El Gran Juego siempre es el mismo, sólo cambian los jugadores, pero las jugadas permanecen, porque el objetivo es inmutable desde los primeros conflictos imperiales de la historia hasta hoy, cuando toma juramento como presidente de Estados Unidos (EEUU) Donald Trump; con mucho, el más sagaz y experimentado jugador de ese juego que es el poder.
Cuatro años después de salir vergonzosamente por la puerta de atrás de la historia, vuelve al Despacho Oval un presidente más conocedor de los entresijos del poder; uno que supo tocar el lodo del fondo con sus manos y luego ascender limpiamente hacia la superficie; y esta vez lo hace en un contexto internacional totalmente diferente a 2016, donde las aguas de la geopolítica internacional lucían estables, no como ahora, donde la única certidumbre es la incertidumbre.
“Cuando Francia estornuda, toda Europa se resfría” –dijo Metternich–; y vale la actualización hecha por los apologistas yanquis del adagio, porque ahora les corresponde su turno como superpotencia; pero, ¿dónde quedamos los países de la periferia imperial?, ¿en qué lugar de la política exterior norteamericana quedará Latinoamérica a partir de hoy?, ¿el discurso populista y demagogo se impondrá a la política pública o la diplomacia estadounidense jugara un rol más activo en la consolidación de la democracia en la región?
Mientras nadie tiene respuestas a estas preguntas, el continente bulle. Desde Tierra del Fuego hasta el Río Grande toda Latinoamérica se debate entre modelos autoritarios de izquierda o derecha, y las encuestas muestran que las masas reniegan de la democracia y que la sacrificarían en un altar mesiánico a cambio de un poco de seguridad y algo de bienestar.
¿Dónde nos deja el choque de esas realidades frente a la presidencia que hoy empieza? Quizás en el mismo sitio que vieron John Quincy Adams y luego Kissinger: “Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses”. En esa lógica, sobre la base de nuestras actuaciones y políticas ¿qué tan favorables/adversos somos a esos intereses?
La reciente valoración hecha sobre el país por el próximo Secretario de Estado –Marco Rubio–, así como la fulminante designación presidencial de una embajadora en nuestro país, dan una idea de nuestra ubicación en la cosmovisión trumpeana de la política exterior y el juego del poder.
Más allá de hacer apología al imperialismo, toca lidiar con él sobre la base del respeto al Estado de derecho, los convenios y acuerdos; toca asumir que más que una dominación imperial, subsiste una dependencia económica que nos obliga a ser consistentes con los intereses norteamericanos; y, en esa dinámica posicionar y maximizar los nuestros.
Tan temprano como octubre de 2020 Abinader alineó su agenda exterior en sintonía con la de EEUU en franca exclusión de China, potencia contendora. Criticado y menospreciado en su momento por muchos, ha sido consistente en esa decisión. Habrá que ver si el tiempo de cosechar lo sembrado será ahora.