Como siempre, el mundo dará otra vuelta el 19 de mayo, y al otro día será 20; y la vida continuará como si tal cosa y los mismos problemas estarán ahí, presentes e irresueltos. La democracia retrocede en la región y, aunque parezca paradójico, los jóvenes nacidos, crecidos y educados en ella, serían los primeros en apartarse y darle paso a formas autoritarias de ejercer el poder.
La naturalidad con que responden que estarían dispuestos a permitir un gobierno de mano dura, aun a costa de sacrificar derechos fundamentales que costaron sangre y sacrificios, supera la irresponsabilidad y roza la simpleza. Estando la fiebre donde está –en el cuerpo enfermo– y no donde se busca –en la sábana–, ¿estamos asistiendo en estas elecciones al principio del fin del sistema de partidos o a su recomposición?
Siendo políticamente correctos, podríamos decir que el PLD se propuso llevar al PRSC y al PRD a su mínima expresión, convirtiéndolos en nulidades partidarias mientras tendía puentes que facilitaron el trasvase de dirigentes y militantes hacia el litoral oficialista. Asimismo, sería de ilusos pensar que el carnaval de renuncias de dirigentes que vemos en la FP y el PLD, y su posterior juramentación en el PRM (agotado el mandatorio periodo de “profunda reflexión”) obedece a una epifanía; un momento súbito en el que los renunciantes ven la brillantez de la verdad como Saulo la vio camino a Damasco.
Y así como no debemos celebrar o aplaudir los saltos de garrocha ni el abandono a último minuto del barco que está naufragando, tampoco debemos olvidar que no es la primera vez que pasa; ni que los criterios de moral y ética que en el pasado no se usaron, pueden ser utilizados en el presente como medida válida, porque en todo caso, lo que ha cambiado son los ceros a la derecha, nada más.
Ante esa realidad, cabe preguntarse si al término del proceso tendremos un sistema de partidos más fuerte o no; si de verdad –visto que ya ha pasado– la estampida de dirigentes y puestos electos (o por elegir) que abandonan los barcos de la oposición para abordar el del oficialismo, representa a medio plazo una amenaza a la sostenibilidad misma del sistema; de si el demonio del transfuguismo que señala la oposición es, más que una llamada de alerta, de auxilio; de si la ciudadanía seguirá creyendo en la capacidad de representación de los políticos o de si, por el contrario, aumentará el descrédito del que ya son objeto en buena parte de la región; situación que ha generado el caldo de cultivo necesario para que aparezcan los hombres fuertes, providenciales, predestinados, los que entierran la democracia bajo aplausos.
Pero también es válido preguntar si no ha llegado el momento en que nuestra clase política deba hacer un alto, reflexionar y reinventarse, porque el poder es temporal, y cuatro años pasan tan rápido como ocho, doce o dieciséis, y, mientras, la ciudadanía observa…