En la Reminiscencia se amadriga cierta nostalgia que alienta, en lugar de entristecer. Me ha ocurrido más que nunca, ahora que tengo como amable tarea escribir sobre ellas cada dos semanas.
Creo que mi formación como huérfano precoz me ha ayudado a disfrutar la experiencia y procuré en mi “Elegía Personal del Huérfano” algunos que me concedieran la razón. Por ejemplo:
I
En verdad,
padre
no conozco la alegría
ni el rostro de la suerte
¡Año que tengo de vida!
¡Año que cumple tu muerte!
II
En la orfandad
me marcó la tristeza,
me oprimió la soledad
amarga
interior
y fuerte
de llorarte sin lágrimas
sólo con gestos
¡Porque te perdí
Antes de tenerte!
III
Tengo que imaginarte,
reconstruirte,
fundar una memoria
sólo para ti,
lanzarme en la oscuridad
que ocupa el lugar de los recuerdos
y asirme al hilo de versiones
de quienes te tuvieran
y hacer penumbra al candil
de evocaciones
de los que te lloraron.”
Mi hermano mayor, Américo, me contaba que siendo adolescente mi padre cada noche lo llevaba a la casa del abuelo y allí se embelesaba oyendo relatos vívidos como éstos:
Dos días después del 27 de Febrero del ´44, llegaba Mella enronquecido a la casa de su madre Francisca y alzaba al primito de apenas 9 años, Manuel María, que vacacionaba donde la tía, gritando “¡Viva la República Dominicana!”, al levantarlo por las orejas; el abuelo contaba cómo lo recordaba cuando fuera enviado por sus padres a Macorís para protegerle, porque la autoridad haitiana ya lo perseguía peligrosamente y sonreía al exclamar: “Total, el sobrino conquistó al tío, Manuel María Castillo Álvarez, para que se sumara a lo que vendría, es decir, el alzamiento de la Puerta de la Misericordia, la noche del Trabucazo. Por eso se proclamó en Macorís la Independencia primero que en los otros pueblos.”
Asímismo, contaba el abuelo el paso de Duarte en su viaje de regreso, luego de ver al entrañable amigo moribundo en Santiago, lo que éste le dijo de su anhelo de ser envuelto en la bandera al sepultarle. Conservaba una hermosa carta del patricio, que con los años se perdiera en la casona, luego del año ´20 en que muriera el anciano General Manuel María Castillo Medrano, el abuelo.
Así me llega al atrio de mi memoria el recuerdo de la tía Juana, hermana mayor de mi padre. Una dama exquisita, de hablar fluido, que superara al siglo con tres años más y nos complacía con sus relatos. Fue la esposa de un médico eminente, el doctor Darío Contreras; vivieron en París durante un tiempo y al regreso tuvo la iniciativa de construir un teatro de pino, bien tratado, con palcos interiores, cual si fuera de ópera, que terminaría devorado por las llamas.
Entre muchas de sus Reminiscencias había una que me fascinaba oir, la de su hermano Luis María, cuando viniera el poeta español Francisco Villaespesa en su generosa gira de solidaridad con el pueblo dominicano por su Independencia, perdida por la ocupación militar norteamericana.
Contaba mi inolvidable tía que al terminar su brillante conferencia el poeta español, desde el público su hermano Luis María exclamó: “Poeta de oro del mundo libre; dejad leer unos versos sencillos de este bardo hijo de un pueblo adolorido.” El poeta lo invitó con cortesía a subir al escenario, negándose el tío Luis con cierto resabio, y dijo: “Permitidme hacerlo desde el seno luctuoso de este público doloroso” y leyó su poema; del mismo sólo recuerdo el grito de consolación primero: “¡No desesperes, Santo Domingo, ten fe y espera!”. Perdí el resto y no he podido, en ninguna de las antologías que he leído, encontrarlo.
“¡Ten fe y espera!” ¡Qué expresión tan valiosa! Sirve mucho para el presente. Poner nuestra suerte en manos de Dios que, junto a los bríos de sus hijos, ha intervenido con su Divina y Eterna Providencia.
El tío Luis María, que no conociera, fue aplaudido clamorosamente y el ilustre visitante exclamó: “Sólo hasta hoy fuiste inédito, ya eres miembro del Parnaso; el poema basta.”
Y un recuerdo lleva a otro. Mi hermano Pelegrín Abdías me decía que el tío Luis era, no sólo un poeta cabal, sino que su talento era enorme y una vez, mi padre, a quien ayudaba como secretario, se animó a decirle: “Frére, usted que se ha conmovido tanto con la muerte dada por Jesucita a su esposo, ¿se atrevería a escribir su defensa? Le aseguro que si le queda bien la leeré y sólo diré de su autor cuanto termine en el estrado.”
En efecto, así lo hicieron los hermanos; el poeta escribió la defensa y el abogado la leyó, como era frecuente hacerlo en el ámbito penal. El éxito fue rotundo, pues se trataba de un caso de Legítima Defensa de la madre joven ante la agresión brutal de su esposo ebrio.
Conservo otros recuerdos del abuelo al referirse “al piso de tierra de pobreza evidente y humildad del héroe moribundo”. Mi padre inquiría por su vocación militar y el viejo se limitaba a decirle: “Genio y figura hasta la sepultura”; “lo más notable era su lealtad a la Patria y Juan Pablo”; “la anexión separó patriotas de traidores y mira el desastre en que hemos terminado”.
El viejo “conspiraba” para organizar la liberación de su pueblo y moriría en el ´20 sin llegar a verlo libre nuevamente. No hay dudas… recordar es vivir.