Grato resulta recordar aquel tiempo en que fuera miembro de la Comisión de Recuperación de Tierras del Estado y Tierras Baldías. Ese tiempo me enseñó muchas cosas que luego me sirvieron para entender mejor las realidades.
El apego a los intereses como código de vida, defenderlos como sagrado fueron en una parte de la sociedad y, por otra, las desdichas de las carencias hundidas en un desencanto innato, pero no admitido por injusto, que fácilmente se torna rebelde y reclamante.
Me ocurrió que por el tipo único de relación política y personal que siempre sostuve con El Líder de aquel enorme ímpetu social agrario, me fue erigiendo en hechos una especie de Contralor implícito del trabajo de las otras cuatro Comisiones encargadas de llevar a cabo tan sublime empeño.
Una escabrosa utopía alojada mucho tiempo en la mente esclarecida de aquel portentoso hombre de Estado, decidido a todo desde su indiscutido litoral conservador en aras de hacer justicia.
Alineó sus soldados de extracción esencialmente campesina en el apoyo, que además se cimentaba en el liderato alcanzado sobre su oficialidad en un contexto de Guerra Fría.
Ese viejo capitán de tormentas políticas se había puesto un traje de tormenta que trajera de la España del año ´32 cuando guardara en un baúl las Leyes de la Segunda República y siete años después de su vuelta al poder en el ´72, luego de azares infinitos, exilio vejaminoso incluido.
Ese año marcó mi vida de muchas maneras. Total, que los intereses creados hicieron retroceder y fracasar el Programa Agrario, la última oportunidad de generar una nueva composición demográfica de nuestro territorio como alojamiento de una Nación más justa y equilibrada: evitar los éxodos internos hacia las marginalidades peligrosas y estériles, dejar más manos y nuevos surcos, descentralizar el bienestar, redistribuirlo, hacerlo más abarcante y generoso, dador de dignidad a nuevos ciudadanos económicos concebidos al través del estatuto dignificante de propietario de heredad. No el ridículo pavo electoral de la navidad de Mayo.
Hubo de todo. Hasta llegamos a romper las relaciones, según pareció, para siempre, por un lance que tuviéramos en dos discursos agrios: Yo hablando de lo peligroso que resultaba provocar con presencia militar excesiva al pueblo de Macorís por augural de rebeldías históricas y él, que lucía colérico, porque todas esas protestas se hacían por las molestias naturales de las zanjas del nuevo alcantarillado sanitario que le construía.
Me dijo: “Oiga mi discurso esta noche”. Y respondí: “No. El peor error de mi vida ha sido oírlo a usted.”
Me basta decirles que más de 200 asistentes a la sesión de la Comisión Nacional de Desarrollo se desparramaron poniéndole término a ésta.
El hecho es que el pueblo no se enteraba de todas las cosas que ocurrían allí bajo la presidencia de un ciudadano ejemplar de claras virtudes, con el cual me vi en la necesidad de confrontar por ser un importante defensor del Latifundio.
Fue una lástima que así fuera, porque esas sesiones de los miércoles servían para verdaderos encontronazos entre intereses sectoriales; el Jefe del Estado, muy atento, que imponía el interés público por encima de cualquier ventaja o provecho que lo mermara.
Pero bien, Balaguer quiso que pasara a ser miembro de la misma, y le dije: “Usted sabe bien que yo tengo mucho de “roca izquierda” y me respondió sonriendo: “Eso alegrará el debate.” Le dije más; “Presidente, no entiendo, y ésto no es por exhibicionismo, por qué la prensa no tiene acceso a esa experiencia tan interesante. Me dijo: “No. No sabes cuánto se lo pedí a su presidente y me rendí, porque no dejaba de tener razón en cuanto a que esos periodistas son muy superficiales y casi todos están fanatizados políticamente y después ponen las cosas como les viene en ganas.”
Respondí: “Pero Presidente, que se graben televisadas las audiencias o se inviten sólo directores o subdirectores de diarios, o periodistas que éstos seleccionen. El hecho es que debe pasar al público.” Puso el rostro serio y comentó; “Yo mismo he tenido malas experiencias cuando digo unas cosas y las ponen a su manera.”
El hecho es que hoy, 50 años después, recuerdo aquellos momentos y me enternezco. Eran hombres valiosos aquellos, serios, probos, que tenían sus posiciones y las defendían con decoro.
Mi artículo en la Revista Ahora en aquel año traumático de elecciones bajo el título “El Ocaso de las Instituciones; Peligroso Camino” lo mortificó mucho.
De ese tiempo de violencia torva quiero recordar una noche de unos días después del desastre de la votación sobre la abstención, cuando El líder convocó a todos los empresarios esenciales del país y les hizo un resumen sombrío de lo acontecido, pero hubo un momento en que su discurso improvisado vibró más cuando dijo: “Estamos en un tiempo malsano y peligroso que nadie tiene segura su cabeza sobre sus hombros, empezando por la mía.”
¿Qué quiso decir aquel portentoso Maestro del Poder? Todos quedaron atónitos.