Si finalmente en mayo se concretizan las estimaciones de las más reputadas encuestas, Luis Abinader estará siendo juramentado como presidente el 16 de agosto de 2024. No es una afirmación ni un deseo, es lo que indican los instrumentos de medición desde hace más de un año de manera consistente y sostenida. El escenario puede cambiar –evidentemente–, ya que toda encuesta es la fotografía de un momento electoral en particular y no un oráculo inevitable; de ahí que mal harían quienes asesoran y acompañan al presidente en recostarse de aquí a mayo; como mal haría la oposición si desfallece y asume los números como un diagnóstico cerrado, porque la política es circunstancial y las circunstancias cambian a diario.
El mayor riesgo político que tiene el presidente es dentro de su partido; el mayor desafío es contener al espíritu del PRD que habita en el corazón de muchos perremeístas; esa vocación de autodestrucción política que les enceguece y les impide ver más allá de las curvas del tiempo, porque –admitámoslo–, si sacarse un ojo con tal de dejar a un compañero ciego fuera un deporte olímpico, muchos dirigentes del PRM tuvieran varias medallas de oro. En todo caso, ese ADN funesto ha sido contenido hasta ahora por el presidente, pero también por muchos de sus compañeros que entienden que el espíritu de cuerpo es necesario para cohesionar las aspiraciones colectivas de permanencia en el poder; que bien el ejemplo del PLD está aún fresco en la memoria, ese desatino político espoleado por el ego, las mezquindades y miserias humanas de algunos, que les hizo a todos no sólo perder el poder, sino desguañangar la fábrica que haría presidentes hasta el 2044.
El presidente va a su ritmo, controla el relato y los medios, pero, lo más importante, la oposición aún está fragmentada, y, aunque la Alianza Rescate RD dio un paso significativo y exitoso el pasado viernes, por todos los firmantes es sabido que quien quede en tercero será inevitablemente absorbido por el segundo, de ahí que los resquemores y resabios persistirán a nivel de las cúpulas, que no en los mandos medios donde al vislumbrarse cuatro años más en oposición, los cargos electivos menores adquieren una relevancia tan vital que roza en la supervivencia política a nivel local.
Habrá que ver si contar con cinco o seis candidatos presidenciales para las elecciones de 2028 dará tranquilidad o quitará el sueño. El problema no será ganar ahora, sino gobernar después, porque los mejores funcionarios de su gobierno –los más efectivos– serán los que irán al redondel a pelear por la nominación partidaria; algunos con apoyo del partido, otros con apoyos externos; algunos con espíritu solidario y otros con espíritu solitario. El desafío de Luis será trabajar en su segundo cuatrienio en función de su legado político, con muchos funcionarios y compañeros de partido que estarán más atentos a con quién alinearse de cara al 28 –para estar más dentro del círculo de poder del próximo presidente–, que en ayudar al recién electo en concretizar su obra de gobierno; otros, más que un árbitro imparcial y justo exigirán un endoso exclusivo.
En definitiva, irónicamente, quizás para Luis Abinader el 17 de agosto de 2024 será una mañana solitaria en el ejercicio exitoso del poder… la primera de muchas.