Parecería que existe consenso sobre los elementos que deben de conjugarse para constituir una nación, más no necesariamente se tiene claridad meridiana desde la óptica sociológica sobre cuales factores inciden con mayor intensidad para mantener fraguado un Estado.
Descontados los valiosos ejercicios de corte intelectual, cuyo propósito circunda más en lo académico que en lo factual, luce que los estados con mayor propensión al éxito son los que se cimientan sobre la certeza histórica de sus orígenes y cultivan una cultura de confianza historiográfica. En resumidas cuentas, el debate de las memorias nacionales es mucho más que reputación o fama de sus intervinientes, lo que se pone en riesgo a partir del contraste de las ideas con criterio o las que carecen del mismo, es el ADN y la autoestima nacional. Es muy obvio que acribillar ídolos es tan pernicioso como idolatrar canallas. Se trata pues de hacer una disección entre lo fidedigno y lo falso con el objetivo de fortalecer nuestra identidad nacional.
Una población con confusión de su procedencia tendrá grandes dificultades para transitar con certeza y eficiencia la ruta del éxito y es por ello que se torna crítico que nuestro país pueda mantener el hilo conductor de su historia libre de falacias e inventos aviesos.
Al margen del vínculo que me une con tía Lourdes De La Maza y su descendencia, lo cierto es que no procuro ser defensor de Antonio De La Maza en el debate que recién recoge la opinión pública. Francamente figuras de esa dimensión, deben ser objeto de ponderaciones de otra especie. En honor a la verdad, mas bien pretendo con esta iniciativa hacer un llamado a la reflexión como lo hizo el Pastor Niemöller con su provocador poema frente a la indiferencia de la intelectualidad alemana al avance Nazi en Europa en el siglo pasado.
Apelo a la conciencia nacional para que haga una verdadera introspección sobre los documentos publicados luego del develo desclasificatorio. Al país lo que le conviene es discutir las veces que fuere necesario las actuaciones de sus figuras de mayor trascendencia, pero la búsqueda de la verdad es una cosa y el patíbulo morboso es otra.
Reconozco sentir vergüenza ajena por quienes pretenden hacer de la declaración de un “pico chato” una prueba de categoría histórica.
Descontado lo inverosímil de la versión de los hechos posteriores al magnicidio del 61 y la infamia que trae aparejada, lo cierto es que a quien se le imputó estelaridad en la muerte de Ernesto, hermano de Antonio De La Maza, no se le puede otorgar una patente de corso testimonial sobre estos actores y hechos, a menos que hagamos caso omiso al consejo prudencial de San Agustín en lo que se refiere al Diablo y a la verdad.
Francamente hay una diferencia abismal entre las cualidades que se debe tener para hacer un ejercicio dialéctico de nuestro pasado y las habilidades que se requieren para enchufar un asiento electrificado.
Al final del camino nuestra historia nos pertenece a todos y entre todos debemos protegerla, sin temor a discutirla, en cualquier plano, pero con la verdad como punto de lanza, con el único objetivo de justiponderar los hechos, tal como fueron.
Mientras tanto sigo pensando en el desenlace del líder religioso bávaro cuando fueron por él y ya no había nadie que alzara la voz para defenderle.
Hoy son los De La Maza, los 30 de mayo, mañana quien sabe quién puede ser, porque todos sabemos que los perros del infierno, cuando se sueltan muerden por doquier, sin discriminación, sin lealtad.
Nuestra sociedad, nuestros hijos, aun los que no han nacido, se merecen al menos una historia nacional razonablemente parecida a la verdad, libre de abyección.