Sobre las cenizas de la Guerra de los Treinta Años, la Paz de Westfalia (1648) puso fin a un conflicto que dejó ocho millones de muertos, sentando las bases del Estado moderno a partir del respeto a su integridad territorial, como corolario de la soberanía nacional. A casi cuatro siglos parece simple, porque asumimos como inmutable el orden de las últimas siete décadas,porque el derecho internacional se ha ido construyendo lentamente; un constructo que se sostiene sobre el reconocimiento y respeto mutuo entre países; el cumplimiento de acuerdos asumidos; y, muchas veces, el poder de persuasión que ejerce la amenaza latente de la violencia. Ese orden internacional con los años se ha complejizado y robustecido, de ahí que instrumentos como la Convención de Asilo Diplomático (1954) o la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas(1961), constituyen piedras angulares sobre el que se sostiene; de tal suerte que, sin importar el nivel de deterioro en la relación entre dos países, la inviolabilidad de los locales de las misiones diplomáticas acreditadas es celosamente respetada; al punto que, en los últimos 60 años son contadas las excepciones que incumplen este principio, el cual ha sido respetado incluso por tiranías que se caracterizaron por respetar pocos derechos. Con relación al asalto policial de que fue objeto la embajada de México en la ciudad de Quito –Ecuador–, el pasado viernes, en ocasión de la negativa del gobierno suramericano de aceptar el asilo que el país norteño había otorgado a Jorge Glas, –ex vicepresidente de ese país–, el margen deinterpretación es reducido. El objeto de los acuerdos internacionales es, precisamente, sujetar a todas las partes firmantes al mismo. Más allá de argumentos morales o de derecho interno que pudieran esgrimirse, el derecho internacional público está ahí… comotambién ha sido consuetudinaria la práctica de la nación mexica de otorgar asilo a disidentes políticos en diferentes épocas y países, sin importar ideologías. De hecho, pocos países han sido tan solidarios y consistentes como México en este aspecto, práctica que han mantenido por más de cien años, sin importar el partido o presidente que allí gobierne. El asalto a la embajada mexicana por parte del Estado ecuatoriano es absolutamente bochornoso, inaceptable y condenable. En otro tiempo habría sido un casus belli, pero, precisamente por la existencia de esos instrumentos jurídicos que hoy día Ecuador desconoce –pese a haberlos invocados en el caso Assange–, el mundo es un lugar más seguro, y por suerte existenmecanismos alternos para dirimirlos. La acción de Ecuador constituye una violación flagrante a la soberanía mexicana y a la Convención de Viena, pero más nos debería llamar a preocupación la manera alegre e irresponsable con que muchos ciudadanos la aplauden –y algunos presidentes la endosan–, desconociendo que con ello cavan el agujero donde muchos países, tiranos y aprendices de dictadores quisieran sepultar ese orden internacional que ha garantizado democracia, paz y progreso, y, en nombre de la soberanía ilimitada, liberar las fuerzas de la destrucción y el caos.
Ecuador, México y el derecho internacional
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