Siempre preocupado por los detalles, el compañero y amigo, doctor Franklin Almeyda, hace poco quiso reunirse conmigo para trasladarme sus criterios y apreciaciones con relación a las recientes elecciones municipales.
Lo veíamos tan activo y dinámico como siempre. Por eso nos sorprendió que tan solo varios días después de haber participado, en forma animada, en la última reunión de la Dirección Política de la Fuerza del Pueblo, de manera inesperada, se despidió para siempre.
Con su fallecimiento, la sociedad dominicana pierde a una figura estelar de la generación política que surgió con la desaparición de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, en 1961.
Al ocurrir ese excepcional episodio de la vida nacional, Franklin Almeyda, oriundo de Altamira, Puerto Plata, era tan solo un joven e incipiente estudiante de la Facultad de Derecho de la entonces Universidad de Santo Domingo.
Fue de los primeros de su época en incorporarse al Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y adherirse de manera entusiasta a las ideas democráticas, de progreso y justicia social encarnadas por el profesor Juan Bosch.
Sus inicios en la política surgieron dentro del marco universitario. Fue miembro del Frente Universitario Radical Revolucionario (FURR), el primer grupo estudiantil formado por el partido del buey y el jacho prendío.
Con la desaparición del FURR, pasó a formar parte de la dirección de la Juventud Revolucionaria Dominicana (JRD), de la cual surgió, posteriormente, el Frente Universitario Socialista Democrático (FUSD), que conquistó, en 1969, la secretaría general de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), a través del emergente y carismático líder estudiantil, Hatuey de Camps.
Esos años de participación de las luchas estudiantiles en la UASD, lo condujeron, posteriormente, a ser parte de su cuerpo docente y de investigación. Fue profesor del Departamento de Historia y Antropología. Luego, director del Colegio Universitario, para terminar siendo rector de la más antigua alta casa de estudios de las Américas.
Años después, dirigió el Comisionado para la Reforma de la Justicia; y después, Secretario de Estado de Interior y Policía.
Años de lucha
Franklin Almeyda fue un hombre con quien se podía estar o no de acuerdo. Pero, una de sus características más distintivas fue que siempre se expresó y actuó con gran franqueza respecto de las causas que defendía, de los valores y principios que enarbolaba y de su lealtad a toda prueba a la figura del profesor Juan Bosch.
Amigo cercano del doctor José Francisco Peña Gómez, empezó a trabajar junto a este, dentro del PRD, luego de la Revolución de Abril de 1965 y de la salida del profesor Bosch a Europa un año después, para sostener al partido blanco como principal arma de resistencia política a los gobiernos del doctor Joaquín Balaguer.
Por aquel entonces, el PRD se encontraba dividido en dos tendencias. Por un lado, había un sector conservador que aspiraba a que la organización política participara en las elecciones de 1970.
Por el otro, un sector progresista, de avanzada, que entendía que no había condiciones para presentarse en un certamen electoral; y que, por consiguiente, había que crear otros métodos de lucha para eventualmente alcanzar el poder.
En ese proceso se llegó a un acuerdo de transacción en la cúpula del partido con su figura máxima, el profesor Bosch, que fue el llamado Acuerdo de Benidorm, que dejaba una puerta abierta ante la eventualidad de si había condiciones, la organización política participar en el certamen electoral.
Era la época de la tesis de la Dictadura con Respaldo Popular, del Pentagonismo, sustituto del imperialismo y De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe, Frontera Imperial, textos a través de los cuales el profesor Juan Bosch reorientaba su pensamiento político luego de haberse sentido estafado en sus convicciones democráticas por el golpe de Estado de 1963 y la ocupación militar norteamericana de 1965.
El tema quedó resuelto en la sexta convención del PRD en 1970. Se produjo la abstención electoral, pero la tesis de la Dictadura con Respaldo Popular nunca fue oficialmente aprobada.
En las conversaciones que en algunas ocasiones sostuvimos, para el doctor Franklin Almeyda, en esos acontecimientos estuvo la raíz de la división del PRD y la separación del profesor Juan Bosch y el doctor Peña Gómez.
El hombre
Quien llegase a conocer a Franklin Almeyda, estará de acuerdo que entre sus principales virtudes se encontraban su sentido de dignidad personal, su honorabilidad, su integridad, entusiasmo y tenacidad en lo que era la razón fundamental de su vida: la lucha del pueblo dominicano por la libertad, la democracia, el progreso y el bienestar.
Era perseverante, disciplinado e infatigable en el trabajo. Aspectos que algunos consideraban irrelevantes, él los transformaba y les confería una nueva dimensión de importancia y trascendencia.
Fue lo que podría considerarse un verdadero dirigente político. Era pragmático, pero al mismo tiempo apasionado con el poder de las ideas. Lector ávido, fue también un prolífico escritor. Fue director del periódico Vanguardia del Pueblo y del programa de radio, La Voz del Pueblo.
Autor de varios libros, entre los que se encuentran: El PLD y las Fuerzas Sociales; Marrón Tierra y Negra Noche; y Hallazgos de la Neuroeducación para el Aprendizaje Temprano. De manera inmancable, publicaba una columna semanal en el periódico El Caribe.
Franklin Almeyda fue una criatura de su época. De una época que se extendió por seis décadas de luchas indetenibles para sacar al pueblo dominicano del hambre y la ignorancia. Frente a esa, su causa, fue fiel hasta su último aliento.
Su devoción por Juan Bosch fue la de un discípulo frente a un maestro de excepción. Esa admiración y respeto que le tenía, lo condujo a acompañarle del PRD al PLD; y posteriormente, en base a los mismos criterios y valores que sustentaba, fue de los principales fundadores de la Fuerza del Pueblo.
Con su partida, deja a su esposa de cerca de medio siglo, Josefina Pérez Gaviño de Almeyda, con quien procreó a sus hijos José Frank, Jael y Alejandra. Esposo ejemplar y padre abnegado.
En fin, un símbolo de dignidad nacional y un referente como luchador incansable de la patria.