Antes que todo, deseo agradecer a esta Universidad Católica Santo Domingo (UCSD), en la persona de su Rector Magnífico, Rev. Padre Dr. José Luis De la Cruz…, la distinción de que hemos sido objeto al invitarnos a dirigirles estas palabras. Lo hago en mi propio nombre y como Miembro de la Junta de Directores de esta Alta Casa de Estudios.
Por otra parte, quiero felicitar de manera muy especial a los graduandos; esta es su investidura y constituye el motivo y la razón de ser de esta ceremonia y de este discurso. Los investidos reciben el premio por varios años de sacrificio y dedicación. Estos títulos universitarios, ganados en buena lid, constituyen al mismo tiempo una magnífica distinción social que se relaciona con el talento y con las diversas disciplinas del saber representadas en este acto.
Distinguidos graduandos. Los que se titulan hoy reciben un galardón personal por haber tomado tiempo de sus familias y tiempo de su propio descanso, pues son ustedes, en su gran mayoría, personas que ya trabajan y que junto a ese aspecto laboral de sus vidas, llevan sobre sus hombros la responsabilidad de ser cabezas de sus propias familias y muchos, además, están al frente de las necesidades de sus progenitores, por lo que realizar estudios de Maestría en esas circunstancias, conlleva necesariamente un gran sacrificio.
En estos grados académicos de Maestría que esta Universidad Católica Santo Domingo (UCSD) confiere hoy, está implícita determinada irrevocabilidad. Porque el conocimiento es una parte de ti, que nadie te podrá robar y que no se la comen las polillas, tan tuya que resulta imposible que se te despoje de ella porque forma parte intrínseca de tu ser.
Estupenda es la presente oportunidad para proclamar con palabras de vida: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. La verdad que establece el criterio propio y la certeza para decidir con independencia. El paradigma que rompe la cadena de la consigna que te adocena en el montón. La sabiduría para no repetir irreflexivamente lo que no se ha comprobado o lo que se acepta por válido en atención a un prejuicio.
Esta solemne ocasión constituye, al mismo tiempo, el broche prendado que sella el trabajo de la Comunidad Universitaria: alumnos, profesores, autoridades académicas y administrativas. Les aseguro además, que sus familiares están tan orgullosos como ustedes mismos, porque en gran medida, ellos también han jugado un papel determinante para que alcanzaran este triunfo.
En este momento culminante de sus estudios universitarios, es bueno que tengan bien claro que no es más que el inicio de una etapa nueva. Una decisión crucial se les presenta cual acicate a espolearlos: ¿Qué debo hacer ahora?, ¿Qué camino debo seguir?
Independientemente de que Elon Musk, el líder mundial que fabrica los automóviles eléctricos Tesla, dueño de X (antigua Twitter) y de los más de seis mil satélites que Spacex mantiene en órbita para la comunicación global, ha dicho que la inteligencia artificial y los robots terminarán por dejarnos a todos sin trabajo, creo que en lo que eso ocurre (si es que ocurre), la verdad es que todos los que estamos aquí de alguna manera andamos buscando trabajo. El trabajo de nuestros sueños. Una ocupación adecuadamente remunerada que nos proporcione una satisfacción existencial…lógicamente, andamos procurando también una mejoría humana y económica.
Hace ya muchos años, le escuché decir a don Manuel Corripio García (1908-2004), unas sentidas palabras que pronunció en un acto de reconocimiento, que le hacía el Grupo Corripio a probados y antiguos funcionarios y empleados, que tenían varias décadas trabajando en las empresas, haciéndoles una exhortación a continuar con el trabajo honesto, fiel y veraz. Pero lo que más me impresionó fue cuando les dijo directamente a los homenajeados: “Mis hijos, escúchenme bien, si yo anduviera buscando trabajo—decía don Manuel—, y al proponerle al empleador que contratara mis servicios, y me dijera que no puede emplearme porque el puesto ya está ocupado, o porque no puede pagarme un salario, yo insistiría y le dijera que estoy dispuesto a hacerlo gratis… porque yo lo que ando es buscando trabajo, y le dijera además que me pusiera a prueba… entonces empezaría de inmediato, y al otro día llegaría más temprano que todo el mundo, lo haría con tanto amor y dedicación, con tanta eficiencia y honestidad, que en poco tiempo el trabajo, necesariamente me lo darían a mí.”
Su filosofía de vida estaba centrada en esto: “Yo creo en el trabajo… es la esencia de la vida del hombre y el secreto del éxito de cualquier empresa”. Cuenta Pepín su hijo, que en una oportunidad, se acercó una persona al almacén donde don Manuel trabajó hasta los 96 años, y le dijo con sorna: “Don Manuel este negocio es una mina”. Y él rápidamente le respondió: “¡Es una mina de trabajo!”
Por otra parte, siempre me inquieta, al momento de transmitir mensajes a graduandos, la pregunta: ¿Es posible ser un líder en el área en que te estás especializando? ¿Quiénpuede negar, por ejemplo, que “El azote de Dios”, como fue conocido Atila el jefe de los hunos, fue un líder? ¿Quién puede rebatir, que Juan Vicente Gómez y Stalin, eran líderes carismáticos, que todavía hoy tienen adeptos? Podemos afirmar, entonces, que un gobernante puede hacer mucho bien; pero también podría hacer de sus gobernados seres humillados que vivirían en una postración moral, sin protección de sus garantías como persona. Carisma es igual a poder. Y el poder puede usarse para la liberación o para la opresión.
Sin embargo, existe en algunos individuos, lo que Ihering ha venido a denominar como “Poesía del Carácter”, que cuando se manifiesta comunitariamente, viene a ser, incluso, una fuente de derecho. De seguro que por esto se dice que los auténticos líderes surgen, muchas veces, inesperadamente, y en medio de la crisis. Véanse los casos paradigmáticos de Konrad Adenauer, en la Alemania de las postguerra y Juan Pablo II, en su fecundo pontificado y la caída del comunismo. Todos comprometidos con la respectiva liberación y dignificación de sus pueblos.
El verdadero líder siempre es laborioso, visionario, su vida sirve de modelo e inspiración a los demás. Ser líder es asunto de una actitud mental positiva que influye en el comportamiento de los demás frente a los retos y acontecimientos que plantea la propia vida.
Peter Drucker refiere la anécdota de un profesor en Inglaterra que, respondiendo a la pregunta de: ¿Porqué murieron innecesariamente tantas personas en la Primera Guerra Mundial?, éste respondió sin titubeos: “Porque en las trincheras no mataron suficientes generales”. En esa gran conflagración los generales se quedaron en sus oficinas y no se implicaron directa y decisivamente en la suerte de sus soldados.
En el año 2017, me tocó llegar a Miches en un helicóptero, después de que las riadas del Huracán María, destruyeron gran parte de las oficinas de la Oficialía del Estado Civil de esa localidad, y los documentos y los libros, quedaron en su gran mayoría sepultados bajo el lodo. Ante ese estropicio se evidenciaron dos actitudes, en primer lugar, los que estaban lamentándose alrededor del espectáculo sin hacer nada, y, en segundo lugar, la determinación de un funcionario de la Junta Central Electoral (JCE), que me acompañaba, de nombre Fausto Mateo, quién se quitó el saco, se despojó de la camisa y se remangó el pantalón… y sin zapatos, se metió en el lodo a rescatar del barro, delicadamente, cada uno de los documentos originales. Y, al final de la jornada, Fausto salvó todas las piezas y pergaminos que contenían la identidad de ese municipio.
A nuestros afanes les falta, muchas veces, esta entrega incondicional. Lamentablemente, somos casi siempre líderes quejosos, desabridos. Carecemos del sentido de una misión vibrante. Falta un ideal convocante.
La herramienta que mueve al mundo es una convicción. El fervor de una esperanza.
Pero hay un liderazgo cotidiano, el que hoy ustedes refuerzan, que no se expresa públicamente y que se ejerce cada vez que alguien cumple con un deber filial de esposo, padre o madre, lejos de los grandes espectáculos de los héroes de colorín.
Pacta sunt servanda. Los Pactos deben cumplirse. Los compromisos cívicos, económicos y morales por su redención levantan un obelisco al honor. Y esto se esparce cual bienaventuranza que produce paz, porque la paz solo es sostenible cuando tiene por base la justicia.
Ante todo reto que plantea un acontecimiento como el que conmemoramos hoy en esta graduación, es siempre oportuna la formulación de las preguntas existenciales.
Graduandos, graduandas, escuchen esto bien: Toda mujer, todo hombre viene a este mundo con una misión. En consecuencia, descubrir esa finalidad, identificar ese mandato y cumplirlo, es el reto esencial de la propia existencia y además, el núcleo del sentido de la vida. La misión siempre está determinada por los talentos que se poseen, ya que cada persona es única e irrepetible y dotada de carismas específicos.
Por tal motivo, Viktor Frankl, en su obra clásica “El hombre en busca de sentido”, arguye que, en este mundo, la envidia no tiene razón de ser, porque en el fondo, los dones personales que se expresan en el individuo son para el bien de la colectividad. Por ejemplo, ¿quién se beneficia más de una sonrisa, el que se sonríe o el abatido que se alegra ante la confortante irrupción del gozo y la alegría?
Muchas personas deambulan por este mundo sin descubrir a qué han venido, qué deben hacer. En una palabra: no saben quiénes son. Por lo tanto, apenas sabrán de dónde vienen y mucho menos para dónde van.
A esto se denomina vacío existencial, que es la peor enfermedad del planeta. La peste de la posmodernidad. Está claro que socialmente somos lo que los demás integrantes del conglomerado social valoran que nosotros somos. Y está más que claro que comunitariamente se nos percibe e identifica por la calidad de nuestro trabajo.
Existe un don de fortaleza de afuera hacia adentro, y otro, de adentro hacia afuera. Es preciso cultivar ambos aspectos para resistir los embates propios de la existencia humana. Y coronarse con la carta de triunfo de la sabiduría que es el dominio propio.
Todo lo que hacemos tiene un impacto social. De nada valen estos títulos universitarios, si los convertimos en una piedra de escándalo y expoliación.
Antes de concluir mis palabras, deseo referirles esta historia que aconteció a principios de la década de los años 70 del siglo pasado. Una noche, después de salir de una fiesta, un grupo de muchachos que manteníamos una agradable conversación, fuimos asaltados por los integrantes de un grupo de individuos que se identificaban como miembros de “La Banda”, organización siniestra de represión política que operó durante esos oprobiosos años.
Sin mediar palabras, los facinerosos comenzaron a insultarnos sin ningún tipo de razón, y ante la protesta de un joven cuyo nombre completo he olvidado; pero a quien llamábamos Julito, los miembros de la pandilla, fuertemente armados, empezaron a golpearlo. Ante cada embestida, Julito, con gran dignidad, siempre repetía las mismas palabras:“Yo soy un hombre, yo soy un hombre…” Finalmente, ante nuestra impotencia, le rompieron la cara y los espejuelos; pero él siempre repitió lo mismo: ¡Yo soy un hombre!
No sé cómo nos libramos de aquel lance de muerte; pero siempre supuse que la valiente proclamación de Julito, respecto a su dignidad humana, de esa noche, salvó la vida de todos nosotros. A él jamás lo volví a ver, la vida nos lanzó por caminos diferentes; mas dondequiera que esté, vivo o muerto, le agradezco que sembró la idea en mi conciencia, abonada con su dolor y su sangre de que: ¡Yo soy un hombre!
Un día la historia nos pasará a todos el balance de nuestras vidas, y tal y como nos narra el Evangelio de San Juan, que durante el juicio Poncio Pilatos le preguntó a Jesús: “¿Luego tú eres Rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”.
A propósito de esta investidura, les aseguro que llegará el día en que a cada uno de nosotros nos preguntarán: ¿Eres político? ¿Eres gerente? ¿Tú eres educador? Qué venturoso sería, si tu respuesta fuese, por ejemplo: “Sí, soy abogado, soy administrador, soy carpintero… Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.”
Por último, deseo terminar estas palabras con la arenga que tantas veces repitió el gran Juan Pablo II en todos los continentes y que es muy propia para estos tiempos turbulentos, escuchen bien…
“No tengan miedo, no le tengan miedo a nada, avancen, sí, avancen y sobrepónganse a las dudas de todos los demás, que su fe sea tan poderosa y contagiante que esclarezca las tinieblas que oscurecen este siglo”.
Pónganse en pie, levántense, anímense cual soldado que marcha al buen combate, revestido de las buenas armas… a pesar de todos los peligros y todas las vicisitudes, sin temor a ser herido. Decídete, sí, decídete a cantar la primavera y que tu canto sea como el de la cigarra después de pasar un año bajo la tierra, tan fuerte y tan templado, que deshiele el triste invierno de la falta de fe de estos días.
No olvides… que todo un mundo espera para ser conquistado por ti.
De nuevo ¡felicitaciones a los graduandos! ¡Gracias. Muchas Gracias!