A Kenia Carvajal, hija de la dominicana Lucrecia Pérez, asesinada el 13 de noviembre de 1992 en el considerado primer crimen racista de España, la xenofobia le marcó la vida cuando recibió la noticia de la muerte de su madre y hoy, 30 años después, pide «denunciar cada caso de racismo» y «tener dignidad».
Lucrecia fue asesinada en Aravaca (Madrid) el 12 de noviembre de 1992 en un tiroteo dirigido por el agente de seguridad Luis Merino Pérez y tres menores de edad en una discoteca abandonada donde se refugiaban migrantes sin hogar; un crimen que consternó a la opinión pública española. Fueron condenados a 126 años de cárcel en conjunto.
En una entrevista con EFE en Madrid, donde reside ahora, Kenia rememora el momento en el que le comunicaron que habían matado a su madre.
«Yo estaba en Dominicana con mi papá, tenía seis años, nos llamaron a un teléfono fijo de una vecina y nos dieron la noticia, no lo podíamos creer, fue todo muy inesperado», dice.
Desde entonces la vida de la familia cambió radicalmente: «Hemos sufrido mucho, perder a una madre, a una esposa, en casa apenas se hablaba de mi mamá porque era muy doloroso».
Lucrecia llevaba apenas tres meses en España cuando fue asesinada.
«Mi mamá vino buscando una mejora económica, un buen trabajo para que su familia viviera bien, su sueño era hacerme una casa, que yo estudiara y al final su sueño no se hizo realidad», lamenta.
EL ASESINATO DE LUCRECIA, «UN ANTES Y UN DESPUÉS» EN ESPAÑA
Kenia, que trabaja en una asociación contra el racismo y la xenofobia, cree que el asesinato de su madre significó «un antes y un después» en la sociedad española, pero aun así considera que «aún hay racismo».
«Se sigue sintiendo, aún hay agresiones, últimamente se ha incrementado por la imagen de las bandas latinas, incluso por el coronavirus, ha aumentado el racismo, la xenofobia y toda la intolerancia», apunta.
Un racismo que no se denuncia, según critica, ya que «solamente el 10 por ciento» de las agresiones son puestas en conocimiento de la autoridad.
«Hay mucha infradenuncia, será por miedo; pero aunque el primer caso de racismo que se conociera fuera el de mi madre, también en los años noventa había racismo, seguro que hubo otros que nadie sabe, por el miedo a denunciar», incide.
Según recuerda, en aquellas décadas «la mayoría de los migrantes no tenía papeles» y eso aumentaba el miedo a acudir a la policía, pero «aún hoy en pleno siglo XXI sigue habiendo racismo».
VIVIR EN EL PAÍS EN EL QUE ASESINARON A TU MADRE
Kenia terminó emigrando en busca de una vida mejor y, al igual que su madre, acabó recalando en España.
«No me planteé no venir a España, una vecina allá me preguntó que si no me daba miedo venir porque aquí mataron a mi madre, pero no lo tuve, vine para buscar una nueva economía y ayudar a mi familia», cuenta.
Un miedo que tampoco ha experimentado en el país, donde, aunque no ha sufrido episodios racistas, sí los ha presenciado respecto a otras personas.
«He visto a gente diciendo a otras personas que se fueran a su puto país y he intervenido, me da rabia que no entiendan que porque seamos de diferente color no tienen derecho a odiarnos», enfatiza.
Por ello anima a todos los que sufren esta xenofobia a denunciarlo ante la las autoridades.
«Que denuncie, que no se quede callado, que denunciando también se pueden parar un poco las injusticias, servimos de ejemplo para otra persona que cree que es normal. No es normal, una agresión, no es normal; nadie tiene que agredir a nadie ni insultar simplemente porque sea de otro color», continúa.
Sin embargo, tiene claro que «España no es un país racista», pese a que haya «grupos de personas que sí lo son (…), dañan a la sociedad, no piensan en las demás personas».
Unos comportamientos que se han de combatir «desde casa y desde las escuelas».
«Educando a las personas en la tolerancia y dejando la intolerancia atrás, es la manera de combatir el racismo, no ver a los inmigrantes como una cosa rara, no venimos aquí a quitarle el puesto a los demás ni a robarles, venimos por una mejor economía, ya que en nuestro país no la tenemos», argumenta.
Su madre fue víctima de ese racismo que aún pervive en todas las sociedades, pero su muerte «no quedó en el olvido», su memoria «sigue viva».