierno con su agenda cultural percibida como excesivamente “woke”. Sin embargo, era la infraestructura humana del poder blando estadounidense: el vínculo cotidiano con alcaldías, ministerios, universidades, medios y sociedad civil que permitía convertir estrategia en acción y detectar vulnerabilidades institucionales.
Con su disolución el 1 de julio de 2025 y el traslado de sus funciones al Departamento de Estado, Estados Unidos corre el riesgo de haber tirado al bebé con el agua sucia: debilitó precisamente la red de contacto que podía sostener políticas democráticas frente a intereses especiales y avances autoritarios. 
Y si esa fue la apuesta —“menos agencia, más Cancillería”— entonces ha llegado la hora de que el Secretario de Estado (Canciller) Marco Rubio cumpla: reconstruir y financiar capacidades reales dentro del Departamento de Estado para volver a comprometerse, de forma sostenida, con actores locales e instituciones democráticas; dotar a las embajadas de herramientas ágiles; y reactivar alianzas con sociedad civil, medios, universidades y contralorías que detectan y frenan la captura institucional. Rubio defendió la reestructuración prometiendo una asistencia “más estratégica” y “más eficiente” administrada por el Departamento de Estado; ahora debe demostrarlo en la práctica. 
Estados Unidos pierde cuando su mensaje se reduce a “China es mala” y su oferta práctica es burocrática, lenta o moralmente inconsistente. La región no necesita sermones: necesita alternativas competitivas, transparentes y rápidas, sin cinismo. Si Washington quiere frenar el avance chino, debe recuperar credibilidad con tres acciones concretas:
1. Infraestructura e inversión real, con financiamiento ágil y estándares anticorrupción que no sean excusa para la inacción.
2. Cooperación en seguridad que fortalezca instituciones, no que las capture: capacitación judicial, transparencia, anticorrupción y protección de derechos.
3. Defensa explícita del espacio cívico: prensa libre, sociedad civil, alternancia electoral y rendición de cuentas.
Porque el vacío lo llena Beijing—y lo llena con sistemas que, una vez instalados, son difíciles de desmantelar.
La pregunta que no se quiere hacer
¿Qué tipo de soberanía es esa que se vende a cambio de préstamos, satélites, swaps monetarios y “ciudades inteligentes” cuyo mantenimiento y datos controla otro Estado?
La soberanía no es discurso, es capacidad de decisión. Y quien amarra su infraestructura digital y financiera a los sistemas de una potencia autoritaria pierde margen de maniobra, aunque conserve bandera e himno.
Conclusión: no es EE. UU. vs. China; es libertad vs. tutela
Este choque no es solo geopolítico, es filosófico. De un lado, un modelo imperfecto pero autocorrectivo, donde la ciudadanía puede cambiar gobiernos; del otro, uno donde el Estado define la verdad y exporta su método como “cooperación”.
El documento chino se presenta como invitación a “un futuro compartido”, pero lo que ofrece es un futuro dependiente: dependiente de su tecnología, de su financiamiento y de su tolerancia a la disidencia.
América Latina no tiene por qué ser apéndice de nadie. Pero para evitarlo debe leer ese texto como lo que realmente es: no un poema diplomático, sino un manual de penetración estratégica.
Y Estados Unidos, si quiere competir, deberá hacerlo con algo más que advertencias: con inversión, principios y respeto genuino por la única soberanía que importa —la que nace de instituciones fuertes y ciudadanos libres.
Navidad, renuevo que vuelve a empezar
Cada diciembre volvemos a una fecha conocida, pero la Navidad no es un recuerdo que se repite: es un renacer. Como el brote de olivo que emerge humilde entre raíces endurecidas, así la gracia se abre paso donde parecía no quedar vida. Dios no irrumpe con ruido; llega al modo del Reino que Jesús comparó con un grano de mostaza: discreto, pequeño, pero cargado de una fuerza que no se ve y que termina abrazándolo todo.
Y quizá no haga falta un mensaje extenso para comprenderlo: la Navidad se explica sola cuando toca el corazón.
La Navidad nos llama a mirar con los ojos del corazón. No está en las luces ni en los rituales apresurados, sino en la hondura donde Dios trabaja en silencio. Su acción es como la levadura: parece poca cosa, pero transforma todo lo que toca cuando encuentra espacio.
El pesebre no pide grandeza, pide apertura. Preparar la Navidad es dejar que la luz entre en los rincones donde guardamos temores, durezas o cansancios. Es elegir la reconciliación sobre el orgullo, la escucha sobre la prisa, el cuidado sobre la indiferencia. Así, cada hogar puede convertirse en ese pequeño huerto donde el Reino comienza a germinar sin alarde.
La Navidad no exige vidas perfectas; solo corazones dispuestos. Es Dios confiando otra vez en nuestra capacidad de empezar de nuevo. Y, como el renuevo de olivo, la vida que viene de Él siempre sabe abrirse camino, aun allí donde pensábamos que ya nada podía florecer.