Había sido objeto de dos procesos de enjuiciamiento político (impeachment). Estaba siendo investigado por sus vínculos en el asalto al Capitolio. Fue condenado por 34 cargos de delitos graves. Se le acusó de fraude fiscal y se le sindicó por usurpar documentos clasificados de seguridad nacional.
¿Cómo es posible que en medio de tantas adversidades, Donald Trump pudiera haberse alzado con una victoria electoral tan aplastante frente a Kamala Harris, su adversaria del Partido Demócrata?
En el 2016, cuando se presentó por vez primera como candidato presidencial por el Partido Republicano frente a Hillary Clinton, muy pocos creían (entre ellos, yo) que pudiese tener éxito. Dada su trayectoria en el mundo del entretenimiento y de la publicidad, se entendía que aquello no era más que otro ardid para procurar estar en el centro de la opinión pública.
Ocurrió lo inesperado. Pero, del triunfo de Donald Trump, se tejieron algunas explicaciones, como las de que se produjo un hackeo en su favor por parte de Rusia, una estrategia de desinformación proveniente de Cambridge Analytica y una acusación criminal de James Comey, el director del FBI, contra la candidata demócrata, a una semana de la celebración del torneo electoral.
Durante la campaña, el candidato Donald Trump tuvo un comportamiento petulante, grosero y poco condescendiente. Era parte de un estilo retórico que se ha acentuado en el tiempo, que ha contribuido a una mayor polarización y división de la sociedad estadounidense.
Eso, transmitido a sus seguidores en forma de sectarismo, provocó que al calor de la refriega electoral, Hillary Clinton calificara a los partidarios de Trump como seres deplorables.
Razones de un fenómeno
¿Eran realmente deplorables los partidarios de Donald Trump?
Con el tiempo ha quedado claro que la derrota experimentada por el Partido Demócrata en el 2016, con la candidatura de Hillary, y ahora, en el 2024, con la de Kamala Harris, se ha debido a las profundas transformaciones económicas, sociales, tecnológicas y culturales que han tenido lugar en Estados Unidos desde la década de los ochenta.
En efecto, desde entonces, el gran país del Norte experimentó un proceso de desregulación del sector financiero, de transición de la industria hacia una economía de servicios y al uso intensivo de la tecnología.
Ese proceso de cambios afectó severamente a las capas medias y a la clase obrera blanca norteamericanas que se vieron mermadas en sus ingresos y despojadas de sus empleos, al tiempo que las grandes corporaciones y los sectores altos y profesionales de la sociedad incrementaban sus ganancias en forma exponencial.
Todo eso, que se debía al fenómeno de la globalización y al cambio del modelo económico keynesiano, de mayor participación del Estado, a otro de predominio del mercado, o neoliberal, incrementó a niveles sin precedente la desigualdad social y amplió la brecha entre ricos y pobres en la sociedad estadounidense.
En la globalización neoliberal, de tratados de libre comercio y de cadenas de suministro, que incorporaban, entre otras, las industrias de textiles, de calzados, de automóviles, de electrodomésticos y farmacéuticas, se hizo creciente la insatisfacción y el enojo de la clase obrera blanca norteamericana, que se sentía abandonada por los políticos de Washington y despreciada por Wall Street y las grandes corporaciones transnacionales.
Ciudades con una fuerte tradición manufacturera fueron devastadas. En Cleveland, Detroit, Pittsburgh, Ohio y Georgia, muchos lugares parecían ciudades fantasmas. Abundaban los edificios clausurados donde antes operaban decenas de miles de trabajadores.
Empero, frente al inocultable declive industrial de Estados Unidos, se multiplicaban las ganancias de las élites financieras y de las corporativas que se habían reubicado en el exterior para exportar hacia el mercado norteamericano.
Todo eso se agravó con la Gran Recesión y el impacto económico generado por la pandemia del Covid-19, que provocaron un incremento del costo de la vida, ansiedad e incertidumbre en importantes sectores de la población estadounidense.
Trump 2.0
Trump no fue el primero en poner de manifiesto esa situación de la sociedad norteamericana. Desde la década de los noventa, figuras conservadoras como Ross Perot y Pat Buchanan se habían hecho eco del desequilibrio social estaba destrozando el corazón de la sociedad norteamericana.
Pero fue Donald Trump, asesorado por su conseglieri Roger Stone, quien tal vez apelando a lo que el historiador Richard Hofstadter ha denominado como “el estilo paranoico de la política norteamericana”, con su forma estridente y ruidosa, empezó a llamar la atención de esos sectores que se sentían huérfanos de una voz que pudiera poner en evidencia su situación de precariedad.
Además, fue él quien empezó a referirse en tono airado al problema de la inmigración ilegal a Estados Unidos, con lo cual conectó emocionalmente con sectores que consideraban que ese era uno de los grandes problemas de ese país.
El hoy presidente electo puso en contexto estas denuncias para desarrollar una estrategia de confrontación con el llamado Establishment norteamericano, a las que culpaba de haber colocado a Estados Unidos en una posición de decadencia.
Se oponía también a las políticas de discriminación positiva, como las de Affirmative Action, a favor de grupos minoritarios, fuesen raciales, étnicos o de género, por lo que se le percibía como racista, misógino y xenófobo.
Para algunos, las posturas de Trump, un empresario millonario, promotor de espectáculos y celebridad mediática, no eran más que una forma de populismo. Para otros, pura demagogia.
Ante las restricciones que encontraba en los medios convencionales de comunicación, creó su propio ecosistema comunicacional, con una red que abarcaba redes sociales, podcasts, blogs y programas de YouTube.
Al final, superó los múltiples obstáculos que se tejían en su camino. Cultivó una aureola mística de invencibilidad; y todo quedó plasmado en la ya histórica fotografía con su rostro ensangrentado, la bandera estadounidense ondeando en sus espaldas y su brazo alzado, al tiempo de vociferar: “!Luchar, luchar!”
La sociedad norteamericana había cambiado. Pero los demócratas no lograron advertirlo a tiempo. Así, de esa manera, Trump se colocó sobre la ola para convertirse en el eje central de su victoria electoral.